Con la ayuda de las crónicas se aborda una tradición muy extendida en México durante los siglos XVII, XVIII y XIX: los altares dedicados a la Virgen de los Dolores –patrona de los hogares, confidente de las aflicciones domésticas y defensora de la honra familiar–, que se realizaban los Viernes de Pasión o el sexto Viernes de Cuaresma en los templos y en las casas.
La devoción a la Madre de Dios bajo las advocaciones de Nuestra Señora de la Soledad, de la Piedad, la Dolorosa, Nuestra Señora de las Angustias, la Virgen de la Esperanza y la Virgen de los Dolores, entre otras, proviene del siglo XIII, cuando se funda en Italia la Orden de los Siervos de María o servitas, cuyo objetivo y espíritu era fomentar, difundir y conservar la devoción a la Virgen.
La artista Betsabeé Romero recupera la tradición del Altar de Dolores y propone la instalación Con el dolor y la fragilidad, abierta en el Antiguo Colegio de San Ildefonso.
En este caso el altar no está dedicado a la Virgen de los Dolores, sino a las ‘‘numerosas dolorosas” quienes han sufrido las ‘‘terribles pérdidas de sus hijos e hijas en este país en el que la violencia le quita la vida a tantas personas a diario, y que lejos de disminuirse ha aumentado en los meses y años recientes”.
La tradición, entonces, no se enfoca en ‘‘el Viacrucis, en las heridas, el dolor mismo, el escarnio, la maldad”, sino que es un altar en el que la música, la iridiscencia de las velas y las formas del vidrio que simbolizan las lágrimas de la virgen pretenden ‘‘distraer el dolor, darle un respiro”, precisa la artista.
Con el dolor y la fragilidad ocupa dos salas para exposiciones temporales del segundo nivel del museo ubicado en Justo Sierra 16, Centro Histórico. En esta instalación ‘‘envolvente”, Romero ha creado un ambiente con papel picado, coronas de agave, listones morados, fotografías de las madres que luchan por la justicia, vitroleros de agua de limón con chía y velas escamadas.
Todo culmina en un gran altar con un piso de vidrios rotos, carneritos de cerámica, tambores de talavera del siglo XVIII, puñales de los siete dolores y pequeñas llantas convertidas en floreros con siemprevivas.