La realidad es imperfecta a pesar de que el arte se empeñe en demostrar lo contrario. Durante siglos los artistas esbozaron un mundo lleno de sosiego y arcángeles; las personas observaban grandes obras colmadas de belleza y sentían que su cuerpo se alzaba hacia el cielo, pero a penas abrían los ojos a la verdad y un terreno imperfecto les recordaba lo difícil que es existir. ¿Por qué disimular la crudeza de la vida?
Ya para el siglo XVII, diversos artistas holandeses se inclinaron por una tendencia estilística original que se llamó Realismo Naturalista. El objetivo era recrear personajes, situaciones y escenarios verdaderos, muy cercanos a la cotidianidad. Había que imitar la naturaleza, crear imágenes convincentes y al mismo tiempo darle una carga simbólica y un sentido estético.
Una definición concreta de esta época, conocida como el Siglo de Oro holandés, la dio el artista y teórico Samuel van Hoogstraten, quien definió la pintura como una «ciencia que representa todas las ideas y nociones que el mundo visible puede ofrecer y que engaña al ojo con contornos y colores». Los teóricos dicen que de las seis cualidades percibidas visualmente del entorno, sólo la luz y el color son propias de la visión; las cualidades de situación, distancia, tamaño y figura se entienden a partir del tacto. La magia del Realismo Naturalista –y la aguda habilidad del pintor– propone una tratamiento especial para trabajar con la percepción visual y táctil.
Por lo general los escenarios son espacios domésticos donde habitan personajes comunes que representan fielmente la sociedad seiscentista holandesa. Hay mujeres leyendo, escribiendo o estudiando como muestra del proceso de alfabetización de la nación. Se centran en familias burguesas que trabajaban en el comercio marítimo y al mismo tiempo generaban conocimientos en geografía y cartografía. El Siglo de Oro holandés es tan realista que presenta temas como el amor, el trabajo hogareño, la fiesta y la lujuria.
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“Mujer leyendo una carta” (1666)
Gabriël Metsu
Al querer retratar la realidad tal y como es, Gabriel Metsu crea un cuadro romántico agridulce. Una mujer se encuentra cosiendo un vestido hasta que recibe una carta y pone toda su atención en las letras. ¿Quién es el remitente de aquel discurso que paralizó el corazón de la dama? En la pared se encuentra un cuadro donde la tormenta embiste un barco, aquello podría simbolizar la tempestuosa relación que existe en la habitación. El perro representa fidelidad, la zapatilla en el suelo es la lujuria y el espejo la vanidad. Resumiendo, Metsu pintó acerca de las dificultades románticas que existían en aquel siglo.
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“La ronda de noche” (1642)
Rembrandt
Rembrandt muestra a soldados listos para embarcarse en una gran misión. La tensión de la obra rompe con la quietud a la que se estaba acostumbrada en aquella época, otorgando a la pintura una superioridad simbólica que juega con las sombras y la luz de una forma incomparable. La composición sigue la tipología del Barroco al reunir a múltiples personajes en un espacio reducido. Entre la multitud destacan el Capitán Frans Banning Cocq, el Teniente Willem van Ruytenburch y una niña, el único ser femenino que sirve como foco de luz.
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“El geógrafo” (1669)
Johannes Vermeer
El personaje que creó Vermeer representa a todos los intelectuales holandeses entusiastas de la geografía y cartografía, conocimiento de suma importancia para la época. Nuevamente la composición se enriquece con una ventana del lado izquierdo por donde entra la luz natural que baña a toda la habitación y enfatiza la profundidad y el lugar de los objetos.
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“Hombre escribiendo una carta” (1666)
Gabriël Metsu
En otra entrega, Metsu revela quién es la persona que le escribió a la “Mujer leyendo una carta”. Él es su esposo, quien se encuentra lejos del hogar por trabajar en el negocio marítimo, de ahí que se encuentre un globo terráqueo a sus espaldas.
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“La alcahueta” (1625)
Gerard van Honthorst
La luz y las sombras recuerdan al Caravaggio que destacaba a sus personajes de la oscuridad. La pintura retrata el lado libertino de la sociedad, colocando a una joven risueña coqueteando con dos hombres. Las plumas en el cabello son un símbolo de libertinaje mientras que el laúd representa la lujuria. Actualmente la obra se exhibe en el Centraal Museum de Utrecht.
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“Fiesta musical en un patio” (1677)
Pieter de Hooch
La aristocracia holandesa aparece en la pintura de Pieter de Hooch donde la luz y la perspectiva realzan la estética de la obra. Su peculiar estilo recrea personajes comiendo, bebiendo y tocando música, actividades favoritas de los burgueses, grupo al que retrató la mayor parte de su vida.
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“Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp” (1632)
Rembrandt
En pleno siglo XVII los descubrimientos en la anatomía seguían sorprendiendo a la comunidad intelectual europea. En ese entonces se hacían disecciones públicas que eran retratadas por pintores holandeses. En la esquina inferior se alcanza a ver una enciclopedia que fungía como guía al doctor. El tomo es De humani corporis fabrica, el cual fue base de la medicina moderna.
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“El armario de la ropa blanca” (1663)
Pieter de Hooch
En ese afán de retratar escenas cotidianas, Pieter se centró en la pintura de género. Aquí la luz natural es casi inexistente, creando una atmósfera sombría en las enormes casas de las familias adineradas. Posiblemente sea una mujer y su sirvienta que están guardando las delicadas ropas en un armario de roble y ébano. Los distintos planos provocan la sensación de profundidad, especialmente por el marco al fondo que da a la calle.
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Referencia:
Uribe Flores, Mónica. Descartes y el interior doméstico holandés en el siglo XVII. III Coloquio de Doctorados. Posgrado en Filosofía. UNAM. 2009.