Sir Francis Dashwood, como muchos de los jóvenes de la Inglaterra victoriana que se preciaban de formar parte de familias de sangre azul, era un viajero inagotable. Recorrió casi toda Europa como parte de su formación, pero siempre manifestó una pasión muy marcada por Italia. Cuando visitó por primera vez la Capilla Sixtina, sus biógrafos cuentan que, oculto en su capa, dedicó largos minutos a repartir latigazos entre los penitentes reunidos en el sagrado lugar.
Todos ellos comenzaron a gritar: «¡El diablo, el diablo!». Para Dashwood era tan sólo una muestra de su rechazo a la Iglesia Católica y una forma de reivindicar sus ideales rebeldes, liberales y un tanto satánicos. En ese viaje fue cuando se dio su primer acercamiento con la francmasonería al formar parte de la Gran Logia de Florencia.
Dashwood fue un hombre de mundo, rodeado de amigos poderosos en la política, la banca y el mundo del arte. Ocupó cargos importantes en la administración pública de Inglaterra. Además era un notable amante de las fiestas, la música, comida, bebida y las mujeres en grandes cantidades, además del arte y las culturas grecolatinas. Todo un personaje con notables influencias que tenía acceso a prácticamente lo que quería. Vivía cerca del río Támesis, en Buckinghamshire, en una mansión inmensa de West Wycombe, rodeado de lujos y sirvientes que le cumplían cualquier mandato las 24 horas del día. En ella celebraba reuniones con sus notables amistades y miembros de logias masónicas en las que sus vicios afloraban permanentemente.
Sin embargo, tenía en mente la creación de un selecto grupo secreto en el cual pudiera dialogarse de manera libre acerca de temas políticos y filosóficos de manera exclusiva, conformado por elegantes e influyentes caballeros de la alta sociedad inglesa. Es así que encontró el lugar ideal para llevar a cabo estos encuentros: la abadía de Medmenham, cuyos dueños eran miembros de la familia Duffield, y que se hallaba a unos cinco kilómetros de distancia de su mansión. Los Duffield accedieron a rentarle la propiedad, erigida alrededor del 1200 por una congregación de monjes cistercienses. El lugar era perfecto en todos los sentidos: alejado de las miradas de curiosos y con una atmósfera de misticismo, gracias a su aire medieval, que encantó a Sir Francis.
Éste hizo trasladar hasta la propiedad un buen número de estatuas de dioses paganos y decoró los muros con frases burlescas como: Peni tento, non penitenti («un pene tieso, no penitencia»). En la puerta de recepción hizo grabar la siguiente leyenda: Fay ce que voudras («Haz lo que quieras»), la cual más tarde adoptaría el mago Aleister Crowley como frase personal. El lugar quedó listo para recibir a los invitados de Dashwood y comenzar las reuniones del nuevo Hell-Fire Club. A partir de este momento es donde nacen los mitos y leyendas en torno a las oscuras actividades de este siniestro culto donde sus miembros arriban a la abadía a bordo de pequeñas embarcaciones, vestidos de monjes, portando velas en las manos y entonando cánticos gregorianos.
Sir Francis oficia sus reuniones y disertaciones filosóficas sobre un atrio, vestido de negro, atacando con fiereza al catolicismo del que él y sus amigos son notables enemigos. Se dice que los banquetes con que culminaban las reuniones no sólo contenían deliciosos platillos y exquisitas bebidas, sino mujeres dispuestas a satisfacer los apetitos sexuales de los miembros del Club del Fuego del Infierno, entre los cuales se hallaba también Benjamin Franklin. Las mujeres eran también usadas como parte de las misas negras a las que se entregaban los caballeros de este grupo. A pesar de la clandestinidad en que se llevaban a cabo estas reuniones, algunos vecinos y mirones se hicieron eco de lo que ocurría dentro de la abadía de Medmenham y comenzaron a denunciar la desaparición de muchachas y gritos que provenían del interior del lugar. La justicia no hizo nada por investigar, quizá debido a las influencias del presidente del recién nacido club.
