El Buda del Cementerio Makomanai Takino, al centro de Sapporo, estuvo sólo durante 15 años. Desde el inicio de su construcción, el cuerpo de piedra de 13.5 metros de altura tuvo una presencia incómoda por su desproporción.
Pero el artista y arquitecto japonés Tadao Ando resolvió lo que parecía improbable, y con una perspectiva arquitectónica sutil y más de 150 mil lavandas, le dio una nueva vida al terreno que está a más de mil 100 kilómetros de Tokio.
La frase más emblemática de Ando (Osaka, 1941): «No creo que la arquitectura tenga que hablar demasiado. Debe permanecer silenciosa y dejar que la naturaleza guiada por la luz y el viento hable», condensa a la perfección su perspectiva estética, que se distingue por conseguir suaves transiciones visuales en los espacios que interviene.
El trabajo del Premio Pritzker 1995 en esta pequeña ciudad japonesa, consistió en envolver la estatua con una plataforma forrada por lavandas, que deja visible únicamente la punta de su cabeza. La intención fue construir un vestíbulo de oración.
Ahora los visitantes del sitio pueden llegar a los pies del sabio maestro a través de un pasadizo de 40 metros de largo que lo rodea, para que al salir aprecien la colina que cambiará de color según la estación del año (verde en primavera, púrpura en verano y blanco en invierno).
Construir espacios silenciosos es la misión arquitectónica del japonés que entiende muy bien la belleza simple de la naturaleza. Su perspectiva de “la construcción como un elemento más del entorno”, le otorga una presencia sólida en el top de los arquitectos más importantes del mundo y en nuestro corazón.