William Burroughs, uno de los delegados de la Generación Beat, invasor del proceso de dopaje, de las transacciones somníferas y de la resaca demoniaca, expuso el delirium tremens de los drogadictos duros:
“Durante el período de carencia, el adicto es sensiblemente consciente de su entorno. Las impresiones se intensifican hasta llegar a convertirse en alucinaciones. Los objetos familiares parecen agitarse con una vida furtiva y temblorosa”.
Esa última parte, la de los objetos conocidos, resulta muy acertada: las personas cercanas se desplazan con cadencias desconocidas, y la mente alterada no reacciona. “No reconoce ni a la madre cuando quiere droga”, afirma un hombre que llegó al extremo de dispararle a su hijo, sumido en una crisis de ansiedad. Quería calmarlo, quería asustarlo. En la ciudad de Rosario, Santa Fé, Argentina, un hombre baleó a su hijo, Jeremías, en los pies con una escopeta. Jeremías se altera, se torna violento cuando quiere consumir cocaína y no encuentra una dosis: el joven “se presentó alterado” en la casa de su madre, pateó la puerta para intentar romperla, así que su padre, Pablo, tomó el arma.
Pablo fue detenido a pesar de explicar a las autoridades que su único objetivo era calmar al hijo ávido de dinero para comprar droga. Jeremías empezó a consumir cocaína hace dos años, ya lo internaron cinco veces y “cuando quiere consumir se pone violento”, revela Infobae.
Tampoco era la primera vez que Pablo solicitaba la ayuda de las autoridades para que lo auxiliaran con el descontrol de su hijo ansioso, quien se convierte en una persona que no obtiene calma de nada ni de nadie: Sólo del narcótico. Pablo dice que cuando está deseoso es “irreconocible”, “cuando quiere consumir, quiere consumir, no importa de qué manera sea”.
Y cuando está sobrio, es un chico tranquilo, “solidario y habilidoso”. Pablo acusa al Estado de su incapacidad para “contener” a los adictos en crisis, que experimentan el llamado síndrome de abstinencia, una manifestación que engloba una serie de malestares físicos y psicológicos insufribles.
Pero la drogadicción cambia todo, transforma hasta las mentes más apacibles. En un primer momento, Pablo le pegó para tranquilizarlo y como no funcionó, disparó con la escopeta al suelo y una de las balas le dio en los pies.
El cerebro de un adicto que experimenta el síndrome de abstinencia se transforma, literalmente. En términos neurológicos, durante los procesos biológicos de la adicción, los neurotransmisores se “sobrecargan” y se alteran. En general, la ausencia de sustancias como la cocaína provoca depresión, irritabilidad, insomnio, hipersomnia.
Como el caso de Pablo, muchas personas se enfrentan no sólo a la adicción de sus familiares, sino a las crisis posteriores que inevitablemente afectan el comportamiento y perturban los pensamientos. En algunos lugares de Norteamérica, las autoridades han optado por crear sitios de “encuentro” para los adictos, zonas donde pueden recibir la dosis que buscan sin exponerse a peligros mayores.
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