Debe haber muchas razones de peso por las que Vladimir Putin ha sido elegido presidente de Rusia ya dos veces (con derecho a una tercera reelección) y por las que su popularidad, no sólo en Rusia —según encuestas oficiales, 2 de cada 3 rusos votaron por él—, sino en todo el mundo, es insólita. Más allá de la clásica historia de éxito, es decir, un niño pobre nacido en la posguerra en las duras calles de Leningrado (hoy San Petersburgo) en 1957, cuya familia tenía que compartir casa y comida con otras dos familias, el actual presidente ruso supo abrirse camino en el feroz mundo de la política.
En el presente es visto por algunos (especialmente la prensa oficialista) como un hombre maravilla: es amante de los animales —no viaja nunca sin sus perros—, es cinta negra en disciplinas como karate, yudo, sambo y está un grado más arriba que Chuck Norris en el taekwondo. Ha pilotado avionetas para ayudar a los bomberos a extinguir incendios, para liberar aves y para ir en rescate de especies en peligro de extinción; sin mencionar que cuenta con una línea telefónica en la que contesta abierta y amablemente cualquier duda de sus pobladores. No obstante, detrás de todo ese carisma hay un pequeño rincón oscuro del que casi nada se sabe.
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Ascenso en el poder
«Hace años las calles de Leningrado me enseñaron que si una lucha es inevitable, tienes que pegar primero».
Luego de una infancia llena de privaciones económicas, logró licenciarse en Derecho en la Universidad de Leningrado, y una vez que empezaban a cocinarse las estrategias de la Guerra Fría, Putin fue reclutado para estudiar en la Academia de Inteligencia Extranjera, es decir, la Escuela de Espionaje de la KGB en la que su nombre clave era “Platov” y donde se destacó como el mejor discípulo.
Al terminar sus diligencias en la República Democrática Alemana al caer el Muro de Berlín, volvió a San Petersburgo y se puso en contacto con viejos amigos, los cuales lo introdujeron en el mundo de la política, donde tuvo un ascenso relativamente rápido y firme; empezó con su nombramiento como Presidente del Comité de Relaciones Extranjeras, después como Director de los Servicios de Seguridad, Primer Ministro, hasta llegar a la presidencia en el año 2000.
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Misión como espía y agente encubierto de la KGB
«Los antiguos miembros de los Servicios de Inteligencia no existen».
Esta frase es dicha por los rusos en cuanto se presentan preguntas incómodamente relacionadas con los años de la KGB y la Guerra Fría. Ciertamente, las primeras declaraciones de Vladimir Putin sobre su pasado como miembro de la KGB se limitaban a decir que lo único que hacía era un trabajo rutinario —casi de oficina— que consistía en reclutar informantes, reunir información —sobre todo relacionada con la OTAN— y enviarla al “Centro”, en Moscú. No obstante, Putin sirvió a la KGB desde que fue reclutado a la edad de 33 años, en 1975, y hasta 1991, de los cuales, fue enviado de 1985 a 1990 a servir en Dresde, ciudad de Alemania del Este como Director de la Casa de la Amistad URSS – RDA. Su servicio terminó hasta la caída del Muro de Berlín, en la reunificación de Alemania.
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Los años ocultos
«Quemamos tanto papel que hasta el horno se rompió».
En entrevistas posteriores, Putin ha confesado haber hecho uso de lo aprendido en sus clases para formar agentes de espionaje, los cuales son enviados a misión sin cobertura diplomática, es decir, que en caso de ser detenidos y apresados estarán a merced del gobierno en que se encuentren, ya que no cuentan con inmunidad diplomática debido a la naturaleza de su trabajo; lo que significa que llevó a cuestas una vida relacionada con actividades ilegales de inteligencia y espionaje.
Una vez que inició la Reunificación de Alemania en 1989 hubo que desmantelar el cuartel de la KGB en Alemania del Este, por lo que Putin y otros agentes se dedicaron a quemar día y noche todo tipo de información hasta borrar todo rastro de su paso por Alemania Oriental.
Además de dirigir él mismo asaltos de seguridad para interrumpir ataques terroristas y de no temer ensuciarse las manos en función de su deber como presidente, Putin afirma que para llevar las riendas —de manera firme y asertiva— de un país como Rusia, hace falta tener superpoderes. Aunque es cierto que el ruso es un estuche de monerías, quizá la forma ruda con la que ejerce su mandato tenga que ver con la dura infancia que tuvo y los años ignotos como miembro de la KGB, ambos eventos difíciles de superar.
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