Con aromas extraños a nuestro olfato y caricias peculiares sobre nuestra piel, el trabajo poético de Rubén Darío, uno de los más grandes literatos en habla hispana, toca sin miramientos el alma que habita en nuestros cuerpos y nos da a conocer los ardientes susurros que una boca mortal es capaz de emitir.
Sus influencias de autores tanto españoles como franceses, son un claro punto de partida en un mapa de metáforas e imágenes literarias que llenan de sensaciones extraordinarias al leer un poema. Las producciones de Darío, en su liderazgo del movimiento modernista, son legado de musicalidad y fondo espiritual afectivo para el resto de los hombres que le hemos precedido.
De entre Victor Hugo, Gautier y Becquer, se levanta la poesía dariana; la cual se vale de símbolos y exploraciones lingüísticas para llevar las esencias al mundo de las ideas y lo pronunciado, en un retrato alejandrino, así como endecasílabo y dodecasílabo, de elegante sutileza y exótica delicadeza.
La utilización de contextos maravillosos y criaturas fantásticas caracterizan el estudio del poeta en esa búsqueda compartida por el amor y los movimientos humanos; temas y figuraciones que analiza en las palabras con sus múltiples posibilidades de presentación. El recurso constante también de palabras poco empleadas o conocidas en el ámbito literario castellano, referentes a instrumentos musicales, piedras y lugares exóticos, es sello de Rubén Darío y su ruta de pensamiento.
El contenido romántico de sus poemas es uno de los más dedicados en época de amor febril y de mayor belleza si se gusta de dedicar palabras dulces al ser amado; su poética explora esos momentos álgidos del amor que se guían por instinto y deseo, dejando de lado el crudo raciocinio humano. Las palabras amorosas que a continuación se presentan, son muestra de la capacidad genial de Darío por generar versos fuera de lo común, casi rayando en el arrebato y la destrucción.
Campoamor
Éste del cabello cano,
como la piel del armiño,
juntó su candor de niño
con su experiencia de anciano;
cuando se tiene en la mano
un libro de tal varón,
abeja es cada expresión
que, volando del papel,
deja en los labios la miel
y pica en el corazón.
Mía
Mía: así te llamas.
¿Qué más harmonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
Tú y yo
I
Yo vi un ave
que süave
sus cantares
entonó
y voló…
Y a lo lejos,
los reflejos
de la luna en alta cumbre
que, argentando las espumas
bañaba de luz sus plumas
de tisú…
¡y eras tú!
Y vi un alma
que, sin calma,
sus amores
cantaba en tristes rumores;
y su ser
conmover
a las rocas parecía;
miró la azul lejanía…
tendió la vista anhelante,
suspiró, y cantando amante
prosiguió…
¡y era
yo!
II
¿Viste
triste
sol?
Tan triste
como él,
¡sufro
mucho
yo!
Yo en una
doncella
mi estrella
miré…
Y dile,
amante,
constante
fe.
Pero ingrata
olvidóme,
y no sabe
que padezco
cual no puede
nunca, nunca
comprender…
¡Que mi pecho
no suspira,
ni mi lira
tiene acordes
de placer!
Yo vi en la noche
plácida luna
que en la laguna
se retrató;
y vi una nube,
que allá en el cielo,
con denso velo
la obscureció.
Yo vi a la aurora,
bañada en rosa,
dorar la hermosa
faz de la mar…
Y vi los rayos
de un sol ardiente
que rudamente
borraron luego,
con rojo fuego,
su bella faz…
Así vi que bella
naciera en un día,
con dulce alegría,
la aurora luciente
de un plácido amor;
¡mas hoy yo contemplo,
no más en mi vida,
de negro vestida,
la estatua tremenda
de amargo dolor!
¡Hoy sólo me complace
oír la queja amarga,
que al cielo envía tierna
la tórtola del monte
con moribundo son!
Sentir cómo susurra
la brisa entre las hojas…
¡Mirar el arroyuelo
que al eco de la selva
confunde su rumor!
Canto cuando las estrellas
esparcen su claridad:
cuando argentan las espumas;
¡las espumas de la mar!
Canto cuando el ancho río
murmurando triste va…
Cuando el ruiseñor encanta
¡con su arpegio celestial!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
¡me encanta y embriaga a la vez!
Me place lo triste y lo alegre;
me gusta la selva y el mar,
y a todos saludo contento…
¡Y algunos se ríen al verme!…
Y, a veces, ¡me pongo a llorar!
Yo adoré a una mujer con el fuego
de mi joven y audaz corazón:
mas ya he dicho que aquélla olvidóme,
y que vivo en tremendo dolor.
¿Estoy loco? No sé: lo que siento,
no lo puedo jamás explicar.
