Colgados boca abajo, la sangre del cuello partido a la mitad les corrió por la cara y el cabello para terminar llenando frascos de mermelada. Las portadas de muchos medios de Nuevo Laredo, Tamaulipas, en 2003, también se coparon de esa sangre. No se requirió mucho para que el satanismo, vudú y ocultismo estuvieran presentes en el imaginario colectivo. Personajes como los de Enrique Sánchez y Constanzo, autollamados brujo número uno y dos, respectivamente, taladraron en los ojos de quienes fotografiaron sus escenas del crimen y aquellos que, al día siguiente, vieron las fotos impresas en el periódico.
Enrique, el dos, degolló a una mujer en medio de un rito satánico y puso su sangre en un vaso para ofrecerlo a los espíritus. Constanzo, el uno, asesinó a 12 personas el 9 de abril de 1989 en Matamoros, Tamaulipas; les sacó el corazón y el cerebro en una ceremonia a modo de salvación para un narco que se lo pidió desde una celda.
Esta y otras historias como aquella del niño de cinco años al que su madre y su tía le sacaron los ojos con una cuchara en medio de un rito satánico en Nezahualcóyotl son las versiones mediáticas del ocultismo, el satanismo y el vudú, funcionales para el morbo. Pretexto gráfico no falta, pues la mezcla de elementos religiosos africanos —animistas y fetichistas— con algunos del cristianismo —como que todo lo que no es de Dios es del Diablo— funcionan perfecto para mirar sólo hacia los sacrificios rituales y al trance como la línea directa de comunicación con sabios, muertos y diablos.
Para Alba Pedro, el vudú es menos espectacular que en las páginas de los diarios y en las películas, pero no por ello de menor relevancia en términos de creencia. A ella, su padre y abuela le inculcaron un amor fetichista a las muñecas. Incluso posee una desde que tiene uso de razón.
«A Trudy —una Cabage Patch—la conocí cuando tenía cinco años y ella me llamó en el supermercado. Yo no me acuerdo muy bien porque es como un cassette borrado, pero mi mamá me contó que en la Comercial Mexicana de Chabacano, cuando pasamos por la juguetería, le dije que una muñeca del estante de en medio me llamaba y me decía que la comprara. Pensó que era una invención de niños pero al final terminé llevándola. Desde entonces sé que Trudy forma parte de mi vida como una compañera, hija, amiga o el parentesco que quieras ponerle», responde Alba sobre los objetos de encuentro con su fe.
La experiencia vudú de Alba pocas veces ha tenido que ver con la experiencia de Bokor, el hechicero que le dio a esta religión la identificación con los zombis, las transformaciones, los alfileres en muñecos de cera y sangre y las posesiones de inframundo que dirigen cuerpos a voluntad. En todos los años que lleva practicando vudú, sólo ha visto la matanza ceremonial de tres animales: dos pollos y un cerdo. Este último sí la impactó y la hizo cuestionarse si estaba en el lugar adecuado:
«¿Esto me va a dejar algo? Me incomoda y no quiero estar. Pensé. Pero después de un rato reflexioné sobre mi propia religiosidad que también tiene que ver con proveer. Uno hace lo que tiene que hacer y ya. En ese caso fue lo que tuve que hacer: estar ahí».
Se quedó a ver el desangrado de un cerdo de casi media tonelada. Lo colgaron para secarlo y usarlo por completo. Ni un pelo de ese animal, al que antes se le agradeció por ceder su vida a un propósito ritual ofrecido a los gede —muertos— fue desaprovechado, pues se sabe que su carne se come en días de ritual y los restos no comestibles sirven para los fetiches con variados propósitos.
Alba a veces va a su centro Ile de confianza —pasando Eje 3—, pero generalmente hace sus rezos, invocaciones y fetiches en casa. Es escultora, así que no se le dificulta proveer a propios y extraños de muñecos fetiche con propósitos especiales. Ella no interviene en los procesos de sus clientes más que para guiarlos a hacer sus amarres, protecciones o entierros.
