Arturo Uslar Pietri, el abogado, periodista, escritor, productor de televisión y político venezolano, considerado como uno de los intelectuales más importantes del siglo XX en su país, dijo que la palabrota que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán, terminará por pensar como un patán y por obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre la palabra, el pensamiento y la acción. No se puede pensar limpiamente, ni ejecutar con honradez, lo que se expresa en los peores términos soeces, pues es la palabra lo que crea el clima del pensamiento y las condiciones de la acción.
Como una manera de redignificar el español y su difícil conjugación y reglas gramaticales, la periodista española María Irazusta, presenta: Las 101 cagadas en español, una edición que enseña a “evitar errores” en el uso del idioma.
El término “cagadas” del título llamará sin duda la atención de los lectores, y eso es lo que han pretendido Irazusta y su equipo con esta palabra tan coloquial, “contundente, fácil y muy usada por los españoles”, aunque la obra le será muy útil también al resto de los hispanohablantes.
El subtítulo de la obra, “Reaprende nuestro idioma y descubre algunas curiosidades”, resume su contenido, pues no se trata sólo de subrayar errores, entre ellos el de utilizar el inexistente verbo “preveer”, dar las órdenes en infinitivo y no en imperativo o “caer en el error de los pedantes” y decir: “espúreo” y no el correcto “espurio”.
Un error, este último, que cometieron Lope de Vega, Simón Bolívar, Gonzalo Torrente Ballester y Francisco Umbral, entre otros muchos.
En “Las 101 cagadas del español” también se informa sobre el origen de algunos lugares comunes: “ir de picos pardos”, “el coño de la Bernarda” o “el quinto pino”, y sobre la curiosa evolución del significado de palabras como “álgido” (en origen “algo muy frío”, que acabó siendo un momento o un punto “culminante”) o “enervar” (fue “debilitar” mucho antes que “poner nervioso”).
“Nimio” significaba “excesivo” o “demasiado” y ha pasado a ser “insignificante”, mientras que “lívido” cambió de color y pasó del “amoratado” al “íntensamente pálido” actual, se recuerda en el libro.
Lo políticamente correcto afecta de lleno al lenguaje y quien más y quien menos abusa de los eufemismos, como se pone de relieve en una de las entradas. Obama, el presidente de Estados Unidos, “es negro”, pero pocas veces lo veremos escrito así “por temor a ofender”.
Por esa misma corrección política se dice “interrupción del embarazo” en lugar de “aborto”, “desfavorecidos” antes que “pobres”, “crecimiento negativo” en lugar de “descenso”. Y los salarios “no bajan” sino que “moderan su subida”, y “ser despedido” de una empresa ha pasado a “ser desvinculado”.
La moda de no utilizar el masculino genérico, porque ciertos sectores lo consideran discriminatorio, ha llevado a muchos a abusar de las fórmulas desdobladas (niños, niñas; ciudadanos, ciudadanas…) y a absurdos lingüísticos como “miembros” y “miembras”.
“Siguiendo esta disparatada lógica, también deberíamos decir `ídolos e ídolas` o `personas y personos`”, sostienen María Irazusta y su equipo, formado por los periodistas Beatriz Fernández y Nacho Miquel, la comunicóloga Noemí Sánchez y la filósofa Acacia Núñez.
En los medios de comunicación y en las empresas hay un “neoespañol en gestación”, gracias al cual el empleo “se precariza”; uno “se publicita” y no se anuncia; “se inicializa”, en vez de iniciarse algo; las cosas no se resuelven o tienen lugar, “se sustancian”; no se aclaran, “se clarifican”; y los planes no se ponen en práctica sino que “se implementan”.
Irazusta y su equipo no son “los hermanos rebeldes de la RAE”, como se afirma en las redes sociales. Han tenido muy en cuenta las normas gramaticales y ortográficas de la Real Academia Española, pero no siempre están de acuerdo con ella.
“¿Por qué la Academia acepta vulgarismos como `almóndiga`, `asín, `setiembre` o `madalena` y se niega a aceptar `negrísimo` frente a “nigérrimo”, que nadie utiliza?”, se preguntan los autores de este libro, en el que se reivindica con pasión otro vulgarismo: “vagamundo”.
Con información de El País.