Nunca me he considerado una persona especial o fuera de lo común. Y no en el mal sentido, sino porque me pienso como alguien lo suficiente normal en el planeta Tierra. Quizá no convenga utilizar el término “normal” en esta situación; cambiemos mejor lo dicho por común u ordinario. Aunque tampoco me convencen estas categorías, su terrible connotación hace que suenen cual género despectivo entre la gente. Finalmente, a lo que me dirigía es justo a esto que sucede aquí, hay ocasiones en las que me siento tan eufórico como para contarlo todo y hay otras en las que simplemente no sé comunicarme.
No creo obedecer a catalogaciones absolutistas como ser un sujeto introvertido o el alma constante de la fiesta, un extrovertido; suelo pensar que todos tenemos caras distintas y obedecemos a las circunstancias que se nos presentan. Sí, con una clara tendencia hacia un específico humor, pero, sobre todo, con una dualidad de pensamiento que no se relaciona necesariamente con la bipolaridad, la depresión o el entusiasmo desmedido.
Así es como llega a ser molesto que sólo porque te gusta guardar silencio, mantenerte aislado o tomar largas caminatas los demás te tilden de retraído e insociable; entonces comienzan a sugerirte actividades que te alejan verdaderamente de la gente o te tratan como un huraño enfermizo incapaz de compartir o disfrutar la vida.
Está bien, habemos quienes despreciamos el contacto extremo con la humanidad y solemos mantener un perfil bajo, si tú eres así, lo comprenderás a la perfección, pero eso no se traduce en un ermitaño que renuncie a la civilización por siempre o un ogro que se la pase en el lamento todos los días. Entonces, esas sugerencias grises del tipo “No asistas a bares concurridos” o “Escucha el ‘OK Computer’ de Radiohead, está hecho para ti” salen más que sobrando: tu vida no es el cliché de nadie.
Es por eso que, entendiendo la introversión como sólo una faceta más de tu personalidad, una capa que sólo esconde momentos de creatividad, pensamientos profundos o el reposo suficiente para darlo todo cuando sea necesario, mejor lee los siguientes títulos. Esas obras literarias que no te completarán como un total weirdo, sino que obviarán y atenderán lo que en verdad sucede en tu interior.
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“Los detectives salvajes” (1998) – Roberto Bolaño
Ser un supuesto introvertido no conlleva el ser un fenómeno de los libros, sin embargo, hay algunos que te hacen sentir pleno y acompañado. Sí, cuando no soportas la soledad —porque los solitarios a veces padecemos el aislamiento—, un libro es de las mejores soluciones. Y qué mejor que uno en el que su protagonista también experimenta esa mutación de lo retraído a lo vivaz, a lo amigable.
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“El libro del desasosiego” (1982) – Fernando Pessoa
Cuando los otros te califican como oscuro o callado, quizá algo que no puedan ver en ti es que no lo haces porque un demonio se apodera de tu persona, sino por un imperante oficio de reflexión y desentrañamiento de tu alrededor. Una apuesta por seguir ese ejercicio es este libro que aborda la existencia humana, la vida, el amor y demás temas profundos en el mundo.
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“La elegancia del erizo” (2006) – Muriel Barbery
Ese mismo ímpetu por desdoblar lo que se te presente incluye, obviamente, al ser humano, a personas que se te hacen tan interesantes que no puedes dejar de maravillarte por su presencia o pensamiento. No eres un monstruo que sólo busca regresar a su cueva, tu silencio en ocasiones implica entender a los individuos cercanos. Así, los personajes de esta novela son los ideales para saciar ese interés en ti.
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“Bossypants” (2011) – Tina Fey
Que suelas guardarte en tu recámara y no hacer contacto con la civilización por días no quiere decir que tu cara se vaya a caer en mil trozos si te ríes; por eso, esta novela autobiográfica de la comediante más emblemática de la América contemporánea es una excelente alternativa para romper en carcajadas a partir de los infortunios y éxitos de su vida.
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“El curioso incidente del perro a medianoche” (2003) – Mark Haddon
En el extremo de no participar en la vida común, al ser un individuo a veces aislado, la gente suele pensar que te mantienes lejos de la realidad o, por lo menos, intentas evadirla. Y nada más falso, probablemente sólo te llamen la atención otras formas de pensamiento, como ésa que pertenece al protagonista de esta obra, un ser tan extraoficial que te fascinará.
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“Los pilares de la Tierra” (1989) – Ken Follett
Otra opción en tus días taciturnos es que ames la sensación del estudio minucioso ante cualquier cosa, y ésta involucra un aprendizaje insustituible en ti, qué mejor. Por eso, no importa lo que los demás digan, sumérgete en este libro que te cautiva con su trama y sus investigaciones previas para colocarse como uno de los mejores títulos en la literatura inglesa hoy.
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“Mrs. Dalloway” (1925) – Virginia Woolf
No, no eres un suicida ni estás planeando un genocidio cuando decides permanecer a solas en esa mesa del café, sólo estás acostumbrado a hacer del tiempo una experiencia en sí mismo y admirar todo lo que puede ocurrir en él. Si estás en ese momento, la obra maestra de Virginia Woolf que trata sobre los transcursos y el estar del humano es para ti. Perfecto para leerse con calma y con cuantas interrupciones sean necesarias.
Si es que has leído estas líneas en soledad, puedes tomar tus cosas, ir corriendo a la librería y seguir con tus actividades cotidianas; que poco interesen los comentarios ajenos, a fin de cuentas, algún día hablarás con ellos (para su sorpresa) y les platicarás de este texto y tus nuevas adquisiciones literarias.
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