Arrojaron a mi bebé al fuego, el relato de una mujer rohingya que lo perdió todo

El rostro de Rajuma emanaba sudor a causa del fuego que a sus espaldas cubría la aldea de Tula Toli, en Rakáin, lugar en el que no sólo creció sino también en donde vio nacer a su pequeño hijo Muhammad Sadeque, de apenas año y medio de edad. Ahí, durante una noche de agosto, un

Lau Almaraz

Arrojaron a mi bebé al fuego

El rostro de Rajuma emanaba sudor a causa del fuego que a sus espaldas cubría la aldea de Tula Toli, en Rakáin, lugar en el que no sólo creció sino también en donde vio nacer a su pequeño hijo Muhammad Sadeque, de apenas año y medio de edad. Ahí, durante una noche de agosto, un grupo de soldados prendieron fuego no sólo a su hogar sino al de cientos de mujeres rohingyás que habitaban esta comunidad en Birmania.

A todas ellas las colocaron de pie en el río. Con las pistolas apuntando hacia cada una de las mujeres, Rajuma permanecía inmóvil, con el agua cubriendo la mitad de su cuerpo color obsidiana. Conforme la mirada recorría su silueta, se le vio cargando a su hijo, tratando de protegerlo entre sus brazos. Quería evitar que los soldados siquiera lo tocaran. No lo logró.

«Arrojaron a mi bebé al fuego», cuenta Rajuma. El pequeño, dando gritos, fue arrancado de los brazos de Rajuma para, sin reparo alguno, lanzarlo al fuego que consumía el que horas antes era su hogar. La musulmana rohingya padeció no sólo la pérdida de su hijo sino también la de su familia, misma que fue asesinada ante sus ojos, todo después de haber sido violada por los soldados del gobierno de Birmania, quien no los reconoce como ciudadanos desde hace ya varios años.

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*Foto: Sergey Ponomarev, The New York Times.

Lo que vivió Rajuma lo vivieron y lo viven también miles de personas pertenecientes a los Rohingyas, mismos que padecen el odio y el resentimiento birmano, que los concibe más como inmigrantes de Bangladesh que llegaron a Rakáin cuando era una colonia británica. Es la postura del gobierno la que los vuelve uno de los grupos apátridas más grandes del mundo.

Estos abusos parecen no tener fin para los Rohingyas y sin duda, historias como las de Rajuma, se multiplican cuando con su presencia, los soldados cometen abusos y asesinatos en contra de estas personas que, además, viven en condiciones sumamente deplorables.

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*Foto: Adam Dean, The New York Times.

«La gente se arrastraba a los pies de los soldados y suplicaba por sus vidas», relató Rajuma a Jeffrey Gettleman, periodista del diario The New York Times. «Los soldados no se detuvieron; los pateaban y los mataban, apuñalaron gente, les dispararon, nos violaron, nos dejaron inconscientes», indicó con tristeza la mujer que corría desnuda envuelta en hilos de sangre, cuando los soldados la atacaban en repetidas ocasiones.

El caso de Rajuma, al igual que el de miles de Rohingyas, es seguido de cerca por Peter Bouckaert, investigador veterano del Observatorio de Derechos Humanos, quien indicó que estos abusos eran evidencia clara de masacres organizadas por el gobierno de Birmania. Fue así que el 11 de octubre de este mismo año, la oficina de derechos humanos de la ONU, afirmó que las tropas del gobierno atacaron casas y campos, lo que dificulta el regreso de los Rohingyás a sus hogares.

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*Foto: Sergey Ponomarev, The New York Times.

Rajuma escapó y cuenta al diario estadounidense que cree tener 20 años. No cuenta con un papel que la acredite como ciudadana de Birmania y eso podría serle un problema si llega a solicitar refugio en Bangladesh, país que ha sido renuente en dar asilo a personas como esta joven.

»No puedo explicar cuánto me duele ya no escuchar a mi hijo decirme ‘má’», contó Rajuma al periodista, aunque, de las entrevistas que él realizó durante su investigación, ella fue la única que se desmoronó al hablar de lo que le sucedió. Parece que los soldados también arrancaron el alma a los sobrevivientes. Parece que el gobierno birmano se aseguró de asesinar también su capacidad de sentir.

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