Aparte de todo lo antes descrito, Dashwood ha pasado a la historia como un gran lector y coleccionista de literatura pornográfica, ocultista y sobre la Cábala. Varios y raros ejemplares de estos géneros se hallaban en las estanterías de la biblioteca de Medmenham para placer de sus amigos, quienes descansaban en ella tras sus satánicas juergas. En 1778, el grupo tuvo que cesar sus actividades en la abadía cuando fue vendida. West Wycombe se convirtió en el lugar oficial de encuentro del Hellfire Club: lejos de que las actividades se tornaran menos intensas por estar en la residencia personal de Dashwood, éstas siguieron llenas de paganismo.
Los jardines de su residencia estaban adornados con setos recortados en forma de figuras eróticas, templos en honor a Baco y el Sol, además de pasadizos que conectaban el exterior de la mansión con las habitaciones del interior. Las reuniones de carácter masónico, los ritos paganos y dionisiacos en honor a deidades como Venus, Baco y Júpiter llenaban los rincones, habitaciones y jardines de West Wycombe.
Tras la muerte de Dashwood el 11 de diciembre de 1781, la leyenda del club, sus actividades y la vida de su fundador comenzaron a cobrar tintes demoniacos, aderezados por los libros Brujería y magia negra, del reverendo Montague Summers y The Hell-Fire Club, escrito por Daniel P. Mannix. Fue sobre todo la novela Chrysal, or the Adventures of a Guinea, de 1765, un libro de tintes picarescos y altas dosis de erotismo, la que le dio al Hell-Fire Club esa imagen de perversión y satanismo que ha llegado hasta nuestros días. Su autor, Charles Johnston, hizo una obra monumental en la que recopiló los chismes y anécdotas más escandalosas de la época.
Para dar a conocer las actividades del Club del Fuego Infernal, Johnston entrevistó a uno de los antiguos miembros de esta sociedad secreta, John Wilkes, quien después de algunas desavenencias con Dashwood fue expulsado del club, haciéndose enemigo del mismo de inmediato. Wilkes no dudó en desprestigiar a su excompañero y hacerlo ver como un sujeto decadente e inmoral y a su club como una de las peores penas de la Inglaterra victoriana.
Estos trabajos literarios no hicieron otra cosa más que acentuar el carácter libertino y satánico del club, mismo que jamás se ha podido demostrar en su totalidad por investigadores e historiadores. El periodista e historiador español Jesús Palacios, erudito en la parte más oscura y siniestra de la historia mundial, afirma en su excelente libro Los ricos también matan: «Sir Francis Dashwood, un caballero inglés bien característico (incluyendo sus inclinaciones libertinas, masónicas y ocultistas), se convirtió en una especie de mítica figura criminal, supervillano aristócrata, líder de una, como ahora la llamaríamos, secta satánica». «El principal atractivo de la imagen perversa y diabólica del Club del Fuego del Infierno no es la persona en sí de su cabeza visible, sir Francis, sino el club mismo. La idea de una asociación más o menos secreta de aristócratas dedicados al mal, a la satisfacción de sus vicios, sin retroceder ante la tortura, la violación, el asesinato o, peor aún, la magia negra y el satanismo».
Las sociedades secretas, como los Illuminati o aquellos que adoraban a los perros pug, representan uno de los enigmas más fascinantes de la historia debido a su extravagancia, rituales misteriosos y su oculta influencia en la sociedad que han dado pie a teorías conspirativas o relatos que superan la ficción. Si quieres profundizar más en sus relatos, puedes consultar la siguiente lista de libros acerca de grupos ocultos que la historia olvidó o ha elevado a la categoría de perverso mito.
Bibliografía consultada: Palacios, Jesús. Los ricos también matan, historias reales de crímenes que estremecieron al mundo. Temas de hoy.