La risa en su sentido más básico y estricto se trata simplemente de la contracción rítmica del diafragma acompañada de sonido —es decir, nuestras carcajadas—, que no es más que una reacción física. Por años se ha debatido si los humanos somos el único animal en la Tierra que ríe o si bien también lo hacen otros animales como los monos, incluso las ratas.
No obstante de que seamos los únicos o no, además del sentido biológico —como respuesta a un estimulo como las cosquillas—, la risa también tiene una connotación fuertemente social y cultural. Un artículo en The Guardian explica que vista desde la antropología, nuestra forma de reír cambia de cultura a cultura, por ejemplo, los pigmeos de lo que ahora es la Republica Democrática del Congo suelen reír enérgicamente, acostándose en el piso al tiempo que agitan sus piernas en el aire y tiemblan, en un modo que para nosotros no es más que mera hilaridad absoluta.
[s. a., Bufón que ve todo a través de sus dedos, circa 1500, Davis Museum and Cultural Center, Wellesley.]
En ese mismo sentido, la risa responde a ciertos contextos, es por ello que escuchamos que alguna película tiene “un humor muy gringo”, al tiempo que también es interpretada a partir de ciertas creencias e incluso reglas de comportamiento. Ello nos lleva de vuelta a la Edad Media, periodo histórico en el que, lo creas o no, la risa fue penada y castigada por la Iglesia Católica.
El origen de la prohibición de la risa se debe a que era considerada una cuestión sumamente corporal, al tiempo que el propio cuerpo era considerado como un instrumento del mal —entre otras interpretaciones, como que era indisoluble del alma, o bien que el bien y el mal se realizaban a través del cuerpo— y que éste tenía distintos «filtros» como los ojos, oídos y boca, es por ello que había que utilizarlos con mesura y controlar exabruptos —como la risa— por los que puede el mal podría expresarse.
[s. a., El tonto que pasa algo por alto, circa 1500, Davis Museum and Cultural Center, Wellesley.]
La primera vez que se planteó propiamente y que se popularizó esta prohibición fue con la Regula Magistri de San Benito, en el siglo VI, en la cual se creía que la risa era «la peor contaminación de la boca» y en cambio se privilegiaba el silencio:
«Si el silencio es virtud existencial y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación. Desde el siglo VI, sobre todo con San Benito, la risa pasa del ámbito del silencio al de la humildad: la risa es lo contrario a la humildad; ha pasado a formar parte de otro entramado de la sensibilidad y la devoción.»
Sin embargo, la propia prohibición tuvo su evolución, Jacques Le Goff lo resume de esta forma:
«Sucede aquí algo similar a lo ocurrido con los modales en la mesa o con los gestos. La Iglesia, en un primer momento, ante un fenómeno que tiene por peligroso y que no sabe cómo controlar, opta por el rechazo categórico. En torno al siglo XII, consigue someter el fenómeno: distingue la buena de la mala risa, unas formas aceptables de reír de otras inadmisibles. La Iglesia elabora entonces, con la escolástica, una suerte de codificación de los usos de la risa.»
Estos usos de la risa o tipos de risa en principio fueron diferenciados con el estudio del Antiguo Testamento, asimismo de la propia iconografía religiosa, en la cual es común encontrar a ángeles o vírgenes sonrientes. De forma muy glosada, la risa permitida era aquella que era contenida y reprimida, hecha de forma disimulada, es decir, aquella risa que intentaba reducir lo más posible su corporeidad, puesto que hacer lo contrario se volvía en una risa diabólica, que hipnotizaba o, en otras palabras, se volvía contagiosa y hacía que precisamente se expresara el mal que caracterizaba a nuestros cuerpos.
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En portada: detalle de Gerard David, La virgen y el niño con cuatro ángeles, 1505.
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