Por alguna extraña razón encontramos atractivo en lo grotesco. No podríamos decir a ciencia cierta qué es los que nos parece fascinante al encontramos frente a algo que muchas veces carece de forma y de sentido. Es como si de alguna manera nos sintiésemos identificados con esa imperfección porque al final de cuentas somos seres imperfectos que buscan sentirse aceptados tal y como son.
Con su poema “La giganta”, Salvador Díaz Mirón nos muestra la belleza de lo monstruoso; su descripción de una mujer de facciones exageradas, pero bellas en sí mismas, nos hace pensar que estamos preconfigurados para el morbo y la búsqueda de nuevos paradigmas de belleza lejos de lo que los demás consideran estético.
Hay quienes aseguran que el arte puede nacer de todo objeto y todo lugar, no como un concepto viciado por los comentarios de algún crítico, más bien como una creación pura y digna de ser exhibida en cualquier museo o galería junto a las grandes obras de artistas consagrados. Bajo esta premisa podríamos decir que no es necesaria una extensa y rigurosa preparación artística para lograr un trabajo de calidad; a veces sólo basta con saber explotar nuestras emociones para llegar a una producción fantástica.
El “arte bruto”, un término que se destina principalmente a creaciones hechas por niños, ancianos, espiritistas e incluso animales, se acerca mucho a esa concepción. Muchos críticos están fascinados con estas obras por poseer una belleza pura que nada tiene que ver con normas o cánones académicos que vicien su concepción. Quienes las producen muchas veces no tienen idea de lo que están haciendo, crean sin un propósito y ahí radica la pureza de su trabajo.
Artistas de la talla de André Breton y Jean Paulhan colaboraron para la creación de una galería dedicada exclusivamente al arte bruto en París donde se lograron reunir hasta 5 mil obras que en su mayoría fueron producidas por enfermos psicóticos y esquizofrénicos, incluso escribieron un manifiesto titulado “El Arte Bruto preferido a las artes culturales”.
En 1922 el psiquiatra Hans Prinzhorn comparó varias pinturas hechas por sus pacientes con trabajos de artistas consagrados y se dio cuenta de que muchos de ellos compartían rasgos estéticos; lo que le llevó a pensar que esta forma de terapia ocupacional podía ser también un modo de reintegrar a la sociedad a estos pacientes con esquizofrenia.
Este tipo de proyectos ha salvado a muchos pacientes de dolorosos tratamientos, que lejos de sanarlos, parecen hundirlos más en sus padecimientos. El arte producido por estas personas revela la intranquilidad en sus mentes, muchas de las figuras que aparecen en los cuadros presentan rostros de angustia e inseguridad.
De acuerdo con los psiquiatras, al ser una terapia se espera que los resultados reflejen los verdaderos pesares de personas que difícilmente pueden expresarse y encuentran en el arte bruto una válvula para liberar toda esa presión de la que han sido víctimas durante mucho tiempo.
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