Un jarrón de la Dinastía Ming. Muchos no supimos cómo se veía uno de ellos ya hasta bien crecidos y, quizás, hasta el momento no lo sepamos; lo que sí tenemos muy fresco en la memoria es que las series animadas de nuestra infancia y otras referencias de la cultura popular nos enseñaron que dicho objeto es prácticamente invaluable. También entendimos que es un objeto muy de las tías exóticas en el mundo y que, por lo mismo, representan un artículo extraño y de una belleza tal que rayaría en lo extravagante.
Los mencionados objetos, siempre mencionados como una lujosa propiedad, obtienen su nombre de aquella familia imperial que ha sido caracterizada siempre como una de las mayores eras de gobierno disciplinado y estabilidad social de la historia humana. Bajo el gobierno de los Ming se construyó una vasta flota y un extenso ejército de un millón de efectivos. Asimismo, fue un gran período para las artes y la decoración; un momento clave para la religión y el confucianismo. En términos de expansión y descubrimientos político-militares, la China de los Ming es imprescindible en el fluir de la historia; aunque ya se habían llevado a cabo expediciones comerciales y diplomáticas desde China en periodos anteriores, la flota tributaria del almirante eunuco musulmán Zheng He fue un esfuerzo sin precedentes.
Y justamente de personajes como él es que ahora nos disponemos a analizar algunos datos. Los eunucos se han convertido en uno de los referentes más populares de la China Imperial; durante la antigüedad, uno de los castigos más graves para el género masculino en términos judiciales era la decapitación y la castración. Sin embargo, existían hombres de bajo estrato social que se sometían voluntariamente a esta última para posteriormente servir al palacio y tener una nueva vida.
Los emperadores pensaban que sólo un eunuco —sin ataduras familiares o deseos carnales— podía serle fiel a su señor si éste caía en desgracia; asimismo, eran los personajes perfectos para custodiar a las concubinas del emperador y a los mensajeros recluidos en el palacio.
La castración era una práctica llevada a cabo con técnicas rudimentarias y el número de fallecidos era muy elevado; la historia de opresión, agonía y crueldad se daba en absolutamente todos los momentos de esta tradición.
El hombre que optaba por la castración lo hacía bajo la dirección de un eunuco de rango superior, su mutilación se realizaba en una habitación cerrada para impedir infecciones o publicidades del acto, y duraba días sanando la herida en completa soledad y con la ayuda de licores y analgésicos.
Los cirujanos anestesiaban a estos hombres y les untaban sus genitales con un aceite desinfectante, con la hoja de un cuchillo muy afilado cercenaban sus penes, liberaban los conductos urinarios, los conductos espermáticos se replegaban e insertaban en la carne, y esperaban por algún tiempo que estos sobrevivieran.
Tras la castración, los miembros seccionados -“tesoros”- podían guardarse en un cofre de madera, ser ofrecido a los antepasados o incluso a un médico para que pudiera lucrar con éste en un futuro.
Tras la muerte del eunuco, se cosía el miembro a sus restos y así, recuperar su integridad para ir al cielo.
En su vida diaria, los eunucos tenían un gran complejo de inferioridad. De acuerdo con los registros, vestían con una larga túnica y pantalones grises, eran sumisos, tenían un retraído caminar y hablaban con voz muy aguda.
A su vez, y en contraste con la pena que sus historias suelen provocar, los eunucos también son recordados por su perversión sexual. Ellos tenían la capacidad de sentir fuertes impulsos sexuales (a pesar de la ablación de sus genitales), al grado de volverse violentos al respecto; por ejemplo, se sabe que un eunuco provocó la muerte de una joven prostituta al no poder retirar el enorme consolador que le había introducido por el ano.
La historia de los castrados en China es un episodio cruel en la humanidad; un capítulo repleto de insatisfacciones sexuales, explotaciones, decepciones —pues muchos no eran seleccionados para servir al palacio después de la operación—, frustraciones, malos tratos y vidas sin más sentido que el de ofrecerse al Imperio.
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