Un hoyo en medio de la pared que dividía los sanitarios bastaba para tener la confianza suficiente e introducir su pene erecto en él. No existía vergüenza y mucho menos había compromiso, la única motivación era el sexo salvaje y el deseo de eyacular lo más veloz posible. Así comenzó su vida sexual el fotógrafo Florian Hetz, quien solía asistir a baños públicos con regularidad para descubrir su identidad como un joven gay que quería experimentar todo lo que pudiera en el menor tiempo posible.
Tal como en su juventud, en el trabajo fotográfico “The Matter Of Abscence” la personalidad del otro no importa. Ésos que son fotografiados pueden ser cualquiera. Hetz interpreta al cuerpo como una cosa de la manera más pura y fina entre gestos domésticos. Las figuras masculinas se convierten en un objeto sexual que podemos tocar y sentir a través de las imágenes; tal como lo asegura en el prefacio de su nuevo libro el diseñador de modas Stefano Pilati.
Ninguna de sus fotografías es personal y ni siquiera permiten ver los rostros de quienes se encuentran retratados. Siempre muestra sólo un poco, un pedacito, un momento, de una persona o de un cuerpo aunque en realidad el sujeto nunca esté realmente ahí. Tal como en esos glory holes en los que comenzó a experimentar su sexualidad, ahora deja que aquellos que miran sus fotografías observen sólo un fragmento del otro. No tener todo el panorama es excitante y permite que imaginemos qué hay detrás de esa pared, cómo luce el resto del cuerpo, cómo son las otras partes ocultas.
Hetz se excita cada que piensa en esto porque su mente reconstruye las más perversas fantasías. Y es que la intimidad se trata de esto, de nunca conocer la historia completa, de tener sólo estos instantes en los que experimentas un panorama lleno de deseo e incertidumbre. Nunca recuerdas un cuerpo completo, sino esos detalles eróticos capaces de volverte loco: el cuello, los labios, un muslo, las nalgas, la espalda perfecta.
Cada que él fotógrafo tiene un encuentro sexual con alguien, existe una esencia de aquello que sólo se puede descubrir teniendo relaciones –tal como en “La insoportable levedad del ser” y el deseo del protagonista por acostarse con más mujeres para conocer ese pequeño secreto escondido que no le mostraban a nadie más–. Del mismo modo, con sus fotografías busca que los modelos sean personas del mundo cotidiano para descubrir “eso” que nadie más puede observar.
Hetz se ha convertido en un obsesivo por descubrir esta pequeña parte de las personas. En la mayoría de sus fotografías sabe qué quiere encontrar de alguien. Piensa muy bien el ángulo y la cercanía con la que desea captar ese momento. Sólo entonces, dispara. Cada imagen es una de sus fantasías plasmada con luz, una representación de ese mundo extravagante que habita en su interior.
Muchos consideran que sus fotografías son “enfermas” puesto que no encajan con lo común. Los cuerpos no lucen saludables ni los modelos parecen felices; pero en lugar de sentirse ofendido, para Hetz esta imagen que los demás tienen de su trabajo se ha convertido en un tipo de cumplido. Un macabro cumplido para las fotografías incómodas que todos queremos ver con los ojos entrecerrados, entre un escozor que nos hace querer correr los más rápido y alejarnos de esas imágenes pero que preferimos observar una y otra vez.
Este fotógrafo proveniente de una familia noruega-prusiana se inspiró en Robert Mapplethorpe después de robar un libro que contaba su vida. Con 14 años, Hetz se dio cuenta de que así como el artista estadounidense lo hizo, él también podía encontrar consuelo en la fotografía. Conocido ahora como el futuro del arte queer en Alemania, los primeros años de su carrera estuvo inmerso en los lugares más oscuros y desoladores de la ciudad, por lo que considera que cada pieza de su trabajo es una deuda a sus primeros días.
Lucian Freud pudo retratar de manera subversiva y veraz la figura masculina: muestra los genitales en el centro del lienzo para connotar la obscenidad y agresión que poseen sus cuadros. Sus retratos son de figuras patéticas y al mismo tiempo liberadoras que han dejado de cubrirse con ese tono sensible del Renacimiento para caracterizar la desvergüenza y soledad de aquellos que posan sin tapujos ante el pintor. El fotógrafo hace todo lo contrario.
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Fuente: Dazed