“Cuenta la leyenda que hace más de dos siglos vivió en la ciudad de Córdoba, en el estado de Veracruz, una hermosa mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de los años. La llamaban la Mulata y era famosa como abogada de casos imposibles: las muchachas sin novio; los obreros sin trabajo, los médicos sin enfermos, los abogados sin clientes, los militares retirados, todos acudían a ella, y a todos la Mulata los dejaba contentos y satisfechos.
Los hombres, prendados de su hermosura, se disputaban la conquista de su corazón. Pero ella a nadie correspondía, a todos desdeñaba. La gente comentaba los poderes de la Mulata y decía que era una bruja, una hechicera. Algunos aseguraban que la habían visto volar por los tejados, y que sus ojos negros despedían miradas satánicas mientras sonreía con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.
Otros contaban que la Mulata había pactado con el Diablo y que lo recibía en su casa; decían que si se pasaba a media noche frente a la casa de la bruja, se veía una luz siniestra salir por las rendijas de las ventanas y las puertas, una luz infernal, como si por dentro un poderoso incendio devorara las habitaciones. La fama de aquella mujer era inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en muchos lugares de México su nombre era repetido de boca en boca.
Hace
tiempo, mucho tiempo que vive en la vecindad al lado de la plazuela.
¿En
verdad? ¡No es cierto! Nunca la hemos encontrado en el patio, en el zaguán. Ni
en la calle, ni en la iglesia ni tampoco en el mercado:
¡Luego
ella no es de este barrio, luego llegó de repente!
En
Córdoba ¡desde cuándo apareció de improviso!..
Nadie
sabe cuánto duró la fama de la Mulata. Lo que sí se asegura es que, un día, de
la villa de Córdoba fue llevada presa a las sombrías cárceles del Tribunal de
la Inquisición, en la ciudad de México, acusada de brujería y satanismo. La
mañana del día en que iba a ser ejecutada, el carcelero entró en el calabozo de
la Mulata y se quedó sorprendido al contemplar en una de las paredes de la
celda el casco de un barco dibujado con carbón por la hechicera, quien
sonriendo le preguntó:
– Buen día, carcelero; ¿podrías decirme qué le falta a este navío?
¡Desgraciada mujer! – contestó el carcelero- Si te arrepintieras de tus faltas
no estarías a punto de morir.
Anda, dime, ¿qué le falta a este navío?, – insistió la Mulata.
¿Por qué me lo preguntas? Le falta el mástil.
Si eso le falta, eso tendrá – respondió enigmáticamente la Mulata.
El
carcelero, sin comprender lo que pasaba, se retiró con el corazón confundido.
Al
mediodía, el carcelero volvió a entrar en el calabozo de la Mulata y contempló
maravillado el barco dibujado en la pared.
Carcelero, ¿qué le falta a este navío? – preguntó la Mulata.
Infortunada mujer- le replicó el desconcertado carcelero-. Si quisieras salvar
tu alma de las llamas del infierno, le ahorrarías a la Santa Inquisición que te
juzgara. ¿Qué pretendes?.. A ese navío le faltan las velas.
Si eso le falta, eso tendrá- respondió la Mulata.
Y
el carcelero se retiró, intrigado de que aquella misteriosa mujer pasara sus últimas
horas dibujando, sin temor de la muerte.
A
la hora del crepúsculo, que era el tiempo fijado para la ejecución, el
carcelero entró por tercera vez en el calabozo de la Mulata, y ella, sonriente,
le preguntó
¿Qué le falta a mi navío?..
Desdichada mujer -respondió el carcelero-, pon tu alma en las manos de Dios
Nuestro Señor y arrepiéntete de tus pecados. ¡A ese barco lo único que le falta
es que navegue! ¡Es perfecto!
Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, navegará, y muy
lejos…
¡Cómo! ¿A ver?
Así -dijo la Mulata, y ligera como el viento, saltó al barco; éste, despacio al
principio y después rápido y a toda vela, desapareció con la hermosa mujer por
uno de los rincones del calabozo.
El
carcelero se quedó mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, los
cabellos de punta y la boca abierta.
Nadie
volvió a saber de la Mulata;
Se
supone que está con el demonio.
Quien
les crea a los cuentos de hechiceras
Que
pruebe a pintar barcos en los muros”.
El Santo Oficio de la Inquisición se inauguró oficialmente en la Nueva España en 1751. A pesar de que habían transcurrido más de dos siglos desde la Conquista, los resquicios del pensamiento indígena seguían arraigados en el seno de una sociedad en plena transformación donde la explotación, la polarización entre clases y el racismo marcaban el pulso del día a día.
La supresión definitiva de la cultura originaria a manos del canon occidental llegó a través del concepto de herejía, un término que históricamente funciona a la perfección para desprestigiar todo orden de creencias que no se adapten al cristianismo que se impuso a sangre y fuego con la Conquista. No sólo desaparecieron los grandes templos y las representaciones de la cosmogonía prehispánica, también los saberes tradicionales (como la medicina) fueron juzgados por herejía.
En el caso de la leyenda de la Mulata de Córdoba, el personaje principal reúne todos los factores anteriores: conocemos la raza mestiza de la mujer de quien se habla, mientras otras versiones dan cuenta de que practicaba la medicina tradicional, un hecho severamente castigado por las autoridades de entonces. A pesar de que no está comprobada la existencia histórica de Soledad (nombre que recibe en algunas versiones de la leyenda), el relato es un poderoso testimonio de tradición oral que da cuenta de la opresión y la visión tanto de los oprimidos como del poder eclesiástico en el México Colonial.