En La creación de Adán, de Miguel Ángel, Dios está representado como un hombre mayor, de barba blanca y vestido con una túnica vaporosa; a su lado aparecen, presumiblemente, ángeles, y con su brazo izquierdo rodea a una figura femenina, probablemente Eva, quien espera su turno para ser dotada de la divinidad de Dios.
Adán, el primer hombre sobre la Tierra, aparece recostado, estático, mientras su brazo izquierdo se extiende para conectar con el dedo de Dios, y recibir con ello la chispa de la vida.
Esta pintura al fresco que el renacentista Miguel Ángel realizó entre 1508 y 1512 como parte de las obras de la Capilla Sixtina, representa el episodio del Génesis, el primer libro conocido en el Antiguo Testamento en el que se describe la creación del mundo y del hombre por obra de Dios.
Como coetáneo de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel tuvo especial interés en la anatomía humana y los desnudos. Diseccionó cadáveres para estudiar el cuerpo y su estructura, y los conocimientos obtenidos los llevó a sus obras, un ejemplo es el David y, en general, su perfección para modelar la piedra, como el mármol, y la arcilla. Su experiencia como escultor le otorgó un entendimiento absoluto de la figura humana, el que trasladó a La creación de Adán, en la Capilla Sixtina. Dios y Adán aparecen en la misma postura en alusión a la sentencia en el Génesis que anuncia que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”, sin embargo sus posiciones espaciales son distintas en representación del lugar que cada uno ocupa en el imaginario: Dios flota y se ubica ligeramente arriba de Adán, quien está recostado sobre la Tierra.
Esta primera lectura de una de las obras de arte fundamentales y mayormente reconocidas en el mundo es resultado de los conocimientos que se tienen del contexto en el que el renacentista llevó a cabo el fresco, además de sus estudios en anatomía y la representación del libro del Génesis. No obstante existen diversas teorías que apuntan a un simbolismo escondido en la pintura, específicamente sobre la figura de Dios. La más popular es la que el médico Frank Meshberger publicó, en 1990, en la Revista de la Asociación Médica Norteamericana. Meshberger especula que la especie de cúpula que cubre a Dios y sus ángeles es en realidad la representación del cerebro humano, lo que significaría que Miguel Ángel interpretó a Dios no sólo como dador de vida, sino que entregó al hombre una inteligencia suprema. Esta hipótesis la fundamenta en la faceta de Miguel Ángel como anatomista.
Dos décadas después de la teoría de Meshberger, los expertos en Neuroanatomía, Ian Suk y Rafael Tamargo, publicaron en la edición de mayo de 2010 de la revista científica Neurosurgery, nuevos hallazgos que desmenuzan la obra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, específicamente sobre el primer fresco de la serie Génesis: La separación de la luz y las tinieblas.
La separación de la luz y las tinieblas es la primera de las nueve escenas del Génesis representadas en la bóveda de la capilla. El fresco alude al primer día de la creación cuando Dios “hizo la luz” y la llamó día por considerarla “buena”; la apartó entonces de la oscuridad, a la que llamó noche.
Miguel Ángel pintó a Dios visto desde abajo, en escorzo y con los brazos levantados. Sobre él parece que el cielo se abre y las nubes dejan pasar la luz, aunque ésta sólo apunta a una dirección, dejando una zona en penumbra. Suk y Tamargo descubrieron que justo en el cuello, en la extensión de la garganta, se puede ver la representación precisa de la médula espinal y un aparente cerebro humano.
Para los neuroanatomistas Miguel Ángel encriptó en el cuello de Dios un cerebro en el que se identifican un quiasma óptico, el puente troncoencefálico, llamado puente de Varolio, el lóbulo temporal, las pirámides del bulbo raquídeo y un pedúnculo cerebral. Esto justificaría las irregularidades anatómicas en la creación del cuello de Dios, pues no concuerda que siendo Miguel Ángel un experto en anatomía y en el manejo de la luz, haya pintado con tal deformidad la sección que conecta la cabeza con el torso. Suk y Tamargo sostienen que es esto un mensaje oculto que el renacentista plasmó en las protuberancias sobre el cuello de Dios, el que además, iluminó de forma determinante para convertirlo en el centro de atención.
Pero no sólo es la identificación de un cerebro lo que este par de investigadores, señalan, se descubre en el fresco. En el manto que viste Dios y cae sobre su torso se aprecia lo que parece la médula espinal, misma que asciende hacia su cuello y se conecta con el cerebro.
Estas aportaciones acuñadas por Suk y Tamargo continúan los supuestos que Meshberger identificó en La creación de Adán sobre un cerebro humano que envuelve la figura de Dios. Meshberger señaló el cerebelo, la glándula pituitaria, la arteria vertebral, la médula espinal y la cisura de Silvio.
El debate surge por sobre si Miguel Ángel pintó de manera consciente estas representaciones de la anatomía humana ancladas a su profundo conocimiento de las mismas, o si sólo son las abstracciones de tres individuos que, empeñados en dotar de simbolismos las obras renacentistas, intentan confrontar el conocimiento (en la figura de Miguel Ángel) con la autoridad de la iglesia. Además, siempre existe la posibilidad de que estos se hayan aventurado a hacer teorías sobre la identificación de cerebros por su formación como neuroanatomistas.
Sobre si Miguel Ángel hizo una declaración visual de que no es gracias a Dios que el hombre es poseedor de razón e inteligencia, sino es por la estructura regida por el cerebro, eso sólo lo supo el artista. Las especulaciones dan paso a un sinfín de interpretaciones, pero, indudablemente, la capacidad magistral de Miguel Ángel para combinar las esferas de la religión, la ciencia y la fe lo convierten en uno de los mejores artistas de su tiempo.