Desde pies, pasando por cualidades físicas muy puntuales, hasta llegar a actos tan violentos como los azotes y la mutilación; el porno nos está dando ideas irreales y exageradas acerca del sexo. Junto con los delfines, el ser humano comparte la capacidad de penetrar o ser penetrado sin la intención particular de reproducirse; sin embargo, gracias a que las películas y revistas para adultos —que de hecho consumimos desde mucho antes de la adolescencia— nos han hecho pensar que sólo aquellos dotados de “grandes cualidades” pueden satisfacer a una persona; mientras quienes nos vemos como personas promedio sólo nos limitamos a observar como si esperásemos nuestro turno de brillar en la cama.
Lo cierto es que el sexo nunca ha sido, ni será, algo exclusivo; todos los animales —por cualquiera que sea el motivo— fornican en algún momento de sus vidas. Lo cual significa que nosotros, sin importar lo bien o mal dotados que estemos, también llegaremos a ese placer con el que hemos soñado desde la primera vez que nuestras inocentes manos se encontraron con la entrepierna. En cualquier caso, si algo podemos asegurar acerca de todo esto es que de la niñez a la madurez sexual hay un salto relativamente pequeño que puede estar en una película, un dibujo o hasta un cuento de hadas.
Ese diminuto paso lo podemos ver en las famosas ranas de Tomi Ungerer, un ilustrador francés que ha impregnado a sus personajes de un erotismo que pocas veces habíamos visto. Puede que algunos de nosotros nos hayamos topado con alguno de los libros en los que es común ver animales amigables en situaciones humanas, sin embargo, conforme la tecnología y el tiempo avanzan, es muy probable que hayamos visto a estas mismas figuras recibiendo sexo oral o teniendo tríos.
«Los puse en todas las situaciones y posiciones posibles, créeme. Usé a las ranas porque siempre he pensado que tienen piernas hermosas».
—Tomi Ungerer
¿Pero por qué es hasta sus 86 años que tenemos pleno conocimiento de su identidad o incluso de su trabajo? La respuesta es mucho más sencilla de lo que pensamos: mientras sus contemporáneos y alumnos como Maurice Sendak —autor de Dónde viven los monstruos— se enfocaron siempre en un público infantil, Ungerer decidió ir con la corriente marcada por la revolución sexual de los años sesenta. De modo que a la par de sus publicaciones para niños, colaboraba con diferentes revistas pornográficas en las que ni siquiera se preocupó por cambiar su estilo al ilustrar relatos eróticos o en colaboraciones como este “rana-sutra”
«Cuando estuve en América, durante los sesenta, estaban todos estos libros sobre sexo y cómo hacerlo. Así que decidí hacerlos divertidos».
—Tomi Ungerer
The Joy of Frogs (1994), el libro en el que se reúnen todas estas ilustraciones, es el reflejo de esa inocencia que, aún en la edad adulta, mantenemos vigente sólo en caso de que a partir de ella podamos generar nuevas fantasías o, por qué no, explorar un punto oculto de nuestra sexualidad; aquél en el que no importa la edad o qué tan bien dotados estemos. Basta con saber que estamos vivos para darnos cuenta de que el placer nos pertenece a pesar de lo que el porno o cualquier persona puedan decirnos al respecto.
Ni todo el porno ni todos los medios del mundo podrán volver a imponernos estereotipos o fantasías; somos humanos y tenemos sexo de una manera tan envidiable que incluso las ranas —al menos en estas ilustraciones— han querido imitar lo que, hasta ahora, sólo habían logrado el hombre y los delfines: llegar al placer por medio del sexo sin que la reproducción estuviese del todo comprometida.