No hay mejor forma de conocer las costumbres y pensamientos de la Edad Media que las obras literarias que aparecieron durante este periodo. Todas ellas ilustran un modo de pensar alrededor de diferentes tópicos y costumbres; no obstante, el tratamiento de la sexualidad es algo a lo que se le debe poner especial atención, ya que si se hubieran seguido todas las reglas impuestas principalmente por la Iglesia, una buena parte de la población de Europa habría desaparecido casi de inmediato.
«El hombre prudente debe amar a su esposa con fría discreción, no con cálido deseo. […] Nada más inmundo que amar a tu esposa como su fuera tu amante».
— San Jerónimo
Aún cuando la Iglesia y la sociedad se declararon imparciales en cuanto a los castigos impuestos para los fornicadores, es posible darse cuenta que la balanza se inclinaba indiscriminadamente hacia el lado de los hombres cuando se trataba del placer. Si bien el mismo papado admitía que toda relación sexual justificada a partir del placer era pecaminosa, incluso libros como La Celestina de Fernando de Rojas, el cual pretende mostrar a una mujer un poco más liberada de las ataduras morales, enaltece el goce masculino por encima del femenino.
Más allá de la literatura y sus formas de retratar la realidad en que fue gestada, al revisar las penas impuestas por el clero hacia aquellos que no tenían la menor intención de usar el sexo exclusivamente para multiplicarse, cualquiera puede darse cuenta de que el orgasmo masculino —la eyaculación— no está precisamente prohibido, pues para que haya delito que castigar, en la mayoría de los casos, era necesaria la eyaculación.
Cualquier acto sexual se castigaba —de acuerdo con las leyes eclesiásticas— con un periodo de dietas a pan y agua. En algunos casos, si se encontraba necesario, se declaraba también una orden de abstinencia. De modo que según la posición que las personas adoptaban durante el sexo, se determinaban los días de penitencia que debían cumplir:
Sexo dorsal o estando la mujer arriba del hombre:
3 años de penitencia
Coitus retro o penetración vaginal por la parte de la espalda:
40 días de penitencia
Sexo interfemoral o eyaculación entre piernas:
40 días de penitencia
Masturbación mutua:
30 días de penitencia
Sexo lateral, sentados o de pie:
40 días de penitencia
En cuanto al sexo anal, éste era todavía más castigado, ya que además de ser considerado un desperdicio de semen; iba en contra de todo principio reproductivo, de modo que su práctica era considerada completamente innecesaria en tanto que no obedecía otro propósito más que el de perseguir el placer. Los días de penitencia para el sexo anal se determinaban a partir de quiénes eran los practicantes:
Con un niño:
2 años de penitencia
Con un adulto:
3 años de penitencia
Con un clérigo:
10 años de penitencia
Habitual:
7 años de penitencia
Incluso cuando se habla de la posición del misionero, si el sexo no perseguía el propósito de formar una familia y terminaba en un ejercicio de coitus interruptus, la iglesia sugería de dos a diez años de penitencia. Sin embargo, hay que insistir seriamente en la injusticia hacia las mujeres, pues incluso en el caso de la masturbación, eran ellas las que cargaban con el mayor peso de las penitencias, ya que al utilizar “artilugios eróticos” el castigo para ellas era de un año a diferencia de los 30 días que un monje, por ejemplo, tenía que cumplir.
Lo cierto es que más allá de los puntos de vista que puedan existir hacia la sexualidad durante la edad media, es una fortuna que todo esto ya no exista —al menos de la manera en que se ejecutaba en ese tiempo—, pues el mundo está pasando por una transición dramática en donde no hay lugar para ataduras morales ni religiosas. Siempre es necesario tener la mente abierta.