«Convendría sentir menos curiosidad por las personas y más por las ideas». Marie Curie
Todos alguna vez en nuestras vidas hemos escuchado hablar sobre Marie Curie, la gran mujer del siglo XIX quien junto con su esposo Pierre Curie, descubren el Radio, logrando así convertirse en la primer mujer en la historia en tener dos premios Nobel, el de física y el de química. Otros grandes rasgos que podemos destacar antes de ver su vida más allá de premios o reconocimientos mundiales, es que vivió 67 años, tenía nacionalidad francesa-polaca y era la hija menor de cinco hermanos. Pero en este texto daremos a conocer la otra cara, la que muy pocos llegaron a ver, la cara de una mujer amorosa, apasionada, intensa y extremadamente sensible que tenia Madame Curie.
Casimir
La joven Marie era una mujer muy perseverante, se enfocaba en el trabajo y en el estudio más que en su vida social; después de concluir sus primeros estudios, y gracias a la situación histórica en la que se encontraba su país natal Polonia, decide hacer un trato con su hermana Bronya, el que consistía en que Marie trabajaría para pagarle los estudios en el extranjero y cuando terminara sería el turno de Marie de estudiar (¡qué paciencia y fe!). Fue así que Madame Curie decidió trabajar para la familia Zorawski, firmando un contrato como institutriz. Ahí conoció a Casimir, el hijo mayor del matrimonio para el que trabajaba, un chico de su edad que estudiaba matemáticas en Varsovia. Se enamoraron perdidamente un verano, y cuando Casimir le dijo a sus padres que quería pedir la mano en matrimonio de Marie, se volvieron locos, no les cabía en la cabeza la idea de que su hijo se casara con una institutriz, lo amenazaron en que si lo hacía: lo desheredarían. Es así que, sin más, Casimir volvió a Varsovia y para la mala suerte de Marie, tuvo que quedarse a terminar su contrato con la familia Zorawski dos años más. Este es un fragmento de la carta que Marie le envió a su hermana Bronya:
«Querida Bronya: He sido estúpida, soy estúpida y seguiré siéndolo el resto de mi vida, o tal vez debería traducirlo a un lenguaje más claro: nunca he sido, no soy ni seré afortunada».
Casimir Zorawski
La herida sentimental de Marie era grande y pareciera que aquí acabaría su historia, pero gracias a su perseverancia, fe en sí misma y en sus aptitudes, pudo continuar trabajando para el matrimonio que la despreció aún teniendo el corazón roto.
Pierre
Se fue a estudiar a París y, como era de esperarse, quedó como la número uno en su clase de Física. Es en ese país donde Marie conoce al amor de su vida, a Pierre. Marie escribió en su diario la primera impresión que le dio al verlo:
«Cuando llegué, Pierre Curie estaba de pie en el umbral de la puerta acristalada de un balcón. Me apareció muy joven, aunque tenía treinta y cinco años. Me impresionó la expresión de su figura espigada. Su forma de hablar, un poco lenta y reflexiva, su sencillez, su sonrisa grave y joven a un tiempo, inspiraba confianza…»
Pierre Curie
Así comienza la historia de amor de Pierre y Marie, pareciera que fue amor a primera vista (si es que eso existe). Pero compartían algo muy hermoso, tenían la misma visión de ayudar al mundo (y así lo hicieron), lograron poner su granito de arena en este mundo, ya que no patentaron sus descubrimientos para que así la gente del mundo científico pudiera seguir experimentando con estos. Marie, ya casada con él, le escribe a su hermana Bronya:
«Tengo al mejor marido que podría soñar; nunca había imaginado que encontraría a alguien como él. Es un verdadero regalo del Cielo, y cuando más vivimos juntos, más nos queremos…»
Tuvieron dos hijas: Irene y Eve. Marie había sufrido varios abortos dado a que estaba constantemente expuesta al elemento químico Radio con el que experimentaban ella y su marido. Su maravilloso matrimonio, que disfrutaba salir en bicicleta a dar paseos largos por Francia, tuvo que terminar once años después.
