Primavera de 1927. En el barrio de Santa María la Ribera, en la Ciudad de México, jóvenes de entre 20 y 30 años se reúnen en el número 44 de la calle Alzate. El movimiento al exterior parece extraño, especialmente después de tumultuosas reuniones y algunas noches cuando cajas, plantas y objetos de gran tamaño entraron y salieron del lugar.
Sin embargo, un hecho mantiene tranquilos a sus vecinos: todos son fervientes católicos, nunca faltan a misa y predican la palabra de Dios.
Se trata de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR), organización fundada dos años atrás, una vez que el gobierno mexicano promulgara la Ley de tolerancia de cultos, una iniciativa enfocada en limitar el poder de la Iglesia en lo civil y perseguir el culto católico en México.
Mientras tanto, en el Bajío y otras regiones del país la tensión crece. Después de que el Estado rechazara y una y otra vez distintas propuestas desde las autoridades eclesiásticas para reformar la ley, la tensión entre creyentes y el Gobierno alimenta la chispa de un conflicto armado. Así surge la formación temprana de milicias rebeldes, cuyo enfrentamiento con las fuerzas federales habría de detonar un conflicto como la Guerra Cristera un par de años siguientes.
En este contexto, las propuestas de la LNDLR crecen y se radicalizan en los primeros meses de 1927, especialmente cuando pasan por la mente de Luis Segura Vilchis, coahuilense de 24 años que a pesar de su corta edad y apariencia refinada, es nombrado como jefe militar de la Liga en la Ciudad de México. Estudiante destacado e ingeniero hidráulico, su trabajo estriba en reunir armas, cartuchos y parque para asegurar la continuidad de la lucha armada.
Después de establecer una red efectiva de circulación de armas, rentar distintos domicilios que funcionaban de almacenes. Al percatarse del desgaste que representaba el conflicto, una peligrosa idea cruza la mente de Segura Vilchis: asesinar a Álvaro Obregón, candidato único a la presidencia y extitular del ejecutivo, uno de los personajes más visibles del poder político en México.
El primer intento de Vilchis por acabar con Obregón fue un atentado para siniestrar el tren en que viajaría el político: se trataba de volar el puente férreo de Tlalnepantla con dinamita en el momento justo en que el caudillo y político se dirigiera en ferrocarril hacia Sonora.
Junto con algunos cómplices, como el sacerdote Miguel Agustín Pro y su hermano, Vilchis despliega un operativo para colocar las bombas debajo del puente; sin embargo, el atentado es cancelado debido a que Obregón cambió sus planes de último momento y decidió viajar en un tren de pasajeros. El intento frustrado convenció aún más a Segura Vilchis de que la muerte de Obregón sería la mejor forma de poner fin al conflicto cristero y por segunda vez (ahora frente a la LNDLR) fue designado para cumplir con tal cometido en nombre de Cristo.
El segundo atentado fue planificado para el 13 de noviembre de 1927. Después de unir a más miembros de la Liga, conseguir un chofer y fabricar los artefactos explosivos en colusión con el padre Miguel Agustín Pro, su hermano Humberto y un creyente llamado Juan Tirado, la coartada estaba en marcha: esta vez harían volar el auto de Obregón mientras circulaba por la Ciudad de México.
Después de postergar el atentado por horas y seguir con cautela el Cadillac del caudillo, Vilchis y compañía lograron emparejar su marcha mientras circulaba sobre la Calzada del Lago en el Bosque de Chapultepec. Entonces cerraron el paso del candidato, lanzaron al menos dos bombas al vehículo y huyeron mientras el atronador sonido de la explosión quebraba los cristales del auto.
A pesar de dar en el blanco, Obregón sólo sufrió heridas menores (el mismo día asistió a una corrida de toros en su honor). El plan había fracasado por segunda vez y los ayudantes del general que marchaban en un auto que escoltaba al Cadillac lograron aprehender a dos de los autores materiales del crimen, Juan Tirado Arias y Lamberto Ruiz, el último con un impacto de bala.
Vilchis había escapado exitosamente, pero Ruiz habría de confesar el nombre de los demás involucrados en el intento de asesinato. Las pesquisas iniciaron de inmediato y los siguientes en ser detenidos fueron el sacerdote Miguel Agustín Pro y su hermano, Humberto.
Algunas versiones apuntan que Vilchis apareció en la Plaza de Toros más tarde, incluso mantuvo una conversación de sorpresa con el mismo Obregón preguntando por su salud. Lo cierto es que Luis Segura no formaba parte de los principales incriminados (al grado de que fue detenido momentáneamente y puesto en libertad al demostrar que no estaba presente en el atentado), hasta que decidió hablar por su propia cuenta. El rumor de que los autores materiales serían fusilados y el cateo del domicilio de Alzate 44 llevó a Vilchis a presentarse ante Roberto Cruz, el general que se encargaba del caso por órdenes de Plutarco Elías Calles y el propio Obregón.
Vilchis dio cuenta de su autoría intelectual y quiso adjudicarse la material. Describió cómo el plan había sido ideado en su mente con sumo cuidado y meses de anticipación; sin embargo, no surtió ningún efecto en la decisión del general.
Luis Segura Vilchis, Juan Antonio Tirado, Agustín y Humberto Pro Juárez fueron acusados de sabotaje y terrorismo y fusilados tan solo diez días después, el 23 de noviembre de 1927 por órdenes directas de Calles. El culto hacia el padre Miguel Agustín Pro creció y tanto él como Vilchis fueron idealizados como mártires de la Iglesia Católica. 60 años después, Juan Pablo II beatificó al padre Pro y el nombre de Vilchis pasó a la historia como el del terrorista, fanático religioso mexicano.