Por Jessica Gutiérrez
Treinta formas de sentarse a lo largo de cuatro siglos es lo que podemos ver en la muestra “Treinta ejemplos de la colección Franz Mayer”, realizada en el marco de las celebraciones por los 30 años del Museo, como parte de la exposición “Silla mexicana. Diseño e identidad”
Una selección de su vasto acervo de sillas –que data desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX– nos invita a reflexionar sobre este objeto dentro del terreno del arte y el diseño, mostrando una continuidad temporal entre estas dos ramas y su contexto de producción.
1. Silla de brazos
El elemento básico y fundamental de la silla es su “asiento”, que denota su razón de ser en términos funcionales; parecería que esta pieza –que puede ser vista en la exposición– escoge a su usuario, acotando el espacio para algunas personas o abriéndolo para otros. El objeto –o la sociedad a través de éste– puede limitarnos a la simple contemplación de sus formas, colores y texturas.
2. Silla de brazos con respaldo rectangular
Esta silla de brazos está recubierta en cuero rojo y sus patas de garra están labradas; en el respaldo se aprecia un escudo pintado en dorado que indica que perteneció a una persona de la nobleza. Por lo tanto, alude a la jerarquización de la sociedad en que el objeto se produjo. La creación de una silla siempre está ligada a las necesidades de su contexto, los objetos dependen de su relación con el usuario y el espacio que las acoge.
3. Silla de garra
A partir del “asiento” se suscita una amalgama de posibilidades estéticas y funcionales que constituyen el diseño de una silla, este objeto puede sofisticarse de diversas formas; es decir, la personalización de éste da cuenta de sus particularidades y la destreza de su elaboración. Las variaciones más comunes son en los repertorios ornamentales, los procesos de confección y los cambios estilísticos.
4. Silla de brazos
En el siguiente ejemplo, se puede apreciar el conjunto de todos los elementos antes mencionados: indica un tiempo y lugar de fabricación, además del tipo de uso –las sillas de brazos se hicieron tanto en España como en la Nueva España, entre los siglos XVI y XVII- está tapizada en cuero azul y su respaldo está pintado con motivos florales; tiene remates en bronce y la chambrana es ancha y recortada. La riqueza en su elaboración es resultado de distintas manos: el trabajo de uno o varios talleres es evidente. Además, la intervención de tejedores, carpinteros, pintores, curtidores, entre otros posibles colaboradores, se reflejan en cada detalle y elemento que la componen.
5. Silla de brazos
Por último, la silla siempre será coherente con el sistema en el cual se inserta, en este caso el museo que nos invita a la reflexión: el objeto que alguna vez sirvió a una persona se despoja de su funcionalidad para ser considerado arte o diseño. Con el pasar de los años, ¿las sillas dejan de ser objetos utilitarios para convertirse en imágenes de otras épocas, lugares y formas de pensar?
El espacio del museo descontextualiza al objeto y lo convierte en un símbolo. En efecto, la manera en que nos relacionamos con éste será diferente en la cotidianidad. A partir de los discursos y las lecturas que nos plantea la exhibición podemos ver que la silla va más allá de lo evidente: es un símbolo identificable que posee distintos valores estéticos, contextuales y temporales. Es un reflejo de lo que fuimos.
6. Silla sin brazos