Ella es lo último que recuerdo. Su olor, su color, su boca y sus manos, su cabello metiéndose en mi cara y su piel deslizándome. Todavía la escucho. Todavía la escucho decir…
—Adiós.
No he podido recuperarme. Decidí suicidarme. Sabía cómo pero elegir la forma me atraía más por pretexto a dudar que por la solución misma. Así que visité a un amigo, de esos que le ayudan a uno en las buenas y en las malas. Deberás colgarte después de tomar cianuro y cortarte las venas. ¿Y la pistola? Por si sufres. Aún siento el tubo en mi estómago y su camino recorrido. Yo pensé que era cianuro. No me atrevía a sentar, sobre todo cuando eructaba la sal para aliviar la acidez, todavía efervesciendo a pesar de la lavativa. ¿Y qué culpa tengo yo que la cuerda no haya resistido? Salí del hospital tres días después del primer intento. Pensaba en una segunda oportunidad pero… No dejaba de temblar en el recuerdo del golpe que dio mi cara contra el suelo sin nada que la amortiguase. Además de los rojos chisguetes que saltaron como fuente, tanto de mi muñeca cortada como de mi pierna baleada. Cualquiera puede fallar ¿no? Me despedí de mi amigo, le di las gracias y negué otra oferta de su ayuda. ¿Estás seguro? No quiero morir por partes. ¡Pero qué te ha pasado, muchacho! En aquellos días era religioso y no me atrevía a mentirle al viejo sacerdote de la parroquia. Sólo me quise suicidar. ¡Qué! Excomulgado. Comenzó a llover y un automovilista me bañó de agua con tierra. ¡Órale, güey! ¡Fíjate por dónde pasas, pinche cojo! Apenas pude distinguir con el ojo sano.
Encontrarme a mitad de la calle era la oportunidad para el segundo intento. ¡Quítate! El siguiente será. ¡Estás ciego o qué! El que sigue. ¡Idiota! Alguno tendrá que ser. ¡Pendejo! Todos me esquivaban. Era fácil pues las muletas no me dejaban acercar lo suficiente. En lo que llegaba al carril de unos el agua puerca ya estaba en mi cara, y en lo que llegaba al otro los insultos se despedían a distancia. Me cansé y recordé lo último… ¿Me amas? Siempre. No me dejes. Nunca me dejes. En la cama todos los enunciados son verdaderos. Siempre te amaré. Me abrazó infinitamente, sin dejarnos de matar la individualidad. Las sábanas blancas y ella en medio, yo mirándola de pie, despidiéndome sin saberlo. Ella es lo último que recuerdo. El recuerdo se despidió por unas tremendas luces de camión. Ése era el que tenía que arrollarme, pero no sé cómo hizo el chofer para detener su monstruo. De aquí no pasas sin pasar sobre mí. Y me le acosté enfrente. Nadie podía quitarme, si no me aferraba a la defensa lo hacía al pavimento desgarrándome los dedos. Debo admitirlo, varios me vencieron, me dejaron tirado y sin mis muletas sobre un charco a la orilla de la banqueta. De aquí no pasas. Pero a rastras volví a obstruirles el paso. Tuve que soportar tremendos golpes en mis manos necias de no soltar la parrilla; después unas piernas y finalmente unas botas. Y después ya nada. Sentía las manos rotas porque ya no podía desplazarme ni a rastras sobre la plazuela de la iglesia Santa Rosa, donde finalmente amanecí. Al mediodía unos hombres me subieron a una camioneta. Durante el camino sólo escuchaba sus risas al contar las monedas que me había arrojado la gente. No tardé en dormir y soñé. Soñé el recuerdo. Te amo. ¿Han deseado morir? No es fácil aceptarlo, y más difícil satisfacer dicha necesidad arbitraria. No es buscar la muerte por sí misma sino como remedio final para dejar de sentirse tan mal. No me refiero a las tristezas de insatisfacción de otros deseos sino a la tristeza total del ser humano. Ella es lo último que recuerdo. Me recuerdo como un ser volador metafísico, donde un instante de vida en la participación tercera, que es uno mismo viéndose desde las ideas, siente la totalidad de ser una especie en dos cuerpos, que es uno en la idea. No cualquier enfrentamiento material de los géneros. La razón como instrumento para estructurar la sensibilidad es necesaria, sin embargo, el punto esencial en el proceso del ser humano es la voluntaria esclavitud de pertenecer. A uno mismo a través de quien uno está dispuesto a regalarle el derecho natural de ser libre. Una última oportunidad. Puedo hacerlo, la seca racionalidad me lo permite. La libertad posibilita un tercer intento. Y recordé… Ella. Entonces me arrojé… A las vías del tren. Los fierros hicieron un ruido espantoso cuando el poderoso armatoste pasó barriendo con todo.
