En la oscuridad todo adquiere más sentido. Si no, por lo menos se tiene la confianza de actuar con mayor independencia. En medio de las sombras se desata lo prohibido y se entiende mejor aquello que permanece en silencio, sobre todo las topologías del placer y los motores de la sexualidad. La liberación que implica el negro absoluto, el escondite de la visibilidad, siempre ha sido el más preciado manjar de quienes no se atreven a ser practicantes manifiestos de sus pasiones. Bien podría ser cualquier tipo de deseo lo que motiva al arrebato; sin embargo, el que obedece a las leyes carnales es indudablemente el rey de esos lares velados. El imaginario erótico reside en nuestro interior y se acepta como propio, no hay duda, pero llevarlo a cabo o admirarlo en otras personas –más allá de un filme pornográfico – causa incomodidad, escándalo, estupor y frágil envidia.
La industria de la moda, los cánones de belleza y la fotografía comercial son la triada culpable de que odiemos nuestra perceptibilidad al tener sexo, hacer el amor, coger, echar un polvo o intimar con alguien. La explotación de la perfecta figura humana como objeto de anhelo y modelo a seguir en cualquier ámbito de la vida no ha conseguido otra cosa más que infundir el odio a sí mismo. En el mejor de los casos, quizá, ha propiciado el esfuerzo sobrehumano por complacer estéticas pulcras del cuerpo y sus necesidades; en el peor, la insatisfacción o inhabilidad al desempeñarse desenvueltamente con la anatomía provista por la naturaleza.
Dicha vulnerabilidad y cuadro de inseguridades, a grandes rasgos, es el tema principal de la imagen realizada por Constance y Eric, dúo fotográfico que trabaja con la plástica del erotismo y busca a cada disparo desentrañar el comportamiento sexual de su enferma guarida de miedos. Especial atención podemos destinar al juego de luces que procuran en determinadas parejas o grupos de juego sexual, contraponiéndose al pavor que las personas han desarrollado a lo largo de la historia con respecto a su apariencia o sensualidad sin ropa y frente a los ojos ajenos.
El quiebre que proponen sus fotografías tarde o temprano nos dirigen a un pensamiento que debería ser fundamental, el de la aceptación indiscutible hacia nuestro cuerpo. Es decir, descubrir nuevos parámetros de la sensualidad sin importar el grado de luz en una habitación.
La vergüenza de los defectos o las no correspondencias con el cuerpo esperado orillan a un sinnúmero de individuos todos los días a no tener sexo con las luces encendidas, afuera de las sábanas, en posiciones reveladoras, con ritmos acelerados o en compañía de ciertas personas. ¿Dónde reside entonces la esencia del encuentro? ¿Para qué se tienen órganos y fantasías si no es para darles rienda suelta? ¿Sólo los modelos, los que no son iguales a nosotros, tienen permitido disfrutar?
Cuando no brindan un retrato sin tapujos y de corte XXX, las imágenes de esta pareja artística tienden hacia una estética difusa, un nivel de abstracción que deja muy en claro su dirección sin recurrir a la gráfica evidente. Son capturas que suavizan la incomodidad del encuentro erótico y posibilitan la (re)presentación del placer recóndito, la filia oprimida o la excitación diversificada; fotos de intimidad abierta y autoaprobación en un sentido opuesto a la norma o a lo que consideraríamos comercialmente bello. Haciendo estallar la luminosidad de la situación, se abandona la idea del sexo perfecto y se abraza el hallazgo sin cosmético.
Las fotografías de Constance y Eric demuestran que detrás de ese absurdo temor a mostrarse sin ninguna máscara en el sexo, vive la posibilidad de escenarios muy diferentes y en el momento en que más se desee. Es más fácil hallar un vínculo real con la persona que se tiene en la cama y poco a poco se generar nuevas dinámicas de entrega. Aunque se suponga lo contrario, en realidad el autoestima crece al advertir de qué es capaz nuestro cuerpo; la luz revela en un sentido positivo, jamás en contra.
En la reflexión fotográfica de este par se vuelve innegable que la habitual alta definición del sex sells en la publicidad, el rápido destino de la propagación amplia y lo visualmente literal son viles demostraciones de la sexualidad para el entretenimiento; de ninguna manera son la representativa sexual de lo que se vive una tarde común y corriente.
Una vez que se eliminan los adornos y las etiquetas, al hacer a los sujetos irreconocibles con la misma luz que tanto pavor ocasiona, Constance y Erica provocan un patrón universal de género, edad, orientación y demás características en que los prejuicios –hacia el propio ejercicio de la sexualidad o el ajeno– se evaporan y nos hacen entender cualquier escaramuza erótica como una experiencia humana llena de fallos y tropiezos, pero no por eso carente de fortalezas y gozos. Tener sexo con la luz prendida no es exponerse ante el otro; de hecho, es entrar en una dinámica de iguales en donde los detalles tímidos de la anatomía pasan a un segundo plano. Justo y como sucede con este trabajo sin igual.
Para conocer el resto de su trabajo, visita el sitio oficial que ofrece esta dupla de creativos. También puedes consultar otras obras de tinte similar como las Fotografías del absurdo, los excesos, el amor y todo lo que ocurre después de la fiesta de Cameron McCool y La liberación de la mujer a través del color según Nadia Lee Cohen.