¿Crees en el amor? La historia se ha encargado de desmentir el estereotipo que asume el hecho de que tenemos un alma gemela, un ser que es capaz de dar todo por nosotros mientras le correspondemos con un eterno beso apasionado. La literatura y el cine nos han querido vender el apego emocional en forma de careta, para poder ponerla y quitarla a conveniencia y consideración. Gracias a parejas como Romeo y Julieta, Rose y Jack y hasta Carlota y Maximiliano, llegamos a pensar que de verdad encontraremos a alguien que nos de tanta fe en la vida como para no poder concebirla si no es juntos. Sin embargo, rara vez eso ocurre. No necesitamos irnos muy lejos para entenderlo. La historia de “amor” entre Ana Mendieta y Carl Andre lo dice todo: el amor es misterioso, lastima y sorprende. El amor no existe.
La tierra del mojito, Antonia Eiriz y Blanquita Amaro, vio nacer en 1948 a una pequeña niña de nombre Ana Mendieta que al crecer se convertiría en la artista más polémica de Latinoamérica, no por su obra, sino por la extraña manera en que concluyó su vida. Tras la famosa operación “Peter Pan”, que consistía en transportar niños desde La Habana a Estados Unidos con ayuda del gobierno norteamericano, la iglesia católica y los cubanos exiliados, Mendieta pasó varios años de orfanato en orfanato, entre casas de acogida y familias adoptivas. Tanto su hermana como ella quedaron desoladas para empezar a sentir el rigor y hostilidad de los americanos: el racismo y discriminación a su color de piel y nacionalidad.
Desde entonces, Ana decidió proclamarse como “una artista no blanca”, estatuto que llevaría a lo largo de su carrera artística. Sus obras son resultado de una multiculturización que la empapó desde que comenzó a moverse en al frontera de Estados Unidos con México. Se sentía de todos lados, nunca de uno solo. Eso nutrió su espíritu de creación y le dio las bases artísticas para desarrollarse en un país que la había tratado tan mal.
Años más tarde, cuando creyó haber encontrado el amor. Se mudó a México con el hombre que le abrió su corazón: Hans Breder. Ya en el país, descubrió una nueva sociedad. La tierra a la que había llegado la recibía con los brazos abiertos. Se sentía como Cristobal Colón, encontrando tierras que aunque ya estaban ahí, eran nuevas para ella y éstas tenían mucho que ofrecerle para usar a su favor. La gente la cobijaba como si fuera una compatriota más y el entorno le permitió idear nuevas formas de expresión.
Así, sin poder regresar a Cuba por las restricciones de Kennedy ni a Estados Unidos por decisión propia, decidió establecerse en México, en donde nadie criticaba lo que hacía ni la manera en que se expresaba. Por fin hacía lo que le gustaba, por fin se sentía libre.
Entre 1972 y 1975, cuando comenzó a crear arte formalmente, abordó los temas que tanto la habían incomodado y molestado en la vida: racismo, feminismo y discriminación. De igual modo, utilizó todo aquello que la ayudó a salir adelante y lo transformó en una terapia que no solamente la hizo mejorar, sino que volcaron su historia hacia una visión que poco a poco se encaminó estéticamente por un sendero más bien feminista y dedicado casi exclusivamente, para la defensa y apoyo a las mujeres.
Llevando el concepto “mujer” más allá de lo establecido, Mendieta jugaba con materiales como tierra, agua y flores para representar a las niñas y adultas; mezclándolos con técnicas como el body paint. Descubrió entonces, que a diferencia de su país de origen y “La Tierra de Nunca Jamás” (como le llamaba a E.U.) las cuales concibe siendo una niña y una adolescente, no podía hacer denuncia como en México y creó una serie de fotos en las que acusaba a los hombres que golpeaban a las mujeres, en donde con cinta adhesiva, se deforma el rostro logrando el efecto que causan los impactos en la cara.
