Uno de las grandes lecciones que nos dejó el auge del Imperio Romano fue que el ser humano es naturalmente violento. Ansiosos por ver un acto repleto de sangre, multitudes se reunían en el gran Coliseo para ser testigos de verdaderas masacres en las que los gladiadores se enfrentaban a toda clase de desafíos; algunos peleaban con sus compañeros mientras otros libraban batallas a muerte con feroces bestias como osos, tigres y leones.
Ahora parece extraño, pero en aquél entonces los habitantes de las ciudades romanas veían estos espectáculos como algo completamente normal, incluso artístico, teniendo a consideración que la vida, en esencia, es un acto violento; desde el nacimiento hasta la muerte, nuestra estancia en este mundo es especialmente agresiva, se somete constantemente a cambios repentinos. Por estos motivos es razonable pensar que, aún en nuestro días, la violencia es algo cotidiano.
Puede ser algo difícil de asimilar, sin embargo, no podemos negar que cuando se presenta la oportunidad es inevitable dar un vistazo a una imagen de contenido explícito o darle play a un video que desde el principio advierte estar repleto de escenas atroces. Efectivamente, algunos han llegado a normalizar las acciones más crueles que un ser humano puede cometer en contra de sus semejantes, no obstante, llevado por la hipocresía y el erróneo pensamiento de que los demás no piensan lo mismo acerca de estos temas, esconden su fascinación tras la careta de una mueca de horror y asco, sin embargo, si estas sensaciones fuesen reales, lo ideal sería que el espectador dejase de mirar, pero eso nunca ocurre.
Con el fin de explorar la reacción humana ante un hecho de extrema violencia, el artista Jordan Wolfson ha creado “Real Violence”, producción artística que, según los críticos de la Whitney Bennial, es una de las más viscerales y sangrientas de todos los tiempos. Valiéndose de la realidad virtual, el autor pone a los asistentes en una situación incómoda en la que son espectadores de un acto totalmente brutal.
Las escenas que la gente observa a través de las gafas de realidad virtual corresponden a una paliza que el mismo Wolfson le propina a un maniquí mecatrónico que lo único que hace durante todo el procedimiento es quejarse y retorcerse hasta que su cara queda completamente destrozada por un bate de beisbol y, finalmente, un zapato. Sin ninguna posibilidad de ayudar a la víctima, una vez que el video empieza a correr, lo único que pueden hacer los asistentes a la exposición es apartar la mirada u observar cómo el maniquí es masacrado por el artista.
El propósito de este montaje es grabar las reacciones de la gente con la intención de resaltar las diferentes posturas emocionales y sensoriales que cada individuo experimenta al ver esta simulación de violencia no contextualizada, similar a los videos que diariamente encontramos en las redes sociales como un objeto más de diversión, como si éstos fuesen imágenes cualquiera.
Para la instalación de la obra no se ocuparon elementos que insinuasen el contenido del video, sólo un letrero que advertía que los niños menores de 17 años no podían acceder al trabajo de Wolfson, fue lo único que insinuaba la gravedad de las imágenes.
A pesar de sus reacciones durante el video, los espectadores experimentan una sensación de incertidumbre y desorientación después de haberse quitado las gafas, como si la secuencia de imágenes violentas les haya dado una idea de lo cruel que es la naturaleza del hombre, percatándose, al mismo tiempo, de que existen muy pocas cosas que hacer para contrarrestar esta postura tan irónicamente inhumana.
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Fuentes
Artsy
W Magazine