La vida condena al ser humano a volverse un reloj dispar que compite por igualarse en condiciones existenciales del resto de sus semejantes, como si hubiera una carrera implícita del tiempo y todos debieran llegar al mismo sitio.
Las manecillas propias no saben hacia dónde girar, quieren imitar las ajenas como una imposición para ser felices al medir el tiempo de la misma manera que las construcciones sociales sugieren.
Las siete, las diez, apenas hay diferencia. Los dispares se rebelan como peripatéticos tratando de llegar a alguna parte, aunque sea a una hora indefinida, sin copiar, sólo vivir su hora y minuto exacto y pesar sin parar.
Caminar hasta encontrar respuestas. Se busca la hora exacta para vivir un instante que marque una sonrisa en la gracia de la existencia, dejar de lado lo que Salvador Novo define en el texto “En defensa de lo usado”: “la más deplorable característica del ser humano es no permitirse gozar íntegramente de nada, ninguna cosa, persona o situación”.
Todo por sentirse presionado, porque las manecillas ajenas avanzan y las propias se estancan en un funeral de indecisiones que, a veces, llevan a no apreciar lo que se tiene frente a nuestras narices, y mejor optar por la imitación del paso del tiempo como los otros hacen.
¿Adelantar o atrasar el reloj dispar? ¿Qué hora marcar? La mayoría elige la hora de la “felicidad” como si vivir fuera una industria cultural, como si la misma fórmula de minutos, segundos y decisiones se distribuyera en cajas de Rolex, solicitando a alguien que lo controle antes de que las instrucciones para leer la hora cambien a la función del reloj dispar.
Medir el oxígeno de existencia con el mismo pasar de las horas de los otros equivaldría a lo que el filósofo Emil Cioran considera como misión: matar el tiempo y dejar que éste destruya para estar bien entre asesinos que buscan algún sentido a la vida con el transcurrir de las manecillas que piden cambiar su hora, o morir de una buena vez, en un intento por alcanzar la autenticidad resumida en una sonrisa.
“¿Qué hora tienes?”, preguntan todos para tener un punto de referencia o comparación según sea el caso. De ser el segundo, una serie de frustraciones vendrán al acecho y cada muñeca se sentirá huérfana sin su reloj dispar, como si los minutos padecieran fracasos por no transcurrir igual que el reloj vecino.
El único remedio para que el tiempo reparta sonrisas es que cada quien programe los minutos a su manera, como diría Frank Sinatra en la canción ‘My way’: “I planned each charted course. Each careful step along the byway. And more, much more than this. I did it my way”. Así, planear cada paso del camino, con sumo cuidado, programar el ritmo de la existencia, cada quien a su modo, portando con orgullo el reloj dispar, diferente hora, es igual a la felicidad transcurrida en manecillas que se disparan en diferente frecuencia.
La clave es seguir el instinto, aquel que indica la subjetividad que protagoniza el único paso por la vida, a pesar de que otros piensen que es tarde, mientras se porte el reloj dispar nada faltará ni fallará.
**
La vida actual nos obliga a obsesionarnos con el tiempo, ya que vivimos con prisa y con la presión de no alcanzar a realizar todo lo que nos proponemos; sin embargo, también existe un hábito que te convierte en un desertor del tiempo y te hace dejar todo para después.