Si algo se ha puesto de manifiesto en las últimas décadas es la necesidad orgánica de tansformar los paradigmas mediáticos y de publicidad. Aunque persisten ciertos factores anclados en la tradición, la sociedad actual día a día cae en cuenta de que debe afrontar un nuevo escenario: la reivindicación femenina, así como las fronteras cada vez más difusas entre géneros y roles en función del sexo. Asimismo, a la luz de este choque, el ser humano actual se caracteriza por una complejidad intelectual y emocional única, sobre todo en relación con la tecnología y las interacciones entre individuos. Esto, sin duda alguna, influye en la imagen de las cosas que consumimos.
¡El sexo vende! Hoy esta frase no sorprende a nadie, ya que no es ninguna novedad. Desde temprana edad nos vamos convirtiendo, muchas veces presionados por la sociedad, en seres sexuales. El mundo, especialmente en sus medios y mecanismos de difusión, está hipersexualizado. Desde los orígenes del marketing y la publicidad se ha utilizado el componente sexual como un anzuelo. Algunos de los productos más vendidos han basado su publicidad en la imagen de la sexualidad como gancho para el éxito.
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Luego del nacimiento de Internet y consecuentemente del boom de la pornografía en línea, surgieron nuevas maneras de interconectividad y muchas de las inquietudes sexuales que antes habían sido reprimidas empezaron a ser esparcidas por la red, de forma que dos completos desconocidos podrían descubrir que tenían la misma loca y extraña fantasía. Un ejemplo que parece insólito es el caso de Armin Meiwes, el Caníbal de Rotemburgo, quien en 2001 asesinó y devoró a Bernd Jürgen Brandes para satisfacer tanto sus fantasías sexuales como las de la víctima.
Un síntoma de la posmodernidad parece ser que ya la pornografía convencional no es lo único que satisface la curiosidad sexual de las personas. En Sudáfrica, por ejemplo, lo más buscado en los portales de pornografía es la temática de “cámaras escondidas”. En Rumania son las fantasías incestuosas entre madre e hijo las que llevan la delantera, al igual que en Siria, aunque la predilección es por las tías; y en Ucrania lo más procurado es el “raincoat”, que no tiene nada que ver con un impermeable común y corriente, sino más bien con orine.
En virtud del amplio acceso a tantas y tan diversas variedades del sexo en todo su esplendor, desde la más común hasta la más absurda, usarlo como mecanismo de venta ya no es tan atractivo como lo fue en otros tiempos. Hoy en día no consumimos sexo, consumimos el fetiche o el tabú que se esconde tras él. Consumimos la idea de ser parte de algo oscuro y prohibido, o simplemente de algo único, de algo que nos caracteriza y proyecta nuestro interior. Porque todo el mundo tiene sexo, pero no todos tienen el sexo que a ti te puede satisfacer.
Actualmente la búsqueda del placer no se limita a tres o diez personas encerradas en una habitación. Todos queremos algo más. Buscamos barbas, tatuajes, pelirrojas, maduritas, osos y hasta nos atrevemos a hacer mezclas con todas estas ideas para configurar nuestra personificación del placer. En ese sentido, todo puede ser un fetiche o, como mínimo, un objeto infundado del deseo. Hoy día las compañías ya no apuntan a vender la imagen de sexo asociada con sus productos. Es la idea de que se puede satisfacer el más profundo y reprimido deseo por la que se paga. Todo es cuestión de contenido. Lo que vende no es el sexo en sí, sino el entramado sicológico que se compone en nuestra cultura e imaginario individual.
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