“Las drogas son una pérdida de tiempo. Destruyen tu memoria y tu autorrespeto y todo lo que va junto a tu autoestima”. La frase es de Kurt Cobain, mítico cantante y guitarrista de la desaparecida banda de grunge Nirvana. Parece la más cínica de las ironías, dado que el músico estadounidense era adicto a la heroína. Sin embargo, no debe confundirse la gimnasia con la magnesia. La adicción no es una elección ni una moda. Su talento y el trabajo legado al mundo de la música es fenomenal, independientemente de su enfermedad.
Grandes referentes culturales, como la novela Yonqui, de William S. Burroughs, o la película Trainspotting, de Danny Boyle, también han hecho lo suyo para dejar ese tema en el panorama estético e intelectual colectivo. En ese sentido, es común saber una sola parte de la historia, sobre todo cuando se ignoran sus orígenes. De la cocaína suele ignorarse su pasado estrechamente ligado a la Alemania de Hitler. Tal vez con la heroína sucede un poco lo mismo. Si bien es cierto que hay por lo menos 8 drogas más adictivas que ella, vale la pena saber qué hay detrás de su surgimiento, auge y extenso uso en el mundo. Después de todo no es nada fortuito que se le considere el “oro líquido” del narcotráfico en Estados Unidos.
La heroína no siempre fue tan temida y condenada. Al comienzo fue una dama honorable que hacía gala de su nombre, cuando era comercializada por Bayer. Además de salvar a los adictos al opio y la morfina, ayudaba a las abnegadas amas de casa como remedio para la tos. En 1805 Friedrich Sertürner, un estudiante de Farmacia, aisló la morfina del opio, cuyo uso se popularizó como analgésico a partir de la Guerra Civil norteamericana y la franco-prusiana. Sin embargo, muchos soldados se hicieron adictos y la dependencia a la morfina llegó a conocerse como “la enfermedad del soldado”.
Más tarde, el inglés C.R. Wright hirvió la morfina con ácido acético, lo que produjo diacetilmorfina. La Bayer bautizó la sustancia como heroína después de que los primeros pacientes dijeran que la nueva medicina los hacía sentir “heroicos”. Así, de la mano de la aspirina, Bayer, entonces una pequeña tienda de colorantes, dio el paso que necesitaba para convertirse en un gigante de la industria farmacéutica mundial.
A partir de su lanzamiento en 1898, con un despliegue publicitario que presentaba al mundo la nueva panacea que podía tratar un abanico amplio de enfermedades como el carcinoma gástrico, orquitis, ciática, esclerosis múltiple, entre otras; la heroína conquistó las farmacias de todos los continentes. Los médicos vieron en ella un tratamiento alternativo a la morfina por producir el mismo efecto analgésico en dosis mucho menores, una euforia más intensa y más estimulante. Además curaba el temor, la tos, incluso en los tuberculosos.
Otra obra redentora encomendada a la heroína fue la de salvar a los morfinómanos y sobre todo a los opiómanos de Extremo Oriente, donde los misioneros distribuyeron la llamada “píldora antiopio”, constituida en su mayor parte con diacetilmorfina. A comienzos del siglo XX llegó a ser distribuida de manera gratuita por sociedades filantrópicas estadounidenses entre aquellos adictos a la morfina que deseaban desintoxicarse. Médicos de la época incluso declararon que el uso de disolventes como el cloroformo y el éter —drogas lúdicas populares entre todas las clases sociales, pero sobre todo entre la clase baja— pudo ser controlado gracias al uso de la morfina y de la heroína.
Un año después de su lanzamiento empezarían a aparecer los primeros adictos a la heroína. No obstante, pasarían 15 años hasta que Bayer la sacara del mercado, en 1913. Durante este tiempo se comercializó en venta libre, como la aspirina, incluso después de que empezara a regularse el consumo de morfina y opio. Las primeras muertes por sobredosis no dispararon exactamente una alerta de peligro porque fueron consideradas suicidio, debido a que la droga era legal y su consumo no era percibido aún como un problema social.
Cincuenta años pasaron antes de que la heroína comenzara a tratarse con metadona, la nueva salvadora, cuando Nixon y su asesor especial, R. Jaffee, iniciaron su campaña de “guerra contra las drogas” y se creó la DEA. Extrañamente, una de sus estrategias para controlar la venta y el tráfico fue regalarla a los ahora sí considerados adictos. El médico T. Szasz y otros expertos respondieron que ello equivaldría a pretender curar a alguien adicto al whisky con ginebra. De hecho, sustituir la heroína adulterada que consumían la mayoría de los adictos con dosis de metadona pura multiplicaría la dependencia. Para 1977 alrededor de 100 mil norteamericanos ya eran adictos a la metadona y su proveedor el Estado.
Nota: Este artículo no es una apología a la heroína, simplemente una mirada curiosa a su historia.
Fuentes
Escohotado, A. Historia elemental de las drogas. Barcelona: Anagrama, 1997.
Pozuelo Jiménez, S. La heroína y su relación con los trastornos de personalidad. Universidad de Alicante, 2017.
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Mientras que un adicto a la heroína fue la inspiración de una de las escenas más emblemáticas del cine contemporáneo, debes saber que una vacuna promete erradicar el problema.