“Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti”.
“Batallas en el desierto es el libro más aclamado de José Emilio Pacheco. El libro que retrata a México cuando ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo”. México, la colonia Roma, las películas de Tin Tan y los boleros que resonaban en todos los radios. Los niños jugaban en el patio batallas campales en medio de la arenas. Las personas eran un misterio, con un aura que la Guerra Mundial había traído consigo.
En el mundo todo había cambiado. Carteles que veneraban a Miguel Alemán y escuelas infestadas con niños con polio, las radionovelas, y siempre presente, la avenida Insurgentes. El mundo, como decían los periódicos, atravesaba por un momento de angustia y crisis, aunque lo peor, al parecer, ya había pasado. Este libro hace una crónica del centro de la ciudad. Con sus calles llenas de energía y una mezcla cultural como tal vez nunca antes se había vivido en el país: los refugiados y los “indios” convivían.
Pero “Batallas en el desierto” no sólo fue un reflejo del mundo en ese entonces, también se convirtió en la aventura que todos los pubertos hubieran querido contar alguna vez: Cuando Carlos conoció a la mamá de Jim, Mariana, una mujer esplendorosa, con piernas largas y una actitud poco conocida para las mamás de esa época, se dio cuenta de que había perdido la razón y había caído en el enamoramiento que siempre había anhelado.
No podía pensar en las matemáticas porque el rostro de Mariana aparecía en lugar de los números, no podía leer porque en lugar de oraciones coherentes sólo veía su nombre en cientos de hojas de papel. Mariana se convirtió en su todo pero también en su perdición: su primer desamor. Esa mujer alta y delgada, dejaría de ser la mamá de su amigo para convertirse en un ser perfecto que le demostró que el amor a alguien más grande, es posible, pero casi siempre sólo va en una dirección.
La popularidad de “Batallas en el desierto” fue tan grande que Alberto Isaac dirigió una película que contaba las astucias de Carlos: “Mariana, Mariana” y Café Tacvba entona aún en sus conciertos su canción “Las batallas” que cuenta la arriesgada historia del joven.
“A escondidas y con gran asombro del periodiquero, compraba Vea y Vodevil, practicaba los malos tactos sin conseguir el derrame”.
“Querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoníaco es el odio”.
“Todos somos hipócritas, no podemos vernos ni juzgarnos como vemos y juzgamos a los demás”.
“Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza”.
“Lo que más odio: La crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tienen para comer mientras otros se quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el arroz o en los guisados; que poden los árboles o los destruyan; ver que tiren el pan a la basura”.
“El impulso de ir a su encuentro se mezclaba a la sensación de molestia y ridículo. Qué estupidez meterme en un lío que pude haber evitado con sólo resistirme a mi imbécil declaración de amor. Tarde para arrepentirme: hice lo que debía y ni siquiera ahora, tantos años después, voy a negar que me enamoré”.
“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré”.
“No hay ninguna posibilidad de que te corresponda. Pero otra parte, la más fuerte, no escuchaba razones: sólo repetía su nombre como si el pronunciarlo fuera a acercarla”.
“Me estremecí. No la besé. No dije nada. Bajé corriendo las escaleras. En vez de regresar a clases caminé hasta Insurgentes. Después llegué en una confusión total a mi casa. Pretexté que estaba enfermo y quería acostarme”.
“¿Por qué tienen que pegarle etiquetas a todo? ¿Por qué no se dan cuenta de que uno simplemente se enamora de alguien? ¿Ustedes nunca se han enamorado de nadie?”.
“El impulso de ir a su encuentro se mezclaba a la sensación de molestia y ridículo. Qué estupidez meterme en un lío que pude haber evitado con sólo resistirme a mi imbécil declaración de amor. Tarde para arrepentirme: hice lo que debía”.
Este libro es uno de los mejores de la literatura mexicana, sin embargo, también existen otros dignos representantes de las letras en nuestro país: “De todos los riesgos que ha corrido por usted, el único que no hubiera corrido nunca es el de no haberlo hecho”.
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