Hace más de cinco siglos un lobo fue enterrado en el centro de lo que hoy conocemos como Ciudad de México y es la sede de los tres poderes del gobierno de nuestro país. En esa época era el lugar que albergaba los templos más sagrados del Imperio azteca.
Lo introdujeron a una bóveda de piedra, no sin antes adornarlo con un cinturón de conchas provenientes del Océano Atlántico. Los sacerdotes aztecas colocaron el cuerpo del animal recostado sobre una capa de cuchillos de pedernal: así era el ritual acostumbrado en el siglo XV, antes de la conquista española.
Esta simbólica tumba fue descubierta en el Templo Mayor, muy cerca del Zócalo capitalino, en abril de este año. El 7 de julio, el arqueólogo a cargo de las investigaciones, Leonardo López, hizo oficial el hallazgo en entrevista para la agencia Reuters. También reveló que en la bóveda encontraron una ofrenda con objetos de oro.
“Estas son, sin lugar a dudas, las piezas más grandes y más refinadas descubiertas hasta ahora”, dijo López. Pendientes, argolla nasal y un pectoral en forma de disco son parte de las 22 piezas fabricadas con láminas de oro que se encontraron en el interior de la tumba del lobo azteca.
En las creencias del Imperio, el lobo representa a Huitzilopochtli, el dios del sol y la guerra. Lo consideraban un guía para que los guerreros muertos pudieran cruzar por el peligroso río que representaba el inframundo.
El lobo azteca de esta tumba se encontraba acostado con la cabeza dirigida hacia el oeste. Según los investigadores, tenía aproximadamente ocho meses de edad y fue enterrado durante el reinado de Ahuitzotl (de 1486 a 1502).
Leonardo López explicó que le realizarán pruebas en las costillas para poder determinar si, antes de enterrarlo, los sacerdotes aztecas le removieron el corazón como parte del ritual de sacrificio para honrar a los dioses.
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