Entrar en su estudio es encontrarse cara a cara con su universo. En esa habitación que podría fácilmente inspirar una película de Tim Burton hay una mesa instalada frente a un boceto a lápiz donde se reúnen ecléctica e informalmente un elegante antifaz, un sombrero negro de copa, varios portarretratos con fotografías en blanco y negro y cráneos de criaturas fantásticas. Al fondo, repisas llenas de juguetes, muñecas y figuras de acción que reflejan el paso del tiempo y remiten de inmediato a la magia de la infancia. Así es Raúl Serralde, un pintor que encuentra la conexión entre la imaginación, la cultura pop y el surrealismo de la década de los noventa que inspira su obra.
Mientras lee Hi Fructose, el artista se prepara para un nuevo proceso de creación, el cual inicia con bocetos a lápiz a los que después añade color hasta que se desprenden del papel para convertirse en esculturas 3D y en personajes animados. La obra de este artista plástico dista mucho de lo tradicional porque converge entre la creación de personajes y el estilo visual y narrativo de su mayor influencia: el pop surrealismo.
La nostalgia es la esencia que inspira cada una de sus pinturas de gran formato. Por ello se identifica con los ideales conceptuales del pop surrealismo o lowbrow, un movimiento underground de finales de la década de los 70 que se desarrolló en Los Ángeles, California, meca de la industria del entretenimiento. Con la generación de los baby boomers nació una cultura caracterizada por el bombardeo visual de las caricaturas, comerciales, y una infancia marcada por el cine y la televisión. Fue este nuevo lenguaje el que se apoderó de géneros como la pintura y la ilustración, y sin importar si pertenecían o no a algún movimiento, esta realidad fue retratada en la creación de los artistas contemporáneos.
En este nuevo contexto, Raúl Serralde afirma que se puede conocer a una persona preguntándole qué personaje es o cuál serie de televisión definió su manera de ver el mundo, lo que automáticamente pone en evidencia la década en que transcurrió su infancia.
Con todo este bagaje de narrativas visuales, Raúl Serralde se niega a encasillarse en el lenguaje de la pintura figurativa o abstracta, aunque rescata elementos de ambas para mezclarlas con la esencia de la ilustración y su experiencia como director de cine de animación en Pixar. A esta mezcla se suma su amor por el cómic y su núcleo familiar, en el que sus abuelos decoraban sus casas con retratos en blanco y negro, hasta que poco a poco, la fotografía a color cubrió las paredes. Esos son los cambios radicales que han marcado el tono nostálgico que transmiten sus obras.
Lo interesante de la creación de este artista es su lenguaje pictórico: utiliza la abstracción en las texturas; el hiperrealismo en sus personajes; y el art collage y la retórica del pop surrealismo en su composición. Si observamos con detenimiento, cada una de sus pinturas cuenta una historia porque se guía con la lógica de la ilustración que, a su vez, le da protagonismo a los personajes, como en la novela gráfica o al hacer cine. Como si se tratara de un guión cinematográfico, Serralde parte de una narración para la conceptualización de los personajes, y sobre esa esencia del lenguaje gráfico trabaja su propia interpretación pictórica.
Como el pop surrealismo, su obra tiene interesantes semejanzas con la novela gráfica, además de otras influencias como Mark Ryden y Takashi Murakami, quienes retratan lo pop de la vida cotidiana con una estética barroca y bizarra. En su opinión, como amantes del arte nos cuesta mucho identificarnos con los abstractos o las vanguardistas; Picasso, por ejemplo, es completamente ajeno a nosotros, lo admiramos como a los grandes maestros de la Historia e íconos de la pintura, pero en realidad no nos expresa algo conocido. Lo mismo sucede con artistas de la talla de Van Gogh y Velázquez, en quienes observamos escenas del pasado, pero, siendo honestos, no nos transmiten emociones genuinas.
De este interés por apropiarse de temas comunes surge el proyecto reciente de Serralde, una interpretación de la catrina como un homenaje y al mismo tiempo un intento por desmitificar la figura de esta huesuda elegante, afrancesada, delgada y alta, acompañada del catrín con el excelente gusto de la burguesía del siglo XIX. El diseño de las catrinas de esta serie tiene una herencia visual de la belle époque, tal como se inspiró originalmente José Guadalupe Posada con la influencia porfirista. No como se ha retomado en fenómenos mediáticos como Coco, en los cuales la catrina parece remitir al pueblo y la tradición. Él la sitúa entonces en la estética victoriana, su equivalente en México con la influencia de Porfirio Díaz para “afrancesar” la ciudad y la cultura. Su identidad era el México que soñaba con Francia, tal como el arte sueña ahora con Nueva York y Venecia.
A través de las obras de este artista, podemos echar un vistazo hacia una subcultura rica en influencias, desde arte digital, la pintura, la instalación, video, animación, escultura, cine, etc. Un movimiento que retoma las bases académicas de cualquier artista visual actual, quien debe dominar la técnica del dibujo antes de experimentar libremente con la línea, los volúmenes y colores; pero ahora debe también saber los lenguajes y los programas de 3D, fotografía, edición digital y animación.
Pero para comprender este universo complejo que reúne el mundo digital y la enseñanza académica clásica, a México aún le faltan algunos años, pues Raúl Serralde afirma que la industria de la pintura quizás aún no está preparada para estas corrientes y a pesar de que no se considera parte de este movimiento pop surrealista, asegura que el arte actual debe dirigirse hacia las experiencias interactivas, hacia las herramientas del mundo virtual y dejar atrás la separación entre el cómic y la pintura, o la ilustración de la animación para dar paso a un movimiento integral rico en lenguajes e interpretaciones, pero sobre todo, que narre nuestro presente y deje de replicar discursos del pasado.
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