Hace tres días, algunas mujeres comenzaron otra discusión sobre las violencias de género en Twitter. Tania Tagle soltó la pregunta de a cuántas mujeres NO habían acosado NUNCA y pidió levantaran la mano. Sólo un par salió al quite de la petición. Pero las cosas se transformaron hasta llegar al punto del #YoTambién visto desde la perspectiva de los hombres.
Las respuestas a la sugerencia fueron las de siempre: gente pidiendo confesiones, gente confesándose —legítima y cínicamente—, gente reflexionando, trolls y muchas discusiones que llegaron hasta la variación de la propuesta transformándola en #YoReconozco. Un hashtag con muchas aristas.
Pero vamos por partes, porque más que dejar este post como mera narración de lo que ocurre en las redes sociales (que no dejan de ser nichos y poses), considero es una buena oportunidad para preguntar sobre afiliaciones filosóficas y actos políticos en lo que respecta al género. Por eso, para empezar, va un asunto problemático: el #YoReconozco no salió del discurso masculino al que tanto le gusta cuestionar a los feminismos, ese de «aliados» y ofendidos porque no se les incluye en el debate y la lucha por la igualdad. O de cualquier otro discurso masculino. La propuesta, una vez más, salió de las mujeres en pos de problematizar, en lo virtual, algo tan complejo como la manera en la que se involucran los hombres con las posiciones de víctima y victimario.
En su texto Producción de víctimas: La ideología implícita en los procesos de victimización, Alonso Cano habla de los «mecanismos de solidaridad interesada», un concepto que considero embona perfecto con el caso:
«La cuestión estriba en que los solidarios, al simpatizar con cierta causa, pesquisan el atributo de inocencia absoluta que estigmatiza al individuo victimizado. Operación mistificadora, diálectica inversa o punto de almohodillado quebrado, que busca de forma interesada una legitimación de clase a través de una fútil identificación simbólica (recordemos que la víctima se estructura discursivamente). De esta manera, se estigmatiza al sujeto catalogado como víctima, por el simple hecho de ser participante en un determinado evento que ha sido calificado de traumático. En ese contexto, tal y como establece Todorov, emerge la figura de la víctima inútil, que designa una evocación interesada para aquellos que determinan el relato imperante. En esa perspectiva, la víctima inútil no sería más que el testimonio perfecto que materializaría el inventario de lo que padeció».
¿Hasta qué punto es loable la suma de hombres que aceptan «sus culpas» y se expían al caber de 140 caracteres? ¿Nos sirve la confesión?
¿A qué discurso le suma el ejercicio? ¿Veremos nacer foros repletos de gente hablando de los discursos de las masculinidades? Y no se trata de competencias, no va por ahí, mi pregunta apunta adonde se construyen los discursos que crean identidades, que no es sino en lo público.
Sí, es cierto, habría que ser ciego o idiota para no darle crédito al ejercicio que abona a las conciencias de algunos, como el caso de este hilo que interpela no sólo al hecho de reconocerse de tal o cual manera, que no habla de la búsqueda de bondad, sino del psicoanálisis como el primer paso a la emancipación: ¿cómo me asumo para mí y para los demás?
Y más que decir cómo nos hemos comportado, aceptarlo y regodearnos en el reconocimiento de ello, darle espacio a otras preguntas que vengan, incluso, de lo que no nos gusta responder, o cuando otros no nos han preguntado.