«Cuando hago muñecas vudú, tengo claro que la que hace el trabajo no soy yo. Le doy a la gente lo necesario, pero yo no puedo atraer nada para nadie. Tú tienes que atraer lo que tú quieres para ti, y tienes que estar claro de la activación de ese muñeco, no puedes invocar algo que no podrás manejar», recalca.
—¿Alguna vez has lidiado con algo que no esperabas?
«A una persona que le hice un atado —un muñeco para enterrar— me dijo que después de que le entregué todo para hacer el trabajo, sentía una presencia, que se sentaban en su cama y escuchó muchos ruidos de rasgaduras. Me pidió que le ayudara a deshacer el trabajo. Lo deshicimos, pero aún así siguió escuchando cosas y sintiendo que lo ahogaban. No puedo explicarlo como un hecho paranormal; nunca he visto algo que me sorprenda de esa manera, así que se lo atribuyo a la culpa, pero al final todo se trata de lo que se quiere creer».
Además de las muñecas vudú, Alba da clases de arte. Y para sorpresa de todos, revela que en su experiencia hay más gente que recurre al vudú para hacer cosas buenas que malas.
«A mí generalmente me buscan para hacer muñecos que curen la enfermedad de alguien. Gente que quiere tener buena relación con su pareja; entonces le hago el muñeco de su pareja y éste es tratado con mucho amor y respeto. Para unir amistades y hacer amarres de parejas que ya están juntas. También para traer hijos. Y entre las cosas malas hay amarres con gente con la que no estás, es decir, se busca desviar el camino de alguien para atraerlo a fuerza. Y lo peor que me piden es enterrar a una persona o que le vaya mal. Son pensamientos contra la lógica».
— ¿Qué le pasa a alguien que se entierra, se muere?
«Puedes hacerlo el muerto. No es una muerte física, porque eso es homicidio. Pero una muerte espiritual sí. Y se traduce como: que le vaya tan mal al punto de querer morirse. O que sea invisible para la gente que le interesa. Hay otra manera de morir más allá de lo físico, y eso es que nada te llene. Que como yo lo veo, es peor. Ahora ya no, pero antes hubo muchos rituales zombi en los que se le soplaba gri-gri a la gente para que quedara a merced de la voluntad de otro».
Alba no cree en las posesiones ni adivinaciones de las cartas, pero sí en los espíritus que habitan en sus muñecas y que un día ofrendó a muertos, sabios y diablos. Empezó con Trudy, a quien considera parte de su familia. Y como ella a cuatro más a las que habita el mismo espíritu de diablillo. Pero en su casa hay otros muñecos que han pasado por generaciones, está Panchito, por ejemplo, un muñeco en el que habita el espíritu de algunos bebés. Erikita y Nicolasito, a quienes heredó de otros parientes y que según su fe poseen lo esencial del vudú: la adoración de los antepasados.
—¿Cómo explicas el vudú?
«Antes de rezarle a Dios, rézale a tus antepasados. A tus abuelos, familia y seres queridos porque es a los únicos que les interesa que estés bien en vida. A un dios no, porque ellos no saben de la experiencia humana y en esa medida no entienden la importancia de vivir, de la posesión de la carne y la sangre. Tus antepasados conocen la condición humana, y en ese sentido te pueden aconsejar —para bien o para mal—y cuidar de alguna manera, porque también fueron humanos y cometieron errores».
¿Alguna vez te han “discriminado” por tu religión?
«Yo no lo veo como discriminación. Me ha tocado discutir con personas que se obsesionan con el tema. Pero yo no soy un Testigo de Jehová que anda puerta en puerta convenciendo ni imponiendo mis creencias. Eso es de cada quien. Así que cuando intuyo que no es momento de hablar de eso no lo hago».
Para Alba el vudú no tiene que ver con la maldad, sino que se trata de ser feliz. Al final, en todos los templos hay figuras a las que rezar y encomendarse, hay personajes bonitos o feos, masoquistas, llenos de sangre y sufrimiento, pero también hay muñecas de pelo corto y rojo o rubio que recuerdan a momentos gratos de la infancia, esos bajo el resguardo de quienes antes experimentaron situaciones de las que te pueden salvar a través del consejo de la memoria.