Cuando el escritor italiano Darío Fo ganó el Nobel de Literatura en 1997, de inmediato se disculpó con José Saramago. El actor, dramaturgo y director teatral se comunicó con el novelista portugués para ofrecerle una disculpa por ‘robarle’ el premio ese año. No obstante, José Saramago obtendría el mismo reconocimiento tan sólo un año más tarde.
Historias como éstas ocurren con frecuencia cuando se trata de uno de los galardones con más pretigio a nivel mundial. Año con año, miles de personas participan en las apuestas y los pronósticos de sitios electrónicos que ofrecen un amplio margen de ganancias a quienes adivinen los ganadores del Nobel de Literatura y las ganancias son cuantiosas.
No obstante, así como existen diferentes tipos de ganancias, las pérdidas también son distintas. En el caso del escritor mexicano Octavio Paz, la pérdida del Nobel se reduce a una sola expresión: no se pierde lo que no se posee y Paz se convirtió en el único escritor, quizá, en haber perdido un Nobel pese a que la crítica, las apuestas y el círculo intelectual de su país se lo habían concedido.
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Miércoles, 18 de octubre, de 1989. Carlos Puig tiene una sola misión: obtener en exclusiva la primera declaración del escritor mexicano en cuanto ganara el Nobel de Literatura de aquel año. Nada puede salir mal. Con cinco meses como corresponsal en Washington para la revista “Proceso” y a tres años de haber egresado de la licenciatura, Puig estaba muy cerca de alcanzar la gloria como reportero.
Dos días antes, el editor de la sección cultural del semanario con sede en México, Armando Ponce se comunicó con él y le asignó el proyecto: “Carlos, tienes que ir a Utah. Don Julio (Scherer) sabe que ahí va estar Paz este jueves, cuando se dé el Nobel y le va a tocar este año. Es un secreto lo de Paz allá, sólo don Julio lo sabe, seremos los únicos en el mero día”.
En Utah, Puig se hospeda en el mismo hotel que Octavio y su esposa, Marie Jo. Conoce con lujo de detalle el piso y la habitación donde se encuentra el matrimonio y tiene el programa de sus actividades. Esa tarde Paz dará la primera de tres conferencias magistrales. El resto de la tarea consiste en esperar; él y Armando han acordado que no se presentarán frente a Octavio, sino hasta la mañana siguiente cuando se anuncie al ganador.
Esa tarde, el auditorio del Museo de Bellas Artes de la universidad recibió unas 400 personas con motivo de la XXI Conferencia Tanner en Valores Humanos y Poesía. Carlos Puig no aparta sus ojos ni por un momento del ensayista mexicano. Lo sigue con la insistencia de los felinos y registra todo en su libreta de notas: «Paz viste un traje azul, corbata azul, celeste la camisa, y claros los ojos que fija en el público. Antes de comenzar Paz mira a Marie Jo en primera fila, quien durante la lectura no quita los ojos de su marido, como si lo viera por primera vez.»
El sonido no es tan bueno como Puig lo hubiera querido, pero nadie protesta. Octavio Paz se dirige al público en un inglés correcto, pero débil en pronunciación. Sólo su mano derecha acompaña la intensidad de sus palabras en un gesto constante y distintivo. Al concluir su intervención, los espectadores le aplauden hasta lograr que el poeta se sonroje. A continuación, anuncian, Paz responderá algunas preguntas. Momento que aprovecha Puig para abandonar el lugar.
De vuelta en el hotel, Carlos vigila al matrimonio, rodeado por los organizadores de las conferencias, a una distancia que no les permita identificarlo u advertirlo. Los vigila en silencio, mientras bebe algunos tragos para calmar los nervios, y al hacerlo, nota el temblor de sus manos al sostener la copa de cristal. Ni siquiera parpadea. Hacia las 10:30 de la noche Octavio y su esposa regresan a la habitación. Los teléfonos celulares ya existen, pero aún no son el furor de las masas, razón por la que Puig llama a Ponce, su editor, desde su recámara.
El clímax de la operación está a punto de suceder, piensa Carlos. “Ponce me marcará desde México en el momento en que se dé el anuncio. Yo caminaré hasta la habitación de los Paz y tendremos la exclusiva mundial”, la cabeza de Puig es un nido de frases inquietas y emociones ruidosas; no puede estar tranquilo. De inmediato solicita a la recepción que lo despierten media hora antes del anuncio en Suecia. Abre la puerta de su habitación y echa un vistazo a la recámara del matrimonio Paz. La luz está encendida. “Están esperando el anuncio”, murmura: “o ya lo saben”.
Horas después timbra el teléfono. La hazaña está a punto de concretarse. Puig lleva el auricular hasta su oreja y escucha con atención: “Es Cela, carajo” Sus labios apenas balbucean algunas palabras y Armando Ponce, su interlocutor, prosigue sin hacerle caso “Camilo José Cela, el español, carajo”. Carlos se asoma una vez más por la puerta de su recámara. La luz de la habitación sigue prendida.
Un poco más tarde, en el vestíbulo del hotel, Carlos Puig decide acercarse hasta donde se encuentra Paz y lo intercepta antes de que que pierda la oportunidad: “Maestro, soy Carlos Puig de la revista Proceso. Me mandó Don Julio, pensamos que hoy estaríamos celebrando…” Octavio hace una pausa. El silencio es total entre él y el periodista. Después, un estallido. El escritor comienza a reír tanto que la gente a su alrededor no sabe qué ocurre.
“Ay, este Julio. Qué bárbaro este Julio. Marie Jo, Marie Jo, mira la locura que hizo este Julio. Este muchacho, Puig, hasta acá lo mandó. ¡Qué bárbaro este Julio!”
Desde ese momento y hasta el viernes 20 de octubre, Carlos acompaña al poeta y su mujer a diversos actos donde es presentado como el catalán (por el origen de su apellido), que el loco de Julio mandó hasta Utah pensando que le darían el Nobel a él, a Octavio. En ese momento Paz sólo era un escritor más. El premio llegaría un año después.
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Tal y como sucedió con Octavio Paz, otros escritores latinoamericanos han obtenido el máximo galardón literario, como otros literatos que han contribuido al crecimiento de las letras de este continente.
Referencia:
NEXOS