Cuando abusaron sexualmente de Ana, ella dijo “no” en repetidas ocasiones. Pero la palabra femenina siempre resulta escueta, no importa la fuerza con la que se enuncie. Decir que no quieres, que te dejen de tocar, que cesen el ultraje no es suficiente ni para el agresor ni para las autoridades, sembradas en sociedades sexistas y machistas. El vocablo de mujer jamás será suficiente, porque al final nadie les cree.
Ana (así se hace llamar para proteger su identidad), una mujer que salió de Guatemala y que llegó a España en el 2011 en calidad de refugiada, fue violada hace algunos años. Conocía bien a su victimario, era en quien más confiaba.”Primero guardé silencio […] Lloré mucho, me castigué, traté de apartarlo de mi cabeza y, al final, un día, fue incontenible: acudí a dos amigas y les conté lo que pude. El resto, lo que no fui capaz de expresar en palabras, lo dibujé”.
Así nació un cómic explicativo, donde Ana libera a todos los demonios que encierra desde su violación. Ahora, muchas mujeres lo ven como un documento pictográfico de denuncia, lo que muchas no se han atrevido a hacer. La Asociación de Mujeres de Guatemala publicó el trabajo, titulado “Buscando Justicia” y junto con él, lanzaron la campaña #YoTeCreo: Hay muchas mujeres que sí creen en el testimonio de las abusadas.
Cuando inició el proceso judicial, Ana siempre sintió que la que estaba siendo juzgada era ella y donde pensó que encontraría justicia, recibió tales maltratos que finalmente abandonó el proceso. Finalmente, se decidió a contar su historia otra vez, porque sabe que hay más mujeres que han pasado por eso: “A quienes puede llegar este relato y que necesitan saber que creemos en ellas, es su verdad”.
Ana huyó de Guatemala, un lugar en donde siempre tuvo la sensación de tener que protegerse: nunca debía salir sola de noche por las calles y debía mantenerse lejos de los extraños. Esa era su forma de intentar controlar su vida. La misma noche que llegó a España, el hombre que se había ofrecido a cuidarla y darle asilo le metió la mano por las ropas y al día siguiente dijo: “Ayer te toqué el culo, espero que no te importe”. Ese fue el primer embate.
Se ofertó como su “maestro del sexo” y asumió que Ana no estaba segura de lo que quería en cuanto a su sexualidad: “Yo era una niña ignorante de sus propios deseos, que decía ‘no’ cuando en realidad quería decir ‘sí'”. Se proclamó como un samurái, con el don del autocontrol de un combatiente japonés. Al final, sólo se nombró el amo de Ana, le ató un cinturón al cuello y la obligó a “andar a cuatro patas”: era “su perra”.
El proceso de denuncia fue aún peor, nadie comprendía ni creía en su historia. La asecharon con preguntas para llegar a “la verdad”, como si su palabra no fuera suficiente. Al final así fue, su testimonio no fue suficiente, le dijeron que “era muy raro que una víctima de violación tenga estudios universitarios o acuda a marchas contra la violencia machista”.
La realidad es que —de acuerdo a El País— en España, únicamente el 0.014 por ciento del total de las denuncias por violencia machista resultan ser falsas y de las 129 mil 292 mujeres que presentaron su denuncia, únicamente 18 de ellas fueron determinadas como falsas.
Ve el cómic completo aquí.
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