Las rudas y significativas acciones que realizaba dentro del arte la llevaron a conocer a Carl Andre, uno de los poetas y escultores más prominentes de Nueva York quien aplaudía la causa social transformada en una pieza artística. Él invocó a Mendieta en un ritual de elogios del que, lógicamente, no saldría ilesa. Andre, uno de los más reconocidos escultores le aportó conocimientos e ideas. Le contó sobre la esfera artística de Nueva York y entre negaciones e inseguridades, la introdujo y mezcló con creadores de diversas disciplinas.
Pensémoslo a detalle: él la convenció de regresar a Estados Unidos a inmiscuirse en el quehacer artístico, le hizo ver que en cualquier lugar del mundo podía denunciar la violencia que las mujeres sufrían; pero también la hizo creerse y sentirse como una verdadera artista que era capaz de llegar a las masas con un acervo digerible, pero jamás digerido. La hizo entenderse como una mujer que puede crecer y que ayuda a los demás a hacerlo, siempre contemplando un objetivo, que es hacerse escuchar. La hizo sentirse grande entre los grandes y resaltó en ella el hecho de pertenecer a tres países y a la vez a ninguno. No era de sorprenderse que luego de un tiempo, Mendieta cayera enamorada cual gota de lluvia sobre las manos del escultor y éste, la recibiera con tal cariño que la dejó secarse en su piel.
“Carl cree que nuestra relación es como la de Diego y Frida. ¿Te puedes imaginar a alguien con un ego más grande?”
Así, en un acto de amor, ambos se entregaron a un arte colectivo y al apoyo mutuo. Andre era obsesivo, la amaba, pero no lo suficiente para dejarla ser ella misma. Entonces, Mendieta se convirtió en aquello que tanto denunciaba, se convirtió en Frida Kahlo y en la protagonista de una telenovela. Por su cuenta, Andre pasó de ser la salvación a ser el veneno que terminó por matarla.
El 8 de septiembre de 1985, la calle de Soho en Nueva York se pintó de negro. Luego de una discusión fuerte y llena de golpes y gritos, Ana Mendieta caía desde el piso 34 ante la mirada de transeúntes y vecinos quienes al verla agonizar sin remedio en el suelo, no pudieron hacer nada, sino contemplar su último acto relacionado al arte y performance: morir de amor.
El único testigo fue Carl Andre. Acusado de asesinato, se ganó el odio de casi toda la comunidad artística. No obstante, tres años más tarde fue absuelto de toda culpa y hasta la fecha él vive sin revelar lo ocurrido. Los rumores van y vienen, se dicen mil cosas, pero nunca se asegura una sola. Lo cierto es que su relación quizá sí logró ser como la de Diego y Frida. Entre la pasión y el dolor se tejió una historia de amor intenso. Un amor visceral y muy aferrado, pero sincero que hizo de ella una musa y de él un genio. A Frida se la llevó la muerte luego de su entrega total a Rivera; en cambio, Mendieta fue puesta en manos de la muerte por Andre (o eso se piensa).
El dictamen: suicidio. Actualmente se han revelado algunas colecciones de la artista y se exhibe el arte que realizaba en encuentros principalmente feministas, siempre acude Carl Andre. No obstante, en cada exhibición el escultor termina siendo agredido por protestas pacíficas en nombre del sector feminista que se pregunta el paradero de una de las representantes más puras del movimiento. Sabemos que murió, pero, ¿por qué alguien de 35 años llena de talento y con muchas ideas en las cuales trabajar se quitaría la vida tan trágicamente? Nadie lo sabe. Andre alega que buscaba tener más fama que él, otros aseguran que el escultor la arrojó para terminar con su incipiente popularidad. El misterio concluye con la muerte ambos, una físicamente, el otro en vida.
Ahora, ¿crees en el amor?
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Conoce a los artistas que a través de obras sexuales denuncian la violencia de género. De igual manera, descubre algunos carteles inspirados en el feminismo que te ayudarán a entender mejor el movimiento.
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Referencias: pikaramagazine.com
latempestad.mx
tribunafeminista.org
art-madrid.com