Es un rudo y feroce tormento…
Nada más; nada más… ¡nada más!
¿Qué soy? ¡Gota de agua desprendida
del raudal turbulento de la vida!
Soy… algo doloroso cual lamento…
Arista débil que arrebata el viento!
Soy ave de los bosques solitaria!…
Deshojada y marchita pasionaria!…
Pasionaria, ave, arista, llanto, espuma…
¡perdido de este mundo entre la bruma!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!… ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
Y ¿qué es el amor?
¿Amor?… Germen fecundo de la dolencia humana…
Origen venturoro de sin igual placer…
con algo de la tarde y algo de la mañana…
¡Con algo de la dicha y algo del padecer!
¿No veis a la luna, que brilla fulgente en el cielo?
¿No oís del arroyo el süave y callado rumor?
¡Pues eso que brinda la luna tranquila, es consuelo!
¡Pues eso que dice el arroyo en el bosque, es amor!
¡Y amé! Tal vez mi vida no fuera dolorosa
si hubiera conservado por siempre mi niñez,
si nunca hubiera visto los ojos de una hermosa,
lo rojo de sus labios, lo blanco de su tez!
¡Felices aquellos que nunca han amado!
¡Felices!… ¡Felices que no han apurado
el cáliz terrible de un fiero dolor!
¡Qué amargo es el amor!
¡Qué amargo es el amor! ¡Así exclamando,
yo cruzaré el desierto de mi vida,
mostrando a todos mi profunda herida,
que lágrimas y sangre está manando!
Y al compás de canciones sombrías,
cantaré de mi amor la memoria…
Y sin gloria,
llorando siempre, pasaré mis días
¡entre polvo, entre lodo, entre escoria!
Y al ronco mugir de las olas;
la noche con su lobreguez;
y el trueno que silva en los aires,
serán mi tormento también.
Me place lo triste y lo alegre:
me gusta la selva y el mar…
Yo siempre estaréme contento;
y algunos, reirán al mirarme,
¡y a veces, pondréme a llorar!
Cantaré si el ancho río
murmurando triste va;
si el ruiseñor me encantare
con su arpegio celestial;
cuando mire a las estrellas
esparcir su claridad
sobre las peñas negruzcas
y las espumas del mar.
¿Por qué?… Porque sin amor,
vuelan dolientes, sin calma,
las avecillas del alma
entre el viento del dolor.
¡Daré dulces canciones
a los fugaces vientos,
para que entre sus alas
las lleven lejos, lejos,
del mundo hasta el confín!
Iréme a las montañas…
iréme a los oteros…
y allí tal vez, ¡Dios santo!,
tal vez seré feliz.
¡Y en las alas del viento,
oirá mis canciones
la ingrata!… La ingrata
a quien adoré.
Aquélla que rióse
de ver mi desgracia…
Aquélla a quien dile
mi amor y mi fe!
¡Triste es la noche!
Triste es la selva…
Y del arroyo
lo es el rumor;
pero es más triste
que el arroyuelo
y que la noche,
mi corazón.
Mis acentos,
en los vientos
cual lamentos
moribundos
sonarán,
como el eco
que en el hueco
del árbol seco,
tiernos forman
los Favonios
al pasar.
¡Aprendan
los bardos
mi historia
de amor;
y cántela
todo
el que es
Trovador!
¿Viste
triste
sol?
¡Tan triste
como él,
sufro
mucho
yo!
Venus
En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.
A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.
«¡Oh, reina rubia! -díjele-, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar».
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.
Que el amor no admite cuerdas reflexiones
Señora, Amor es violento,
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.
No pidas paz a mis brazos
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.
Clara está la mente mía
de llamas de amor, señora,
como la tienda del día
o el palacio de la aurora.
Y el perfume de tu ungüento
te persigue mi ventura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
Mi gozo tu paladar
rico panal conceptúa,
como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
en tan fino vaso apura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
Amo, amas
Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
El ser y con la tierra y con el cielo,
Con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
Amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.
Y cuando la montaña de la vida
Nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
Amar la inmensidad que es de amor encendida
¡Y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!
Cuando llegues a amar
Cuando llegues a amar, si no has amado,
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible.
Tú eres mío, tú eres mía
Niña hermosa que me humillas
Con tus ojos grandes, bellos:
Son para ellos, son para ellos
Estas suaves redondillas.
Son dos soles, son dos llamas,
Son la luz del claro día;
Con su fuego, niña mía,
Los corazones inflamas.
Y autores contemporáneos
Dicen que hay ojos que prenden
Ciertos chispazos que encienden
Pistolas que rompen cráneos.
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Referencia:
La cultura del XIX al XX en España
EmeMan
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