La personalidad de los directores de cine de arte es muy peculiar. Se necesita ser un conocedor de las formas y los métodos para rebelarse contra ellos. Poseer espíritu de anarquía estratégica frente a los planos y a las secuencias. Guardar amor apache a los personajes que en su mente idee minuciosamente. Sus escenas deben empezar donde él termina. De preferencia, debe ser curioso y si se pude, grotesco de vez en cuando. Sus espectadores siempre se preguntarán qué carajo han visto, desearán entender qué quiso plasmar.
No debe ser fácil, mucho menos ameno. Incluso a veces debe ser imposible de digerir. Inspirará a buscar respuestas a través de otros medios. Será un viajero de las artes y no se conformará con hacer cine, buscará otras aberturas en la imaginación de la gente y su reino no tendrá fin.
El cineasta de arte será así. Será un sabio, un intelectual que no alcanzó a impregnar sus sueños en hojas de papel, pero tal vez sí en negativos. Durará tanto tiempo en el medio que vivirá el traslado del blanco y negro al color. Su nombre será David y se apellidará Lynch. Se inspirará en el mundo para crear el suyo, destilará la fantasía de la vida diaria y la hará psicodelia. Jugará de manera perversa con los términos más básicos de la psicología y la histeria humana.
Será uno de eso kamikazes del séptimo arte que se atreverán a rodar 176 minutos de metraje para confesar que no tiene ni idea de lo que trata de grabar. Tres horas para una idea que no tiene clara. Antes de él, cuando un director no tenga clara su intención se verá descarada y es probable que no pase de los 90 minutos, sólo él sabrá divagar en la incertidumbre.
Dibujará cabezas sin rostros. Desnudará a su oficio y a su arte en la presentación de una de sus obras. Distorsionará los sonidos. Hablará con prostitutas. Edificará pesadillas con imágenes oscuras y su trama será la historia de una mujer con serios problemas. Y a algo tan complejo le dará simplicidad. Sólo él sabrá hacerlo. Ese será el último acto de su majestad al frente de una cámara. Pero no será tan obvio. También hablará de los sueños como nadie lo hará.
Primero presentará a una actriz aspirante a convertirse en una estrella de Hollywood. Luego hará a la morena estrellarse en su auto. No explicará de qué va su primer y segundo acto, pero el público se lo tragará por la duda que plantea en su alma. Figurará a un vaquero que pide a gritos que los demás despierten para darse cuenta de que el sueño fue mucho mejor de lo que vivirán. Extrañamente su película sobre los sueños será lo más apegada a lo que son los sueños, y aun así nadie lo entenderá. Se paseará por Hollywood sin necesidad de trabajar para esa monstruosa industria.
El público se acostumbrará a sus universos, no serán enteramente ficticios o pretenciosos en soñación. Estudiará sobre los síndromes fisiológicos y genéticos más crueles en los que la fe humana se ve muerta, y los dotará de sensibilidad y humanidad. Maquillará a un sujeto hasta quitarle su esencia terrícola. No sabremos en qué parte empieza su cara y comienzan sus rodillas, pero nos conmoveremos por las paredes que lo encierran. Otros directores tratarán de repetir su fórmula y se verán ahogados en ella.
Otras veces también hablará del amor y nadie le va a recriminar nada, porque aunque sea terreno desconocido para él, no lo hará mal. Tendrá su visión del mundo y no tendrá miedo de mostrarla. Muchas veces se le señalará con el dedo en alto por no ser suficientemente claro, o por tratar de verle la cara a sus espectadores. Pero cuando falte se le extrañará. Porque se asimilará que como productor de música electrónica no es el erudito que todos esperaban. Aunque lo esucharán porque será algo muy parecido a lo que usará para ambientar una de sus películas.
Durante mucho tiempo nadie entendió lo que él quería decir. David Lynch no es, no fue, ni será un amante del espacio temporal ni de la estética color de rosa, pero no por eso se querrá huir de él. Sus películas tuvieron nombres difíciles de pronunciar y sin importar ese obstáculo, el público asistió a los videoclub y a las tiendas de discos para preguntar por ellas.
Sin importar que “Mulholland Drive” o “Island Empire” fueran imposibles de pronunciar para un hispanohablante. Y sí, cuando alguien pregunte a un crítico, a un director, o a un cinéfilo qué es el cine de arte la mayoría responderá: “Lost Highway” o “Eraserhead” de David Lynch. Porque el cine de arte es eso: contar una historia como sólo una persona lo haría, sin obedecer a ningún dogma. Tal vez nadie lo comprende, pero se lo deberán.
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