Somos una mezcla de experiencias, gustos, recuerdos y primeras veces. Así se escriben las mejores historias. Te acuerdas perfectamente de tu primera pareja, de la primera vez que viste en vivo tu artista favorito o de la primera mascota que te dio razones para ser responsable.
La memoria selectiva hace de las suyas y conserva en nuestros recuerdos la información más significativa que nos marcó como personas. Es la base de nuestra identidad y la verdad, es un placer poder recordar todos esos momentos que nos hicieron felices en algún punto de nuestra vida, sobre todo cuando esos recuerdos enmarcan nuestros primeros logros.
¿Te acuerdas cuando compraste tu primer coche? Más que un auto se convirtió en tu mejor amigo y en un compañero que se encargó de recolectar los mejores momentos que recuerdas y, sin que te des cuenta, siguen pintando una sonrisa en tu rostro.
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El primer viaje a la aventura
Este punto lo entenderás más si fuiste el primero de tu grupo de amigos en tener auto. ¡Es como si un milagro hubiera sucedido para todos! No te descartaban para ningún plan, obviamente te convertiste en el conductor designado para las fiestas y en tu coche cabían todos, apretaditos, pero llegaban.
Como aquel primer viaje en el que decidieron salir más allá e irse juntos a la aventura. Seguro recuerdas las pláticas, quiénes iban e incluso cómo iban sentados. Porque podrán ir a mil viajes más, pero ése jamás lo olvidarás.
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El primer ataque de pánico
Aunque supieras manejar, la habilidad se va adquiriendo con el paso del tiempo y el primer “rayón” te sacó el corazón, ¿cierto? Habías sufrido de amor, habías tenido días malos y juraste que nada peor te podría pasar en la vida, pero cuando ves que le falta un poco de pintura a tu “primer bebé”, entonces sí entras en pánico.
¡Tranquilo! Ya viste que no es tan grave como lo piensas y al final, esas experiencias te ponen a prueba para convertirte en un mejor conductor. Si hoy pudieras ver tu rostro de asustado, seguro te morirías de risa.
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La primera vez que tuviste que estacionar
Aplicaba perfecto la frase de “si me invitas a un lugar donde me tenga que estacionar, mejor no me invites”. Era un reto más complicado que no hablarle a tu ex en esas noches donde lo extrañabas como a nada.
Si te hubieran dado a elegir entre estacionarse en reversa que regresar el auto y cambiarlo por una bicicleta, hubieras elegido la bicicleta más de un par de veces. Pero ahora piensas: “Si me pude estacionar entre dos autos con el espacio justo, ya nada me asusta”.
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La primera vez que te perdiste
Nunca habías puesto tanta atención a una dirección que cuando empezaste a manejar y un copiloto se convirtió en la compañía más valiosa. No precisamente porque conociera muy bien todas las calles, pero al menos sentías la compañía moral y te cuidaba por cualquier cosa.
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Tu primer concierto privado
Nunca disfrutaste tanto de la soledad y una buena canción hasta que te superaste el miedo del copiloto (del punto pasado). Armabas tus propios conciertos privados y cantabas al volumen que se te ocurría sin que estuviera alguien para juzgarte. Si estaba tu mejor amigo o amiga, cantaban juntos con el mismo sentimiento. Además, ¿cómo perderse los éxitos de la USB o la carpeta de CD’s que seguro tenías lista para cualquier ocasión?
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La primera vez que te enfrentaste a la carretera
Podríamos apostar que no te acuerdas ni a cuántos santos le rezaste cuando llegó la hora de la verdad: manejar en carretera. Los nervios a tope, precauciones exageradas y seguro velocidad más que calculada, pero la satisfacción de llegar a tu destino no te la quitó nadie.
Los recuerdos siempre se quedarán, pero también son el pretexto perfecto para ir hacia delante y seguirte moviendo en búsqueda de experiencias únicas.
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