Al menos 72 muertos, entre los que se hallaban 11 niños, murieron ayer en un supuesto ataque químico que podría tratarse de gas sarín en la localidad de Jan Sheijoun, en la provincia de Idlib, Siria, la cual se encuentra bajo el control de fuerzas rebeldes. Otras 550 personas tuvieron que ser trasladadas de emergencia a los hospitales, que quedaron atiborrados de moribundos.
Los niños respiraban como animales moribundos, como si les acabaran de extraer los pulmones. Estaban muertos en vida, con la mirada perdida, unos ojos llenos de desesperación, pupilas minúsculas. Sus falanges y pies tenían movimientos convulsos: electrochoques incesantes. Otros vomitaban ferozmente y una espuma espesa les salía de la boca. Se transformaron en criaturas rabiosas.
Desde entonces, el ataque generó la furia internacional. Gobiernos, organismos y ciudadanos despreciaron absolutamente esa masacre bestial e inhumana. La Organización de las Naciones Unidas urge a hacer una investigación exhaustiva, ya que podría tratarse de un crimen de guerra.
Las primeras informaciones revelaron que los gases tóxicos, pertenecientes a un grupo de agentes compuestos de fósforo que atacan al sistema nervioso fueron bombardeados desde el aire, aunque hasta ahora se desconoce si fueron arrojados por aviones rusos o por el gobierno de Bashar Al Assad.
La Coalición Nacional Siria, por su parte, culpó directamente a los aviones gubernamentales, pero de inmediato la milicia siria negó rotundamente su participación en el embate, asegurando que nunca han usado gases tóxicos y “jamás los usarán en ninguna parte”.
Mientras tanto, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, afirmó en conferencia de prensa que el ataque era una “consecuencia de las irresoluciones y la debilidad de la pasada administración”. Es decir, Obama era el culpable de que decenas de niños se convulsionaran sin control, ya que no pudo establecer una “línea roja” para controlar el uso de armas químicas en esa región.
Tanto el gobierno norteamericano como el gobierno de Reino Unido, han asegurado en comunicados que, además de que el ataque es despreciable, tiene todas las marcas, “las huellas digitales” de un ataque del régimen de Al Assad.
Incluso, para el medio Al Jazeera, el experto en armas químicas de Washington, Charles Duelfer, dijo que no era probable que el ataque “no fuera el trabajo del régimen sirio”. Mientras que antes sólo se había comprobado que usaban clorina para combatir a sus opositores, este nuevo agente parece ser un componente militar, que es “mucho más efectivo”.
Asimismo, el experto explicó que resulta inconcebible que las fuerzas gubernamentales hayan retomado el uso de las armas químicas cuando sus ataques terrestres son lo suficientemente demoledores, hablando estrictamente de sus intenciones como gobierno autoritario.
Las armas, dijo Duelfer, no están respondiendo a un propósito militar, sino que se encargan de esparcir terror y definitivamente persiguen y obtienen un “efecto político”, aunque lo que todavía no queda claro es de qué forma eso podría ser “positivo para Al Assad en estos momentos” al menos que quiera demostrar que “está ahí, sin importar lo que todos los demás digan o lo que quieran hacer al respecto”.
Sea como sea, de comprobarse la culpabilidad del régimen sirio, el número de muertes lo convertirían en el mayor incidente de este tipo “desde el ataque con gas sarín perpetuado por las fuerzas gubernamentales el pasado agosto del 2013 en Damasco”, explica CNN.
Varios medios internacionales coinciden en que, aunque faltan pruebas definitivas para señalar a culpables, si se comprueba la culpa del régimen de Al Assad esto marcaría el inicio de una etapa aún más cruenta para un gobierno que de por sí ya es calificado como violento, que abusa de los derechos humanos de sus ciudadanos y que hace todo lo que está en sus manos para permanecer en el poder.
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