Era un pequeño puerto de playas vírgenes codiciadas por los grandes hoteles y grupos inversionistas. La proyección turística era inminente. Las elecciones para presidente municipal estaban a la vuelta de la esquina. El partido ganador se llevaría una gran rebanada de pastel en permisos y toda clase de sobornos.
Quienes en ese entonces se hacían con el poder, eran conscientes de la importancia de recibir el mayor número de votos. Esta vez tendrían que hacer algo grande; regalar camisetas no sería suficiente.
Y así fue, en El Partido tuvieron una brillante idea. Con motivo del Día del Padre, ofrecieron un viaje en lancha para padres e hijos. Por turnos, recorrerían la zona de arrecifes y volviendo les ofrecerían algún bocadillo. “Algo barato pero que llene, fue la orden.
Era un domingo por la mañana, hombres y niños se congregaron en la playa, todos portaban camisetas blancas, el escudo de El Partido lucía en sus espaldas impreso a gran tamaño. Pero hubo un error de planeación, nadie en la organización pensó que el escudo se cubriría al colocar un chaleco salvavidas en los invitados. Se decía que estas serían las elecciones más reñidas de los últimos años. Decidieron no poner chalecos a los asistentes.
El Partido ganó las elecciones, pero no gracias a aquel viaje en lancha, sino a un evento posterior, un acontecimiento que tocó el corazón de la gente, que mostró el rostro más solidario de la institución.
Una desgracia, la muerte Genaro, un pequeño de seis años, conmocionó a todos en el puerto. Su padre, del mismo nombre, aseguró que habían ido a pescar en lancha. El mayor de los Genaros cayó al mar cuando un tiburón rondaba la zona. El pequeño, consciente de que su padre era responsable de su madre y sus tres hermanos menores, se arrojó a las aguas para distraer al depredador y que su padre tuviera tiempo de volver a la lancha.
Ante los escasos recursos de la familia del fallecido, El Partido se hizo cargo de todos los gastos del funeral e incluso realizó un acto en su honor en la plaza principal. Eso sí, con la condición de no ser una ceremonia de cuerpo presente. Al evento acudió muchísima gente, Genaro se había convertido en un héroe local. Esta vez el enorme escudo de El Partido lucía en un fondo negro en todas las espaldas de los asistentes. Las camisetas que regalaron debían ser adecuadas al evento.
Hoy, en la parte Oeste de la alameda principal del puerto, se encuentra la estatua de un pequeñito, a su lado, una placa que decía lo siguiente: “En honor a Genaro, el Héroe más grande que hayamos visto”. La firma el actual presidente municipal.
Se dice que cada domingo, un lujoso auto se estaciona frente a la alameda. De él desciende un hombre con un ramo de flores que durante unos minutos reza frente al monumento. Su rostro resplandece de orgullo, pero no puede ocultar su tristeza. Lo que sí ha ocultado es la verdad: su hijo no fue ningún salvador, murió ahogado aquella mañana de domingo al caer al mar y no tener puesto un chaleco salvavidas. Sus gritos fueron opacados por el ruidoso motor.
Se dice que fue hasta que la lancha volvió a la playa, cuando el hombre se percató de la ausencia de su hijo. Se le escuchó gritar y discutir con algunos miembros de El Partido. Dicen que fue a parar hasta la oficina de El Candidato Electoral, quien le hizo una oferta irrechazable a cambio de su silencio.