El efecto del color bajo la velocidad del alcohol

Alexandra Pacula recorre la ciudad de Nueva York a la velocidad de quien maneja ebrio. Mirar sus pinturas provoca una sensación de transitoriedad e impermanencia, de quien pareciera mirar cómo se desvanece el mundo bajo el efecto del alcohol. La artista, de origen polaco, pinta imágenes que parecieran ser las de una cámara móvil que desenfoca su objetivo.

El efecto del color que logra Pacula en sus pinturas es el de quien emula un mundo de intoxicación virtual que pareciera estar moviéndose a velocidades aceleradas; sus pinturas son fugaces escenas en los que pareciera detenerse el tiempo. Algunos de sus trabajos poseen completa abstracción, otras son casi fotografías que aparecen ante nuestros ojos con un efecto de imágenes barridas.

Alexandra declara que su trabajo examina un mundo de intoxicación y saturación visual desde el hiperrealismo. Ella se adentra en la vida nocturna y sus exuberancias, en el que nos sumergimos buscando experiencias placenteras o excitantes. La sola contemplación de la ciudad es ya parte de un viaje: de noche somos otros y vivimos la ciudad de manera distinta.

La artista de origen polaco expuso por primera vez sola en la Gallery Henoch en 2013 en la ciudad de Nueva York; ciudad en la que se inspira, recorre y registra.

Su método es presenciar; ella observa, visita sitios propios de la ciudad, como el Centro Rockefeller o el Empire State y registra las imágenes mediante fotografías. La experiencia de mirar la ciudad desde sitios altos o en movimiento es totalmente distinta, la realidad se transforma, se diluye. La pintora observa a los edificios como un juego de piezas ‘Lego’ y a las personas como navegantes de un enorme laberinto, en una amalgama de luces de colores que parecen computarizadas. El juego de luces que plasma es reflejo de una ciudad que palpita y se mueve a ritmos acelerados. Las cuadrículas hacen parecer al paisaje urbano como un bosque enmarcado por miles de luces en medio de la oscuridad. Pacula captura los ambientes que nos rodean, observando y documentando, ensamblando imágenes que posteriormente se convertirán en pinturas.

Podríamos ver sus pinturas como una metáfora del mundo moderno; Marc Augé habló de la existencia de los “no-lugares” para referirse a los lugares transitorios desde los cuales nos relacionamos, habitamos, pero son espacios de flujo y tránsito, donde no permanecemos, como una autopista, un hotel, un aeropuerto o un supermercado.

Estas imágenes provocan vértigo, un vértigo muy parecido a un vuelo de pájaro, pero ¿es la ciudad la que se mueve o somos nosotros? Ambas respuestas son válidas acorde a la situación del espectador, actualmente habitamos en ciudades que se mueven a ritmos acelerados y la mirada no alcanza a seguirles el ritmo o bien nos movemos tan rápido que no logramos enfocar ningún punto estático. En los cuadros de Pacula es difícil para la mirada posarse en algún sitio, por ello la autora invita a experimentar mirar los detalles de cerca, tanto como la composición desde lejos.

La ciudad tiene cualidades seductoras de noche, parece respirar, moverse al ritmo de los vehículos. Sus imágenes nos impactan en un sentido de desorientación que la pintora busca y logra. Las luces parecieran adornar el paisaje urbano en el cual nos disolvernos como en una experiencia de embriaguez. Como si hubiésemos consumido alcohol o alguna sustancia psicotrópica, un hilarante sentido de emborronamiento del mundo nos invade. Un enfoque desenfocado, como nos sentimos a veces en el mundo de hoy: pequeños ante las descomunales dimensiones de los rascacielos, paralizados frente a la velocidad con que se mueve el mundo contemporáneo, oscuros frente a la luminosidad del mundo.

Observar la ciudad es una experiencia compleja, la arquitectura es reflejo de nuestro tiempo, es proyección de nuestras estructuras económicas, sociales y políticas; nuestra cultura se construye y articula a partir de estas dimensiones. Por ello, observar el paisaje es mirar la cultura de nuestro tiempo.

El vértigo y estatismo frente a la cual nos hallamos observando las pinturas de Alexandra, ¿se parece al que nos domina en el día a día? Frente al mundo apresurado de hoy ¿somos espectadores inmóviles?