La evolución, para muchos retroceso, que ha tenido el artista y su obra, nos ha llevado a preguntarnos si un montón de escombros o una vasca sobre la arena es arte. Nos guste o no las nuevas propuestas artísticas son un firme reflejo de la relación tiempo-espacio a la que pertenecemos. No se puede acercarse al arte del siglo XX y XXI esperando encontrar únicamente obras que nos hagan exclamar por su agradable y en ocasiones insulsa belleza.
Desde años atrás las vanguardias artísticas se han aliado con la polémica del autor y la provocación del espectador. Las obras comenzaron a romper de manera radical con la tradición para sorprender, inquietar o escandalizar al público. Esta tendencia se fue acentuando a lo largo de todo el siglo XX, pero en los años 60 se llegó a un punto alarmante. En esta década la locura, violencia, el asco, y la autodestrucción se convirtieron en temas centrales para muchos artistas que buscaron herir la sensibilidad del auditorio. Tal cual lo hizo Tony Conrad en 1966. A diferencia del performance, acto en el que algunos artistas se autolesionan, Conrad dio un paso más allá al presentar el video “The Flicker” para concebir una obra que también provocaba daños, pero no a él, sino al público.
La obra que muchos han catalogado como una pieza audiovisual enferma, se centró en provocarle al espectador una sensación insufrible a través de una especie de LSD visual. Este video de 30 minutos dejo de ser alucinante para hacerse insoportable. Muchos aseguran haber atravesado una especie de paranoia o esquizofrenia, otros padecieron ataques epilépticos en sus butacas. Las imágenes que parpadeaban en la sala convirtieron a “The Flicker” en una irreverencia del arte; inteligentemente el filme comienza con una advertencia:
“El productor, el distribuidor y los exhibidos declinan cualquier responsabilidad por daños físicos
o mentales provocados por la película The Flicker. Debido a que esta película puede inducir ataques epilépticos o síntomas leves de conmoción en algunas personas. Si permanece en la sala es bajo su propia responsabilidad. Hay un médico presente”.
https://www.youtube.com/watch?v=ZJbqnztjkbs
Velo bajo tu propio riesgo.
Muchos se mofaron del aviso, pues creían que se trataba de puro sensacionalismo publicitario. Minutos después, los efectos estroboscópicos generados por una sucesión rápida de fotogramas blancos y negros confirmaron que el filme de Conrad podía aniquilar el sentido, provocar migrañas, náuseas, alucinaciones o incluso ataques epilépticos.
¿Cómo se logró una obra de tal peligrosidad?
Conrad tuvo un amigo que falleció ahogado durante un ataque de epilepsia y era consciente de que las luces intermitentes podían generar ese tipo de problemas, así que antes de estrenar su película contactó a un médico experto en el tema. El neurólogo en cuestión le confirmó que el riesgo era real y le advirtió que el simple hecho de colocar un cartel de aviso podía generar ataques imaginarios en gente que en realidad no era epiléptica. Conrad añadió una advertencia al inicio de la película para informar a los espectadores del peligro y dejó algunos minutos el aviso en pantalla para que salieran de la sala quienes lo consideraran necesario.El potencial destructivo de “The Flicker” no radica en la probabilidad de sufrir un ataque epiléptico, sino en su poder alucinatorio. A medida que va aumentando la velocidad de las transiciones de blanco a negro la película se acompasa con las frecuencias neuronales produciendo efectos ópticos en la retina del ojo. Algunos espectadores afirman ver colores y patrones geométricos, como espirales o círculos concéntricos; otros hablan de letras, números o incluso animales. Finalmente de esas alucinaciones derivan los ataques epilépticos.
‘Four Violins’ (1996)
Anthony Schmaltz (Tony Conrad) fue un artista estadounidense que exploró los límites del arte y las matemáticas. Pionero del cine estructural y la música minimalista, autor de la película “The Flicker”,
arquetipo de la vanguardia cinematográfica de los sesenta y colaborador de la banda alemana Faust en el álbum “Outside the Dream Syndicate”. A partir de obras musicales como “Salvo Day of Niagara” el artista creó una consonancia desde la disonancia, es decir, un compendio de afinaciones no convencionales que apoyaban su sentido antirracionalista.
“
Outside the Dream Syndicate” (1972)
Años después Conrad trabajó en “Outside the Dream Syndicate”, un álbum i
gnorado por la crítica de la época. Esta repetitiva composición estaba fundamentada en el ritmo obsesivo y elemental de una batería en círculo cerrado y el violín de Conrad; instrumentos que originaron el estilo minimalista que todavía persiste en la música. Las ideas de Conrad eran tan excéntricas como inalcanzables, pues cuando él comenzó a trabajar en el ámbito del videoarte planteó una serie de películas, “Yellow Movies”, con la idea de que su proyección durara 50 años.
Conrad falleció el 9 de abril de este año, dejando huella como uno de los artistas más transgresores de un época que quizá no lo entendió en su totalidad. Su mayor reto, el de filmar largas cintas de varios días, no pudo concretarse y muchos se cuestionaba si ese proyecto hubiera sido tan impactante como el corto que provocó ataques epilépticos en sus espectadores o tan ignorado como muchas de las ideas de este innovador y excéntrico artista.
**
Referencia:
Detour