El Museo Franz Mayer tiene una amplia colección de objetos enfocados al tema de las artes decorativas. Entre ellas, una de las más grandes, es la de mobiliario, que cuenta con más de 500 piezas de diferentes partes del mundo, materiales, formas y ornamentos decorativos.
Las piezas que conforman esta colección van desde objetos pequeños, como alhajeros y cajas, hasta objetos más grandes y pesados como armarios y baúles. Por otro lado, geográficamente se puede dividir en tres: las piezas que vienen de Europa, muebles de España, Portugal, Holanda, Inglaterra, Italia y Alemania; las que vienen de Asia, de países como China e India, y, por supuesto, la parte más amplia, es sobre muebles novohispanos y del México Independiente.
Asimismo, existen piezas que van desde el siglo XVI, que entre sus múltiples características son muebles transportables que tenían como común denominador algún detalle práctico que facilitaba su uso o transporte mediante el empleo de bisagras y herrajes. Como ejemplos abundaban arcones grandes y pequeños, escritorios y mesas de tablones que se colocaban sobre un hierro a manera de tijera llamado fiador. Las sillas que llegaron a la Nueva España durante este siglo fueron las llamadas “sillas de cadera” o “jamuga” de España. Sin embargo, a mediados de siglo fueron perdiendo importancia y dieron paso a las “sillas de brazos”. No podían faltar los arcones en los que guardaban la ropa y los bargueños y escritorios para almacenar papeles. Los motivos decorativos fueron simples y sencillos, dando prioridad a la función del objeto.
Durante el siglo XVII se desarrolló el gusto por las incrustaciones, las que podían ser de materiales como el carey, la madre perla y las maderas preciosas. Para este siglo la influencia de los muebles traídos del Galeón de Manila se volvió notable entre las formas y técnicas utilizadas para la creación de los objetos cotidianos. Un ejemplo de ello fueron los biombos, de los que, desde el punto de vista estructural, había dos tipos: los de menos altura, que se desplegaban en un espacio específico de la casa, llamado estrado, y los más altos, estos se colocaban en las recámaras. Los primeros recibieron el nombre de rodaestrados o ruedaestrados, y los segundos fueron biombos de cama. Ambos permitían la subdivisión de los espacios interiores de las casas, proporcionaban cierta privacidad y protegían a sus habitantes de las corrientes de aire y el frío.
Para finales del siglo XVII, en cualquier casa de altos recursos económicos, coexistían bienes europeos, asiáticos y los producidos en el territorio novohispano.
Es durante el siglo XVIII cuando hubo ciertos espacios de las casas palaciegas virreinales que cobraron más importancia que otros, entre ellos estaba el ya mencionado salón del estrado, lugar donde la señora de la casa recibía formalmente a invitados de su nivel social. En este lugar se colocaba una tarima en la que se ubicaban los más lujosos muebles de la casa. Entre los más comunes se encontraban los escritorios, papeleras, bufetes (mesas), bufetillos (cajas de escribir), contadores, baúles y sillas, junto a otros objetos como pinturas, alfombras, almohadas, tapices y piezas de vidrio y plata. De los muros colgaban magníficos espejos de importación y de los techos: lámparas bañadas en oro.
En la colección de mobiliario del museo abundan este tipo de ejemplos. En la exhibición permanente se pueden observar en ambientaciones que buscan interactuar con el espectador y situarlo en la época en la que se realizaron estos objetos.