Adiós.
Siempre creí que al morir no había nada, pero qué extraño es aquí, se parece mucho al mundo. Los sentidos me dicen que no hay nada nuevo, sobre todo el olfato, que arde hasta la frente los metales lacerados. ¿Será el infierno? Pues se parece mucho al mundo. Me ví el cuerpo y moví cada parte. En ese momento no había duda, estaba muerto. Mis miembros están completos. ¿Por qué sigo en el mundo de los vivos? ¿Cuál es el proceso para mi espiritual colocación? La medida temporal es inservible para los muertos. No hay que preocuparse por dormir o comer, si es de día o de noche, y tampoco tenemos que estar afligiéndonos por los innecesarios hábitos de la cultura. La ciudad es la misma, todos siguen iguales. Yo soy el único diferente. Ya estoy muerto. Esperé mi destino toda la noche y, de pronto, me dieron ganas de llorar. Misteriosamente las manos se me enfriaban y, paulatinamente, el dolor de las viejas lesiones reiniciaba. ¿Será el castigo por suicidio? Al amanecer las heridas eran más que notorias y no pude levantarme. Vomitaba tierra al toser, tenía hambre y ganas de dormir en una cama tibia y suave. Lo insoportable del dolor aumentó y el preludio de un desmayo implicó. Profundo sueño con infinidad de términos. Eterno descanso de cuerpo e ideas, de razones para querer absurdamente despertar. No los volveré a molestar. Estoy en el cielo, pensé que no me aceptarían. Todo es como lo imaginé, vestido de blanco pero sin nada que cubra mi espalda. Ha de ser una divina tradición. El horizonte es azul claro y las personas o, mejor dicho, almas, visten como yo, aunque algunos con pañuelos en la boca, muy parecidos a los tapabocas clínicos. Todos me cuidan y en cada despertar desaparecen poco a poco las heridas. ¿Cómo se siente? Bien, bien, me siento bien. ¿Ya no hay molestias en la pierna? No, de hecho ya ni la siento. ¿Así pasará con el resto del cuerpo? No, no, no me diga. Ya he leído sobre lo que pasa cuando uno deja de ser materia. Enfermera, suminístrele una inyección de clonazepam. ¿No estamos en el cielo? Que sean dos inyecciones.
Tercer intento: fallido.
Ha pasado mucho tiempo desde que pude recuperarme, tanto del cuerpo como del amor, y no me arrepiento de lo que hice. De haber amado hasta matarme, de haber sobrevivido a dos intentos de suicidio y del tren… Bueno, en cuanto al tren el pendejo fui yo. Me aventé a la vía contigua. De eso ya hace mucho tiempo y hoy soy un viejo decrépito. Hasta la fecha no he buscado otros intentos, no hubo porqué ni para qué. Hasta la fecha no he vuelto a sentirme así. Vivo. Yo creí que era un ser que vivía, pero realmente dejé de serlo el día en que se me quitaron las ganas de morir, pasión primera y última por la existencia.
Ella es lo último que recuerdo.
Te amo.
Morir es lo último que recuerdo.
* * *