La corporalidad de un actor, en su plano más esencial, no está en sus dimensiones ni atribuciones físicas, sino en la realidad sutil donde materializa, a través del cuerpo, una sensación, una idea, el crujir de la imaginación. Lo mismo sucede con los personajes del arte, esculturas y pinturas cuya posición y elementos refieren a una idea compleja que ligará a diferentes emociones, según como se vea, hasta que la obra sea destruida.
La exposición El cuerpo como paisaje, del artista mexicano Jorge Marín, fue inaugurada hoy en la Mansión del Príncipe Gong, uno de los palacios de la época imperial mejor conservados en el casco antiguo de Pekín. Trece bronces del pintor y escultor, algunos de ellos adornados con las alas que se han convertido en todo un símbolo del artista de Michoacán, pueden admirarse desde hoy en el palacete de 200 años de historia, que fue en el siglo XIX residencia de uno de los primeros ministros de Asuntos Exteriores de la China imperial.
“El cuerpo como paisaje”, que ya se ha presentado en Madrid, Barcelona, el Parlamento Europeo en Bruselas, Singapur, Shanghái o San Petersburgo, recoge algunas de las obras más representativas de las dos últimas décadas del artista, conocido por su estilo hiperrealista y su “obsesión” por la figura humana.
La visión que tiene Marín sobre el cuerpo, como esencia del ser humano, “nos hace identificarnos con cada una de sus esculturas y pensar en la complejidad que representamos en el universo”, pues cada uno de los elementos presentes en sus obras son interpretadas como el paisaje de la propia existencia del hombre. Su estilo se caracteriza por la integración del arte dramático barroco con sensualidad y un sutil sentido del perverso.