La persona ansiosa tiene una terrible y dominante padecimiento emocional, la imposibilidad de compartir o articular ese dolor para hallar una manera de calmarlo; este doble hecho lo sumerge y encadena a una agonía aún más oscura y pesada. La ansiedad elimina la posibilidad de salir de ella, ya que promueve las acciones que la crean y no la dejan desvanecer.
Este padecimiento se emparenta con el término “neurosis”, introducido en 1769 por el psiquiatra William Cullen, que refería a una afección general del sistema nervioso que abrazaba los sentimientos y el movimiento; resultando en problemas como la histeria, la melancolía y la manía. Como dato, antes de esta fecha, la ansiedad estaba relacionada con los “vapores histéricos”, que, a su vez, se remontan a los primeros registros de la humanidad.
Cuando se instala entre las persona este frío padecimiento, la realidad por completo es filtrada a través de este foco de sentimientos de inconclusión y desesperado fracaso. Algunos escritores han hablado de este sentimiento y otros, como los siguientes diez, han logrado transmitirlo a sus lectores. No han creado un literatura sobre la ansiedad sino una “literatura ansiosa”:
“Madame Bovary” (1856), de Gustave Flaubert
Flaubert es el perfecto amante del “vacuum vitae” (vacío existencial); creó en esta obra para inmortalizar a dama desesperada de su realidad, nunca satisfecha y con algo roto por dentro. Algo que logró gracias a las ficciones literarias que lee con la vehemencia de un adicto a los juegos de azar.
“El jugador” (1867), de Fiódor Dostoievski
La literatura rusa tiene una belleza sustentada en la tristeza de esas estepas cubiertas por un tipo de amargura blanca. En Dostoievski se llegan a los puntos más bajos de desesperación y desdibujo de la humanidad; en esta novela vivimos la caída de un hombre tras perder todo en el juego.
“La amortajada” (1938), María Luisa Bombal
La obra de esta escritora chilena fue muy reconocida por Jorge Luis Borges en su tiempo: “libro de triste magia, deliberadamente suranée”; sin embargo, la sistemática priorización de las obras creadas por hombres, mantuvo a Bombal lejos del reconocimiento de autores como Rulfo o Faulkner, quienes eran los más parecidos a su estética y temática.
“El pozo” (1939), de Juan Carlos Onetti
La persona ansiosa no se puede levantar de su cama, tiene una cajetilla de cigarros a la mano y eso es lo único que le importa. El humo emana de su boca abierta y en su lugar deja entrar el aire negro de la melancolía, que llena cada parte de sus organismo hasta convertirlo en algo parecido al llanto.
“En Grand Central Station me senté y lloré” (1945), de Elizabeth Smart
Este libro es un grito desesperado desde el centro de un mundo que comienza a colapsar sobre sí mismo y tiene como epicentro el desamor. Smart creó desde la autoficción este obra que el escritor Enrique Vila-Matas emparentó con una cita de un poeta yugoslavo: “Querido Friedrich, el mundo todavía es falso, cruel y bello”.
“La espuma de los días” (1947), de Boris Vian
Ésta es una de las obras mejor logradas de este multifacético artista, ya que logra que el ambiente sea el personaje principal; más allá de la trama surrealista. El espacio donde ocurren las acciones se va volviendo espeso mientras se avanza en una suerte de ciénaga frágil y pastosa, donde los días, terriblemente, se escapan.
“Un día en la vida de Iván Denísovich” (1962), de Alexandr Solzhenitsyn
Bajo el estalinismo, la vida en la URSS era despóticamente controlada por el gobierno: cualquier afrenta al partido o a la alta figura del líder ideológico significaba exilio en Siberia, bajo terribles y mortales condiciones de vida. Este escritor, ganador del Premio Nobel de Luteratura, retrató en esta novela breve un día en esas tierras.
“Los inconsolables” (1995), de Kazuo Ishiguro
Después de leer esta novela, sentirás la desesperación, la impotencia y ansiedad que uno de sus protagonistas padece al al tratar de adaptarse a una sociedad que repele a cada uno de sus integrantes, orillándolos a la soledad y al desesperado conteo de los días; como si vivieran sobre una bomba en cuenta regresiva hacia la nada.
“El Rey pálido” (2011), de David Foster Wallace
La última obra del escritor estadounidense es un canto homérico a la desesperación, el tedio y el aburrimiento en los trabajos de oficina. Sus diversas historias se enlazan por el padecimiento de lo fragmentario y la ansiedad propia de la vida contemporánea, que, como en un pesadilla interminable, se trata de avanzar sin lograrlo nunca.
“Conjunto vacío” (2013), de Verónica Gerber Bicecci
La artista mexicana logra con esta novela una exposición detalladamente poética y devastadora de las relaciones de pareja en el siglo XXI. Logra hacer sentir la desesperación y ansiedad de estar en las puertas ante una relación, las suposiciones y los malos viajes que esto propicia y sufre.
En cada una de estas obras uno puede padecer, las palabras transcurren y las oraciones van comunicando el desasosiego de los personajes, narradores y de sus propio lectores. Individuos que se verán inmolados por la opresión histérica, por este realismo basado en la ansiedad y la decepción en la continuidad.
La ansiedad se decía que era una enfermedad del cuerpo y la mente; en cambio, la tristeza sólo era considerada un padecer de la mente; puedes enterarte más en este artículo: ‘Los libros más tristes que se han escrito’. Pero si quieres redimir tus lecturas de mujeres excepcionales, puedes continuar con estos ‘7 libros de Simone de Beauvoir que debes leer para comprender el feminismo’.
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