Entre el glamour, el vacío o el misterio de un universo interno colmado de ramas de histrionismo, algunas mujeres llevan una Marilyn Monroe dentro, aquellas que siempre buscan llenar ese cofre emocional y ser vistas más allá de un símbolo sexual. Con frecuencia, sueñan como Monroe, andar desnudas en la iglesia sin sentir vergüenza, creer que al ser percibidas por las miradas aprobatorias y reprobatorias se sentirían menos solas. En el escenario de la calle, repudian el acoso con algunos gritos o miradas de desconcierto, mientras huyen de ese juicio expuesto a infinidad de subjetividades.
Las Marilyn buscan esa flor de palabras que con cualquier tono son válidas, tan sólo con pronunciar su belleza y sentir que pertenecen a esa jerarquía, como testigos de su plusvalía en la pantalla gigante de su consciencia. Niñas solitarias que encuentran refugio en el cine e imaginan que todos las adoran. Buscadoras del reino corto de la belleza, según Aristóteles. Su reinado es complacer al prójimo, inyectarse de sonrisas ajenas por temor a no ser queridas ni reconocidas como hijas, amigas, amantes, profesionistas o lo que sean.
Si tan sólo contemplaran como lema de su castillo imaginario el consejo de Carl Jung: “El zapato que le ajusta a alguien le aprieta a otro, no hay receta para la vida que funcione en todos los casos”. Así les surja la autovaloración.
Esa búsqueda por complacer el interior a través del exterior también las conduce a caminar como la actriz: cuatro kilómetros de ida y cuatro de vuelta a la escuela para sentir el placer de ser vistas por todos y escuchar cómo resuenan los claxon por su presencia, como si masturbar el egocentrismo recompensara el que fueran ignoradas gran parte de su vida, ya sea por el padre o la madre, y después corrieran con urgencia a mirarse al espejo para saber qué tienen de especiales que todos las miran y aún así desconocerse.
“El sexo es una parte de la naturaleza, y me llevo bien con la naturaleza”, así lo pronunció Marilyn en el documental “Marilyn Monroe Biography in her own’s words”, y de esta manera buscan sacudir los problemas como un montón de polvo que se junta en un rincón: el del olvido fugaz y los dotes de la promiscuidad, como una manera de depositar en ese cofre todos los afectos huecos del amor propio.
La diva de Hollywood alguna vez mencionó: “No me importa vivir en un mundo de hombres, siempre que pueda ser una mujer en él”. El deseo constante de ser adorada más que una orquídea o un espectacular en la calle y retomar esa falta de fe en sí misma se vuelve una constante, un círculo infinito en el que corazones masculinos se ven destrozados mientras ellas sonríen y admiten que sólo duermen perfumadas de Chanel No. 5.
Ellas siguen al pie de la letra la encomienda de Kundera en “La insoportable levedad del ser”: “la coquetería es una propuesta de sexo sin garantía”. Una insinuación basta para satisfacer al ego. A veces con revelar algunos centímetros de piel, contonearse como si no existiera un mañana o sólo vislumbrar con las pupilas a quien se tiene de frente basta para que se produzca el salto de excitación y ganarse la mirada como una propina de autoestima.
Así son. Deambulan por la vida como mudas presencias que testifican su existencia, como enajenadas de sí, tan cerca de su dolor, de su alegría efímera. A veces la desconfianza surge como un verdugo que interroga sus pasos y el tiempo le exige a su consciencia una Paula Strasberg —la maestra de teatro de Marilyn—, para recordarles el potencial que poseen y lo valiosas que son para así lograr salir a la escena de la vida: la de pagar las cuentas pendientes y ser notada como una maravilla que provoque envidia, vestir como muñeca e incluso repetir algunos atuendos, como la actriz lo hizo en sus primeras películas.
No están acostumbradas a ser felices, pues la estabilidad le corta los nervios y cargan una salida fácil, la de dormir y enfrentarse en sueños al hartazgo de ser consideradas objetos invisibles incapaces de ser tomados en serio. La risa y las patadas constantes muestran esa impotencia al sentir que toda su existencia se ha vuelto un vals de rechazo, uno tras otro, o de temores como el de la actriz le tenía a su público, pero no a que la gente le preguntara: ¿cómo estás, Marilyn?
La gloria de la soledad, al menos, les permite reivindicarse por instantes, entre una miscelánea de pensamientos en la que al resto no le importa todo el dolor que contienen, sino la belleza notoria que poseen, pues así lo exige la sociedad; casi como en Hollywood pagar mil dólares por un beso y cincuenta centavos por un alma, así Monroe percibía las tarifas de pertenecer a la industria y perderse.
Esta es la Marilyn que algunas llevan dentro. Desfilan con todo el glamour y el desierto de sentirse huérfanas de la vida, intentando colmar un vacío que sólo ellas podrían llenar. Si, al menos, fueran consideradas estrellas sin cámaras, gritos ni chiflidos y merecieran brillar. Pero tienen que comenzar a creerlo y dejarse de aferrar a esa soledad ficticia, en la que el único escapa es el eterno sueño sin despedirse del mundo.
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A Marilyn Monroe se le encasillaba en el rol de la mujer poco inteligente y que sólo se preocupa por su físico; sin embargo, esta gran arista amaba la literatura y expresó su pensamiento a través de estas 35 frases legendarias y poderosas que debes conocer. Además, descubre sus libros favoritos aquí.