Uno de los grandes problemas que han aporreado a los movimientos sociales del siglo XX, es que –conforme avanza el tiempo– sus ideales van mutando hasta alcanzar un punto en el que, más allá de verse reforzados, se contradicen a sí mismos. Esto genera que su compresión sea muy complicada para muchas personas, mientras que para otras simplemente no tengan nada de sentido. Así es como la escritora Jessa Crispin ha definido su postura ante el feminismo; como ella misma lo aclara, la publicación de su libro “Por qué no soy una feminista” no significa que se esté deslindando de una postura que había asumido desde hace años, sino que lo que el feminismo representa hoy, es algo que ya no la representa a ella.
La razón por la que la autora se siente ajena a lo que algunos llaman “nuevo feminismo” es que éste, lejos de luchar en contra de la opresión, da la impresión de estar peleando por posicionarse como la nueva forma de ejercer poder sobre los demás. Para ejemplificar su punto, Crispin utiliza la palabra “empoderamiento” que, al parecer, es de donde se desprenden todos los problemas y tergiversaciones del discurso feminista.
A lo largo de su libro enumera varios puntos de suma importancia donde describe puntualmente cuáles son los inconvenientes de usar este término en combinación con una postura feminista. Aquí hay algunos de ellos:
7. El término “empoderamiento” o “auto-empoderamiento” fue acuñado por la extrema derecha de los años ochenta para dar énfasis a la obligación que un individuo tenía de asumir su rol dentro de la sociedad.
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6. El feminismo lucha en contra de la opresión que ejercen lo sectores más privilegiados de la población sobre los menos favorecidos. Asumir un adjetivo como “empoderada” es decir implícitamente que una feminista, en posesión del estatus que le otorga esa palabra, tiene posibilidades de asumir el mismo poder contra el que luchaba.
5. Las mujeres empoderadas o “feministas predominantes”, como las cataloga Crispin, opacan con sus acciones y comentarios radicales labor de otras mujeres que se han preocupado por mejorar el acceso de las mujeres a bienes y servicios que les permitan desarrollarse mejor en medio del caos provocado por el contexto actual.
4. Según Jessa Crispin, una mujer empoderada no debería llamarse a sí misma feminista, sino pro-mujer. La razón de esto es que quienes se catalogan bajo esta etiqueta, buscan un medio de acceso al sistema de opresión y no una solución para combatirlo.
3. Las mujeres empoderadas utilizan términos como “masculinidad tóxica”, que se refieren a los problemas que causa la testosterona. Esos mismos problemas, pero causados por los estrógenos, son los que los hombres remarcan de una mujer. Técnicamente están cayendo en el mismo juego de poderes verbales.
2. El empoderamiento necesariamente apunta a crear grupos sociales exclusivos; de modo que todo aquél que no pertenezca a dichos círculos es considerado diferente, incluso inferior. En el caso del feminismo predominante, estos individuos menores podrían ser los hombres o incluso las mujeres que no se sienten identificadas con sus ideas.
1 Para Jessa Crispin, el empoderamiento es una forma en la que alguien puede sentirse superior a los demás sintiendo incluso el poder de humillarles. Esa acción de rebajar al otro es otra manera de sobajar a cualquiera que no comparta su forma de pensar.
Es increíble cómo una sola palabra puede cambiar todo el discurso de un movimiento que se preocupa por la liberación de un sector de la población, convirtiendo dicha postura en una nueva forma de opresión casi tan nefasta como la que se han preocupado por erradicar desde hace años.
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Ilustraciones de: No te va a doler.
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Fuentes:
The Guardian
The Cut. Cover Story
Mashable