Ya sea por miedo a la monotonía o por una genuina sed de libertad, la frase más apreciada por un marinero es «eleven anclas». Oír eso motiva desde a cualquier condecorado capitán de un barco de la armada y hasta a los despiadados piratas. La posibilidad de escuchar esta frase cuantas veces fuera posible era lo único que parecía moverles las entrañas. El mar, a pesar de ser uno de los espacios más desconocidos en todo el planeta, es para muchos una especie de anciano sabio que le enseña a los hombres a valorar todo lo que dejaron pausado en tierra firme.
Es en su eterna inmensidad donde vale la pena volver a ver a un perro correr por el pasto, la sonrisa de la persona amada o incluso el llanto de un niño que, en otras circunstancias, sería tan fastidioso como una patada en el estómago. Navegar es como encaminarse hacia la iluminación, despojarse de todos los bienes terrenales para caminar hacia la añoranza de la ausencia. «Lo único que se valora es lo que no se tiene», decían los antiguos marineros mientras miraban el gran manto azul que les rodeaba, y sólo entonces, bajar de nuevo el ancla se volvía uno de los sueños más preciados por toda la tripulación.
No tardó mucho tiempo para que la ambigüedad de esta figura se volviera uno de los símbolos preferidos en el tatuaje tradicional. Desde la limitada paleta de colores en el old school hasta las sombras negras y grises del hiperrealismo, cada estilo en el tatuaje ha adaptado al ancla como uno de sus elementos clave para crear un tatuaje perfecto y cargado de significado.
A pesar de que su significado se ha alejado un poco del ambiente marino, las anclas permanecen en los catálogos de los tatuadores como elementos tradicionales debido a que la gente los utiliza para referirse a diferentes aspectos de su vida. Por ejemplo, hay quienes los asocian con la seguridad que sienten al estar en algún lugar o con alguna persona; aún así, simbolizan una especie de hogar espiritual al que todo mundo quiere permanecer atado para no perderse en la deriva.
Dejarse llevar por una corriente puede ser mortal para cualquier persona; es cierto que en cada momento de la vida hay que arriesgarlo todo. Sin embargo, hay que saber arriesgar con inteligencia y tomando siempre en cuenta que más allá de nuestra propia mirada hay personas que tienen sus esperanzas puestas en nosotros y que por ellas vale la pena volver a casa.
Es justo ahí donde el ancla juega un papel importante, pues no se trata de resguardarse en lugares comunes, sino de saber exactamente qué es lo que queremos y lo que le hace bien a nuestras vidas. Todo para que, a pesar de estar lejos, estemos seguros de que existe un sitio en el que siempre vamos a sentirnos seguros.