Marie, Irene y Eve
Una tarde, Pierre había salido con sus amigos a charlar a un cafe y cuando regresaba a casa murió atropellado por un carruaje de seis toneladas, los caballos lo pisotearon y lo que lo mató fue una rueda trasera que le reventó el cráneo. Murió sin que nada se pudiera hacer por él, dejando a Marie sola con dos niñas, la menor de catorce meses. Marie escribe en su diario:
«Entro en el salón. Me dicen: -Ha muerto.- ¿Acaso puede una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos esa tarde, ya sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre…»
Fue muy duro para Madame Curie haber perdido el que había sido el amor de su vida, no le entraba en la cabeza la idea de pasar el resto de su vida sin el, tiempo después escribe:
«A veces (tengo) la idea ridícula de que todo esto es una ilusión y que vas a volver. ¿No tuve ayer, al oír cerrarse la puerta, la idea absurda de que eras tú?»
Dan escalofríos el sentir su desesperación, su impotencia, su desgaste emocional de esperar que vuelva alguien que ya no esta. Esta parte de su historia es la más impactante. Casi dos meses después de la muerte de Pierre, Marie le pidió a su hermana Bronya a que le ayudara a hacer algo que, para la mayoría, sonaría espeluznante. Marie escribe:
«Con mi hermana quemamos tu ropa del día de la desgracia. En un fuego enorme arrojo los jirones de tela recortados con los grumos de sangre y los restos de sesos. Horror y desdicha, beso lo que queda de ti a pesar de todo…»
Bronya acompaño a Marie a su dormitorio, cerraron las puertas, y sacaron del armario un gran bulto envuelto en papel impermeable que contenía la ropa que Pierre había usado el día de su muerte, juntó los restos de sesos y coágulos de sangre. Marie le imploró a Bronya que le ayudara a deshacerse de esa porquería. Comenzaron a cortar con tijeras la ropa para después aventarla al fuego. Pero al momento de llegar a las sustancias orgánicas, Marie no pudo continuar, empezó a besarlos y a acariciarlos, todo esto ante la mirada asustada de su hermana, quien decidió arrancarle los pedazos y aventarlos al fuego para terminar con la aterrorizante tarea. Marie pone en su diario palabras que nunca escucharía Pierre:
«Tus labios, que yo solía decir que eran exquisitos, están pálidos, descoloridos. Tu barbita canosa; apenas se ve tu pelo porque la herida empieza justo ahí y podría verse el hueso superior de la derecha de la frente levantado. Qué golpe ha sufrido tu pobre cabeza, que yo acariciaba tan a menudo tomándola en mis manos. Y una vez más te besé los párpados que tú cerrabas tan a menudo para que yo besara, me ofrecías la cabeza con un movimiento familiar que recuerdo hoy y que veré difuminarse en mi memoria; ya el recuerdo es confuso e incierto…»
Paul
Tras todas estas palabras, tanto rose, tanta piel, tanto detalle, tanta caricia resulta increíble creer que después de cuatro años de su muerte, Marie se volvió a enamorar, esta vez de un hombre casado: Paul Langevin. Su amorío no duró mucho y Madame Curie lo pagó muy caro. Una noche, la esposa de Paul la acorraló en un callejón y amenazó con matarla si seguía con eso. Horrorizada, Marie supo que tenía que dejar de ver a Paul, aunque por dentro ella deseaba que Paul se divorciara y se quedara con ella. Nunca pasó. En cambio, Paul siguió casado en ese enfermizo matrimonio, pues tenía cuatro hijos.
Foto: Paul Langevin
La historia de aquí en adelante deja de tener tantos altibajos emocionales y pasiones desenfrenadas, Madame Curie fue una mujer extraordinaria que dedicó su vida al estudio de la ciencia. Murió el cuatro de julio de 1934, víctima del elemento químico que la plasmó en la historia de la humanidad: el Radio.
*Este artículo fue publicado originalmente por Daniela Fer el 29 de octubre del 2015 y ha sido modificado
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