Los mitos tienen la capacidad de mutar camaleónicamente, según las manos en que se encuentren. La tradición de un sistema de creencias que se reproduce de forma oral y escrita provoca distorsiones que enriquecen las historias con elementos propios de la cosmovisión de un pueblo; sin embargo, están lejos de ser verdad.
Nadie podría creer que la historia del guerrero Popocatépetl y la princesa Iztaccíhuatl es la explicación más convincente para comprender la formación de los volcanes que asoman en el Valle de México. De la misma forma, los relatos de los mayas quichés contenidos en el Popol-Vuh representan una expresión única de la cosmovisión maya, pero nunca serían considerados como relatos fidedignos capaces de sustentar una teoría real sobre el origen del hombre.
Entonces surge una desconexión que rompe con toda lógica: los relatos del cristianismo sobre el génesis, los milagros de Cristo y las doctrinas sobre las que se sostiene la fe católica son parte de una mitología que –por más increíble que parezca– rige como verdad en distintas latitudes del mundo.
Ante la falta evidencia de fuentes historiográficas y la dificultad para realizar un planteamiento sobre temas que dependen exclusivamente de la fe y la disposición de la Santa Sede, distintos teólogos han tratado de dar luz sobre cuestiones tan subjetivas, pero imprescindibles para el culto cristiano. Conoce las modificaciones de la postura oficial sobre temas como la existencia real del infierno y el limbo, que alguna vez ocuparon la mente y los recursos de quienes dirigen a la Iglesia:
El infierno y el purgatorio
Para la tradición católica más ortodoxa, el infierno es el sitio al que han de parar todas las almas que renunciaron a la gracias de Dios o cometieron pecados en vida. A través de los textos bíblicos, es dotado de características que lo hacen un sitio inferior, reservado para el Diablo y sus ángeles, lleno de tormento y sufrimiento. Mateo lo caracteriza como un sitio donde “imperan las tinieblas y el silencio de la ausencia de Dios”, combinándose con “el llanto y el crujir de dientes”. En él no hay perdón, ni redención o arrepentimiento, sólo oscuridad.
Esta noción se mantuvo en pie durante siglos de catolicismo; sin embargo, la Enciclopedia Católica del siglo XX afirmó ante su concepción en el imaginario colectivo como un lugar oscuro, rocoso y con otros elementos físicos como el fuego y la lava, que “no hay suficientes razones para considerar el término “fuego” como una simple metáfora”. Las posturas suavizadas del infierno cambiaron desde la Edad Media, que implementó puntos medios de retorno como el purgatorio, inédito en cualquier texto bíblico.
En 1999, el Papa Juan Pablo II aumentó la polémica cuando dio a entender que el Infierno, más que responder a un sitio tenebroso e inferior, es un estado anímico:
“Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el Infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El Infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría”.
En el mismo sentido se expresó Francisco, cabeza actual de la Iglesia católica, durante 2015 cuando a pregunta expresa sobre este lugar, unificó diablo e infierno como la misma entidad.
“Al infierno no te mandan, si vas es porque lo eliges tú. El infierno es querer alejarse de Dios porque no quiero el amor de Dios. El diablo es el infierno porque él ha querido nunca más tener relación Dios”.
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El limbo
Entre los puntos medios como invenciones para suavizar el dogmatismo dual de la Iglesia Católica, el limbo ocupó un sitio especial entre el Infierno y el Cielo, un espacio ajeno a todo lo demás donde se suspenden las almas de los niños que murieron sin cometer pecado alguno, pero nunca recibieron el sacramento del bautismo para librarse del pecado original.
Esta versión funcionó como verdad durante siglos, hasta que en 1984, Benedicto XVI afirmó en el marco de la Congregación de para la Doctrina de la Fe, que se trataba de “una hipótesis teológica”. La visión del papa emérito tomó fuerza entre un sector del catolicismo y finalmente, en un par de reuniones de la Comisión Teológica Internacional, Ratzinger –entonces Obispo de Roma– confirmó la sentencia:
“Siendo la existencia del Limbo una verdad dogmática, sí es una hipótesis teológica, y por tanto, no quita la esperanza de encontrar una solución que permita creer, como verdad definitiva, la salvación de los niños que mueren sin haber sido bautizados”.
Ante tal situación y preocupados por las almas de los menores, distintos teólogos preguntaron cuál era su destino final y el Vaticano se limitó a asegurar que todo quedaba en manos de la gran misericordia de Dios.
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El alma de los americanos
Durante la conquista de América, las cartas de relación eran el nexo idóneo para comunicar lo que ocurría en ultramar a las autoridades monárquicas, terratenientes y por supuesto, eclesiásticas. Entre todas las cosas que los conquistadores se preguntaban del nuevo mundo, una preocupación esencial era aclarar el estado de los nativos americanos ante Cristo: conocer si como las bestias, carecían de fe y alma o bien, podían instruirse en la palabra de Dios.
El fraile Francisco de Vitoria resume el pensamiento de cientos de teólogos de la época sobre las civilizaciones americanas:
“Esos bárbaros, aunque como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos”.
Después de arduas sesiones en los salones de los Museos Vaticanos y cientos de horas recopilando testimonios y pruebas sesudas, el papa Pablo III declaró en 1537 con cierto aire arquimédico:
“Consideramos sin embargo, que los indios son verdaderos hombres y que no sólo son capaces de entender la fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan deseosos de recibirla”
La declaración de Pablo III demuestra la urgencia de aceptar a los indios como personas, pues estaba en juego nada menos que la conquista y respondió a una legitimación religiosa de la invasión y el saqueo a América. Si la teoría que defendían los teólogos que creían bestias a los americanos era oficialmente aceptada, entonces la conquista habría tirado el velo religioso que escondía la riqueza y expoliación como sus verdaderos propósitos.
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Conoce la tradición de las Florarias, otro culto que surgió en la Antigua Roma y del que aún quedan reminiscencias en la actualidad después de leer “La fiesta romana de las prostitutas donde la ofrenda es toda clase de gestos obscenos”. Del otro lado del Atlántico, la cosmovisión de los antiguos mayas respondía a una creencia que relacionaba los colores con los sentimientos y los puntos cardinales. Descubre cuál era “El significado de los colores mayas para lograr el equilibrio y una vida espiritual” y en qué se sustentaban las creencias prehispánicas.