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Tú no tienes idea de mi existencia; pero lamentablemente, yo sí sé de ti. Digo lamentablemente porque, en este mundo veloz en el que cada quien está metido en sus cosas, se necesitan razones muy particulares para sacarnos de nuestras distracciones diarias y poner atención en quienes no conocemos.
Sé pocas cosas de ti, ignoro tu nombre y no sé cómo sea tu cara; he visto que tienes el cabello debajo de los hombros y te lo tiñes de un rubio cenizo muy lindo; reconozco tu voz dulce y veo tu devoción y el cuidado que le pones a tu jardín (el que se ve desde mi ventana), tienes una bocina con un sonido potente y te puedes pasar horas con el mismo playlist (¡no oyes reggaetón!) cuidando tus plantas.
Sé, por lo que escucho, que eres una hija cariñosa, que te ilusiona cuando hablas por teléfono con tus padres y los recibes de visita en tu hogar. Sé que no te gusta levantarte temprano y que tienes un trato amable con toda la gente que te rodea; pude ver la paciencia que tuviste hace no mucho con los trabajadores que instalaron la pequeña pagoda (y que te rompieron el piso), y cómo no dejaste de ser amable en todo momento.
Es probable que nos hayamos cruzado en las áreas comunes del sitio donde vivimos pero, no te quiero mentir, si te veo, no estoy segura que podría ubicarte.
Sé de ti, estimada vecina de abajo, y te metiste un día en mis pensamientos (al grado que sin conocerte aquí estoy, escribiéndote) cuando me di cuenta que algo de lo que pasa en tu vida no es tan normal como tu dulce voz: el hombre con el que vives. Supongo que es tu marido, al menos tu pareja sí es. Su voz es inconfundible (¿qué te digo? a estas alturas su timbre nasal me molesta); sé que habla mucho, que delante de tus padres es todo un caballero, sé que es encantador con los amigos y que se luce como anfitrión cuando organizan parrilladas. El olor del a carne entra por mis ventanas y alborota a mi perra, y me asomo y lo veo brindar, hacer chistes, poner música y llevar el ritmo de la charla con total naturalidad. Veo cómo es querido y respetado incluso por sus suegros.
Lo que no soporto de él es lo que pasa cuando están solos; y no, créeme que ser metiche no es una de mis características y ése es precisamente el punto: no son uno, ni dos, ni tres; son muchos los fines de semana que los gritos, insultos y golpes que da en la pared me despiertan antes de la hora planeada.
Lo que me hace rabiar es cómo te trata a solas, cómo te humilla, cómo te grita que te largues de su vista, o que eres la peor pareja que ha tenido; lo que no soporto es imaginar todo lo que pasa cuando él a gritos, y subiendo el volumen para callar tus sollozos azota las puertas y el ruido que se mete a mi habitación se vuelve un eco lejano que me eriza la piel y me hace pensar lo peor.
Y eso, querida vecina de abajo, esa forma suya de hablarte, no la merece nadie; ni hombres ni mujeres, no la mereces ni aunque no tuvieras la voz dulce que tienes y no fueras lo educada y amable que pareces. Porque eso, no son pleitos maritales -de esos todos tenemos y sí, a veces pueden subir de tono- lo que él hace contigo no es ni correcto, ni legal, ni producto de que tuvo un mal día, de que está crudo, o de que olvidaste comprar el regalo para la fiesta de cumpleaños.
Me da rabia verlo, el otro día me crucé con él en el estacionamiento y lo ubiqué por su inconfundible voz -esa voz nasal que me despierta cada fin de semana con un nuevo grito, un nuevo insulto, una nueva humillación-, me dijo “buenas noches” y sentí un profundo deseo de decirle cuánto lo odio pero me contuve.
Quisiera, vecina de abajo, que leyeras esto y supieras que alguien que no sabe quién eres te escucha llorar todos los domingos para después preparar café, para cuidar sus plantas entre sollozos, y esperar a que él llegue a decirte que ya, que no exageres, que no es para tanto; para decirte con la misma voz maldita pero en tono más dulce que te arregles porque tienen comida familiar.
Me da impotencia no poder hacer nada, y me da impotencia que creas que eso es amor, porque, querida vecina de la voz dulce, no lo es. Y si tú, que eres una de las tantas vecinas de abajo que habitan el mundo lees esto, debes saber que siempre hay alguien que está dispuesto a ayudarte, a darte su mano y a arrancarte el miedo que te da la idea de saber que quien amas, puede ser tu peor verdugo.
Ojalá, vecina de abajo lo leas, y toques a mi puerta o a la de quien sea y pidas ayuda, y sepas que no estás sola, que nada de esto es tu culpa y que nadie te va a juzgar.
No debería en el mundo haber nunca una sola vecina de abajo. Nunca
¡FELICES PASOS!