Si se ve desde el cielo, Mosul parece una ciudad recién convulsionada por un terremoto violento. Las calles son costras gigantes, con edificios de mil fracturas, como lienzos comidos por polillas, tan débiles que podrían deshacerse y caer hechos tierra de un sólo soplido. Es un triángulo de cenizas y ruinas, donde el eco de las detonaciones y bombardeos sigue resonando. Las canciones de la muerte sonaron en loop infinito durante nueve meses.
Desde que ISIS tomó la segunda ciudad más importante de Irak como uno de sus bastiones, hace tres años, los niños han vivido como roedores, criaturas que apenas y salían de sus madrigueras. Tras la liberación de la urbe, el pasado lunes, siguen apareciendo entre los escombros, con rostros dislocados y grises, manchados de sangre seca y cuagulada, de restos de pólvora. Ahora deben caminar como espectros por una ciudad que no es más que polvo y cenizas.
Sally Becker, directora de la organización británica Road to Peace (Camino Hacia la Paz), cuenta para la BBC que ella ha trabajado en zonas de guerra durante 25 años, en Bosnia, Kosovo, Chechenia y nunca había visto algo tan terrible como eso. “Lo peor”, dice. Los cuerpos de rescate no paran de sacar cuerpos de las ruinas.
El estado en el que se encuentran los niños es algo sin precedentes, porque ellos no han recibido ayuda de nadie, hace mucho que dejaron de ser tocados por Dios. “Han estado sufriendo un trauma, han estado sufriendo los efectos de vivir sin comida y agua, han estado viviendo como ratones”, narra Becker.
ISIS impuso su ley desde que instauró un califato en el 2014, en la Gran Mezquita de al Nuri, la más importante de Mosul hasta que fue destruida el pasado 21 de junio por los rebeldes. A partir de ese momento, la sharia (ley islámica) más radical se impuso para los ciudadanos. Y no excluyó a los menores.
El grupo terrorista controló sus vidas absolutamente y los estragos de la opresión y el islamismo más lastimero, rígido y radical se ve reflejado en las caras de los niños, en sus ojos, “en sus ropas, en la manera en que caminan, en todo”, sentencia Becker. La mayoría de ellos, además de estar marcados por las heridas de guerra, de haberse quebrado los huesos y de haberse rajado la cara cientos de veces, están desnutridos, los hallan a punto de morir de hambre. Los miembros de Road to Peace, que instalaron clínicas ambulantes para “intentar aliviar su dolor” se topan con niños que han sufrido tanto “que ya no sienten, que ya no piensan, van hacia adelante con la mirada perdida”.
Juan Luis Ney Sotomayor, un médico catalán especializado en cirugías de guerra contó para El Mundo: “Siento lo
s sollozos interminables
de los niños. Sus lágrimas es lo que más me afecta. Son miradas que reflejan todo el horror padecido”. El trauma que han vivido los ha dejado en un estado ausente, no responden ni a los gritos de sus madres heridas.
El grupo terrorista autodenominado Estado Islámico, una de alas organizaciones más cruentas de todos los tiempos, mantuvo el control de la ciudad de Mosul durante tres años. Desde hace nueve meses, las fuerzas nacionales decidieron hacerle frente a los rebeldes, desatando su furia y dejando atrapados a cientos de iraquíes en la ciudad devastada.Durante la última semana, las tropas del gobierno, a cargo del primer ministro Haidar al Abadi, permanecieron atrincheradas en el barrio del casco viejo citadino. Tras la derrota de ISIS, los iraquíes salieron a las calles a celebrar la victoria, se unieron al compás de una danza de música nacional y gritos de la alegría más sincera. Algunos cargaban las armas en alto, como símbolo del fin de la guerra.
Pero en realidad no hay nada que celebrar cuando la ciudad quedó como escena de película apocalíptica: Casi un millón de personas fueron desplazadas y otros 300 mil ciudadanos sufrieron diariamente el intercambio de balas y fuego. La cifra de los muertos asciende a los miles, aunque todavía no hay un número certero porque los heridos siguen saliendo de todas partes, sobretodo en las zonas más antiguas de la ciudad.
Y ahora los niños ya no lucen perturbados por el sonido de los disparos que no cesan a pesar de la liberación. Es difícil saber si los bebés que las madres sobrevivientes llevan cargando siguen vivos.
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